Residentes: no es amor, es precarización

Tan importantes como bastardeadxs, lxs residentes dicen basta. Mariano Tomás Masci cuenta en este texto por qué son lxs pilares de una salud pública vaciada.

Por Mariano Tomás Masci*

Podría contar miles de anécdotas sobre la aventura de ser residente. Como cuando tres compañeros nos agarramos sarna por dormir en colchones mohosos sin funda. O cuando otro se enfermó de dengue por dormir en un cuarto lleno de mosquitos.

¿Cómo es ser médico residente en medio del vaciamiento de la salud pública? Esa pregunta me la hice antes de ingresar al sistema. Pero la respuesta que en ese momento tenía en la cabeza estaba muy lejos de la realidad.

Yo pensaba que se trataba de un simple programa de formación teórico-práctica en una especialidad médica. Hoy puedo afirmar que el residente es el principal pilar del sistema de salud: representa el mayor porcentaje de profesionales de la salud activos en un hospital, no sólo en números, sino también por la cantidad de horas de trabajo que tiene que cumplir (siendo legalmente responsable de sus actos médicos también cuando se queda solo, sin médico de planta alguno que lo supervise).

Aclaro que desempeño mis actividades como médico residente en el conurbano, donde la situación es similar a CABA, y que por ello me solidarizo con los profesionales de la ciudad (la lucha de fondo es la misma: defender la salud pública).

La ley aprobada por Horacio Rodríguez Larreta y compañía (represión mediante, en la puerta de la Legislatura) no sólo omite el rótulo de “trabajador”, también legaliza hasta 64 horas semanales de trabajo (repartidas en 6 días, teniendo en cuenta que en CABA el residente trabaja de lunes a viernes y que los fines de semana sólo debería estar el día que le toca guardia). Y no aclara cómo es calculado el sueldo (sólo menciona que debería corresponder a la mínima de 40 horas semanales, es decir, que trabajás 64 horas y te pagan 40).

A los ojos de la ley siguen teniendo cabida las jornadas de 36 horas corridas de trabajo, disfrazadas de “formación intensiva continúa” (según el artículo 22°, con 12 horas posteriores de descanso. Esto significa que si un día entrás a las 8 de la mañana es legal que salgas a las 8 de la noche del día siguiente –tras 36 horas de trabajo- para volver a entrar a las 8 de la mañana del día siguiente.

Los atropellos no terminan ahí: la ley mantiene a los concurrentes (médicos con similar “programa formativo” y mismas obligaciones) como trabajadores gratuitos. Y no hace mención de sus derechos (actualmente los concurrentes no cuentan con obra social, comidas, etcétera).


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Lo que nadie dice es que son los residentes y concurrentes quienes atienden la guardia, los que ingresan al paciente en la internación (y quienes revisan al paciente todos los días), los que corren detrás de cada estudio complementario diagnóstico, y quienes ponen su sello todos los días en cada evolución (de la historia clínica), receta y/o solicitud de estudio. Son, también, quienes se hacen legalmente responsables del acto médico.

Además de cumplir con dos tercios la actividad asistencial, cumplen con más del 90% de la actividad académica de un hospital: ya sea dando clases a los alumnos del pregrado, o bien exponiendo en congresos y/o elaborando publicaciones para revistas nacionales e internacionales. Todo por un sueldo pedorro (si tenés la “suerte” de ser residente) que se traduce a 100 pesos la hora.

Como si la humillación no fuera suficiente, según la ley, el residente debe tener dedicación exclusiva a la residencia durante los primeros 3 años. Si no te alcanza la plata después de laburar como un esclavo, tampoco tenés la oportunidad de “paliar” la situación agregándote –aún más- horas de trabajo en otro lugar. Te tenés que joder porque “te están haciendo un favor”, “siempre fue así” y porque “si no lo hacés, te falta vocación”.

Bajo la excusa de ser un “programa de formación”, se nos trata a residentes y a concurrentes como estudiantes. No lo somos, porque terminamos nuestros siete años de carrera universitaria y luego entramos a la residencia. Pero ¿y si lo fuéramos? Nadie merece este bastardeo legal, cuando ya bastante tenemos con trabajar en condiciones deplorables. Y acá es cuando recuerdo la sarna del colchón, el dengue, los ascensores que se cayeron con médicos y pacientes adentro en varios hospitales, o los pacientes de algunas unidades cerradas que murieron durante los frecuentes cortes de luz por no tener generadores que mantuvieran funcionando los respiradores.

Este es un sistema perverso que beneficia más a quienes administran la salud que a la salud pública. Mantener mano de obra barata y eficiente es lo que importa.

El residente/concurrente tiene a sus verdugos afuera y adentro del hospital. El sistema corrupto se mantiene y romantiza la precarización laboral y el desfinanciamiento de la salud, donde está bien que se exija más por menos. Una situación que no es nueva (ni exclusiva de CABA) y que fue avalada por cada gobierno de turno. Porque que Rodríguez Larreta haya empeorado la situación no quita la desidia que se vive en la salud pública, no sólo en la Ciudad sino en todo el país. Los residentes siempre fuimos la mierda del tarro y eso les conviene a todos ellos.

Muchas veces se ha dicho que lo barato sale caro. Pero pocas veces se aclara quién paga el sobreprecio. En salud está claro que lo pagan los pacientes y quienes los atienden. Los que se benefician están detrás de los escritorios. Esta nueva ley sirve para que, a pesar de la crisis, esos bolsillos sigan llenos mientras el trabajador no tiene siquiera derecho a llamarse como tal.

Ojalá la gente nos escuche, porque el blindaje mediático es impresionante. Esta situación ya se tornó insostenible hace rato. Algún día nos vamos a cansar y vamos a decir “chau”. Tal vez ahí, se van a dar cuenta de que sin residentes y concurrentes (médicos, psicólogos, kinesiólogos, bioquímicos, etcétera) no hay hospital. Y que sin salud pública cualquier otro derecho queda en pelotas.

*Residente de infectología del HIGA Presidente Perón.