Leonardo Oyola nació en 1973. Se crió en el oeste del Gran Buenos Aires. Escribe policiales y le guiña un ojo a lo fantástico. Colabora en la edición argentina de la revista Rolling Stone. Sus cuentos han sido seleccionados en varias antologías y medios gráficos de Argentina, Francia y España. Tiene publicadas las novelas Santería y Sacrificio para la colección Negro Absoluto dirigida por Juan Sasturain Además, publicó Siete y el Tigre Harapiento, Hacé que la noche venga, Bolonqui, Gólgota y Chamamé.

De regalo para esta navidad compartimos el primer capítulo de su último libro: Kryptonita.

DESCARGAR:  Un corazón ya sin fuego

La historia del Superman del Conourbano bonaerense.

Por Juan Carrá – Criminis causa:  http://criminiscausa.blogspot.com

En su nueva novela, Leonardo Oyola nos vuelve a meter en la realidad social de la provincia con pinceladas de humor y una calidez narrativa atrapante

Según Umberto Eco, Superman es el mito típico de una clase definida de lector: aquel que es producto de una sociedad industrial, en la que “las perturbaciones psicológicas, las frustraciones y los complejos de inferioridad están a la orden del día”. Ese lector, es un hombre objetivado por una organización que decide por él y en la que la máquina suplanta el deseo y la acción del sujeto. El semiólogo italiano no duda en decir que Superman es el mejor ícono de esa representación social. Esa en la que ¬el “héroe positivo debe encarnar, además de todos los límites imaginables, las exigencias de potencia que el ciudadano vulgar alimenta y no puede satisfacer”.

Superman es todo eso: no nació en la Tierra, sino que llegó a nuestro planeta en una nave cuando Kriptón estaba a punto de estallar. La cápsula que trasportaba al pequeño de las estrellas cayó cerca de los límites de una granja en los Estados Unidos. Allí fue encontrado y criado por una pareja que deseaba tener un hijo. Allí creció y fue bautizado como Clark Kent, constituyéndose así su doble identidad. Y es en esta doble identidad, según Eco, donde radica la fuerza de este mito insoslayable: el bello hombre de acero vive entre los mortales oculto como un ser insignificante. Clark Kent es el espejo perfecto del lector medio que se acerca al cómic de Superman. Que –siempre según Eco- vive un constante proceso de identificación, lo que posibilita que cualquier oficinista medio de cualquier cuidad americana sienta en su interior la esperanza de que un día, “de los despojos de su actual personalidad, florecerá un superhombre capaz de recuperar años de mediocridad”.

¿Pero qué hubiese pasado si la nave que trasportaba al pequeño Superman como único sobreviviente de su raza, en vez de caer en Estado Unidos, hubiera caído en La Matanza? Definitivamente, Superman sería Nafta Súper. Sólo la pluma de Leonardo Oyola puede lograr un texto híbrido en géneros, de tanta calidad. Sólo su mirada sobre la realidad del Conurbano puede convertir tanta miseria en belleza. Sólo Oyola puede escribir Kryptonita.

Líder de una de las bandas de hampones más importante del Conurbano bonaerense, Pinino, alias Nafta Súper, cae apuñalado por uno de sus enemigos con un extraño cristal verde. Son sus Superamigos los que los cargan en brazos y lo llevan al hospital. Ráfaga, El Faisán, Juan Raro, Lady Di, la Cuñataí Güirá y Federico, ese grupo de lealtad inquebrantable que se dispone a resistir en el Hospital Paroissien para que Nafta Súper pase la noche con vida y sea el sol de la mañana el que haga lo que la medicina no puede.

Allí están también, como rehenes insospechados de una situación desbordante, un joven doctor, que hace las veces de nochero cubriendo a los médicos de guardia, y Nilda, la enfermera de piso. Los dos deberán mantener vivo al jefe de la banda. Sobre todo el doctor. El mismo que minutos antes no dudó en dejar morir a un pibe chorro a pedido de la policía.

“Si Pinino muere, usted también”, le dice Ráfaga al oído al joven médico. Nafta Súper agonizaba cuando entró al hospital, su corazón había dejado de latir y sólo la descarga de casi 400 joules del desfibrilador pudo ponerlo en marcha nuevamente ante los ojos desorbitados del doctor y la enfermera.

Desde ese momento todo será inverosímil para los simples mortales. Pero no para los lectores, que podrán penetrar en la crudeza de la realidad social del Conurbano sin dejar de sentir que están atrapados en una historia de héroes y villanos.

Sólo son unas horas las que debe resistir la banda de Nafta Súper. Las necesarias para que el sol aparezca y su líder se recupere. El Hospital será la trinchera en la que sus secuaces resistirán la embestida encabezada por El Cabeza de Tortuga, archienemigo de Pinino. Sólo unas cuantas horas más y todo terminará, o no.

Esto nos propone Oyola: una historia de ficción que cuesta despegarla de la realidad más cruda. Un texto divertido y dramático que se mete sin tapujos con la raíz de muchos de los problemas sociales que atraviesan a los sectores populares. Pero también se mete en lo íntimo de las relaciones humanas, signadas por el propio devenir; las historias de cada uno de los personajes configuran una matriz narrativa de acero, para una supernovela.

***

El Tigre, un apodo que me gané escribiendo

Leo Oyola por Leo Oyola. De su blog: http://tigreharapiento.blogspot.com/

Escribí mi primera novela en el 2004. No lo pensé dos veces y la mandé al Concurso Clarín Alfaguara. Para cuando me enteré que era uno de los finalistas del premio todavía no la había vuelto a leer desde que la laburamos con el maestro Laiseca en su taller. Así que cuando obtuve una mención mi alegría fue enorme. Porque no dejaba de pensar: esta es una oportunidad. Recuperé los tres manuscritos. Y por consejo de Lai me contacté con editoriales independientes que tuvieran buena distribución, a ver si lograba que se interesaran. Una me mató. Otra me dijo que le gustaría pero que no tenía dinero para invertir en un autor desconocido. Tres años después, durante una jornada literaria, el responsable de esa primera editorial que me leyó me pidió disculpas por lo duro que había sido. Y me dijo que evidentemente jamás hubiera entrado en su catálogo; pero que se alegraba de que mi obra hubiera encontrado su lugar. El otro editor ni bien se enteró que se publicaba me llamó para felicitarme y desearme mucha suerte. Y no deja de escribirme mails cada vez que se entera de alguna novedad mía. El tercer manuscrito llegó a las manos de Ricardo Romero. Que lo leyó. Y se divirtió mucho. Y que se jugó por lo que yo hago. Y que me publicó en la colección Laura Palmer no ha muerto. Desde entonces, por cómo se fueron dando las cosas, cuando me hablan de la novela se refieren a ella como Siete… y hay muchas personas que me dicen Tigre. Y eso me cabe mil puntos. Porque ese apodo me lo gané escribiendo. Y ese apodo me hace recordar lo que soy: un escritor. Autor orgulloso de Siete y el Tigre Harapiento, mi primera novela publicada.