gendarmeria rosario

Cosecha Roja.-

– Se nos están oxidando los revólveres

– Vamos a tener que volver a las piñas y a la cuchillada

Así charlaban -y reían- jóvenes de un barrio al sur de Rosario una de las primeras semanas del desembarco de Gendarmería en la Provincia de Santa Fe. Tenían miedo: más de mil oficiales de la fuerza nacional acababan de desembarcar en la ciudad con una de las tasas de homicidios más altas del país, hacía días que un helicóptero sobrevolaba el barrio de día y un reflector iluminaba de noche. Pero también estaban tranquilos: “no porque Gendarmería los tratara dulcemente sino porque ‘los otros’ andaban sin fierros”, dijo a Cosecha Roja Enrique Font.

Durante las primeras semanas de abril no hubo tiros en los barrios, los jóvenes andaban en las esquinas desarmados y las madres festejaban que los niños volvían a jugar en la vereda. Cuando las fuerzas federales se retiraron, el poder quedó en manos de la Policía Comunitaria. “Lo que podría haber aportado la presencia de Gendarmería era el aire político en el territorio para avanzar en la reforma de la policía, pero el gobierno provincial no lo hizo”, dijo Font, titular de la Cátedra de Criminología de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Hubo algunos cambios en la rutina de la venta de droga pero “el que compra sigue comprando, el que vende sigue vendiendo y la policía local sigue recaudando”, agregó.

El desembarco de los gendarmes fue el resultado del fracaso de la política de seguridad de la Provincia. En Rosario, la tasa de homicidio aumentó de 13 a 21 cada cien mil en los últimos tres años. En marzo de 2013 detuvieron al Jefe de Policía provincial -Hugo Tognoli- acusado en una causa por tráfico de drogas y en octubre balearon la casa del gobernador Antonio Bonfatti. Además, la intervención de la División Judiciales de la policía agudizó la disputa entre bandas narco. “El gobierno quería mostrar que tomaba el liderazgo contra la criminalidad pero intensificó los asesinatos al generar un reacomodamiento”, explicó Font.

El informe “Desembarco verde”* de la cátedra de Criminología de la UNR analizó el impacto del operativo en la vida de los vecinos. “Tienen una mira telescópica que puede ver si están robando o algo y que le avisan a las camionetas que están patrullando”, dijo uno de los jóvenes. Así se percibió en el sur de Rosario la espectacularidad de la estrategia “Apocalypse Now” del Ministerio de Seguridad.

“Los gendarmes me hicieron devolverle la bicicleta al señor y me pegaron, pero no me hicieron causa. La cana –refiriéndose a la policía provincial- te pega, se queda con tu fierro y además te arma causa”, contó un joven. El estudio muestra el contraste entre la valoración positiva de la fuerza nacional y la pésima imagen de la policía provincial que es vista, según Font, como “una banda de delincuentes”. Los gendarmes “dicen buenas noches, por favor y gracias”, contaron los vecinos. Un joven dijo: “los policías son sin derecho y los gendarmes son con derecho. Los policías no tienen derecho a hacerte nada porque también andan en la joda [participan de actividades delictivas] y los gendarmes tienen derecho a hacerte cualquier cosa”.

Cuando se diluyó el impacto inicial de la ocupación aparecieron relatos sobre las detenciones que mostraban un cambio: una madre contó que al hijo le hicieron comer el cigarrillo que fumaba, varios contaron malos tratos a discapacitados, una mamá dijo que los gendarmes maltrataron y golpearon a su hijo, que está en silla de ruedas. “En una situación de tanta vulnerabilidad hay un nivel de tolerancia alto a la violencia: la lógica violenta de gendarmería era tolerada pero al extenderse en el tiempo, empezaron a reaccionar las madres”, explicó Font. El shock, la espectacularidad y la magnitud del operativo no pueden sostenerse en el tiempo sin poner en riesgo la efectividad. “No hay intervención federal que pueda sostenerse si el Gobierno provincial no avanza en reformar la policía”, agregó.

El paso siguiente era pasarle el mando a la Policía Comunitaria, pero el gobierno provincial no aprovechó la oportunidad. “Son unos pocos agentes con chalecos naranjas”, dijo Font. No fue una verdadera reforma: “fue un globo comunicacional que rápidamente hizo crisis”. Enseguida volvieron los tiros y, según la investigación, “los protagonistas de situaciones de violencia altamente lesiva” volvieron a encontrarse en los lugares de siempre.

Respecto a la comercialización de drogas, en el informe mencionan que hubo allanamientos -algunos frustrados y otros exitosos- y que eso trajo dificultades para “comprar faso o merca después de la ocupación”. Los puntos de venta siguen estando pero redujeron la oferta: “Por un lado a través del acotamiento del funcionamiento a determinada franja horaria. Por otro lado, a través de la reducción de la venta a determinado círculo de personas. Por ejemplo, uno de los jóvenes contó que ‘el búnker de ahora abre solo de noche, y el otro día había una cola de una cuadra para comprar’”, escribieron en el estudio. También apareció una nueva modalidad: el delivery. Alguien quiere droga, manda un sms, aparece una moto con una mochila, le entrega y se va.

“Los datos duros del delito no se han modificado, la medida no resolvió el problema de los homicidios, no hubo voluntad de abordar lo complejo”, dijo Font.

Los investigadores de la Cátedra de Criminología de UNR -Enrique Font, Eugenia Cozzi, María Eugenia Mistura y Marcelo Marasca- presentarán mañana el informe en el VII Seminario Internacional Políticas de la Memoria, en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti.

* Cátedra de Criminología en UNR: Enrique Font, Eugenia Cozzi, Marcelo Marasca, María Eugenia Mistura, Natalia Agustí, Luciana Torres y Marcia López Martín.