sacerdotesCosecha Roja-. En su última homilía, Luis Bernardo Echeverry Chavarriaga (69) habló sobre la muerte. La última celebración de Héctor Fabio Cabrera (27) fue un matrimonio colectivo en la cárcel de la Tierra del Alma. Los dos sacerdotes, uno por jubilarse y el otro recién ordenado, fueron asesinados en su parroquia.

La misa del 27 de septiembre había terminado. Pero dos hombres habían quedado en la iglesia, escondidos. Tenían un arma blanca. Su objetivo: robar las ofrendas que los fieles habían dejado hacía unos minutos.

Al día siguiente, en el cortejo fúnebre, tres mil personas lloraban en silencio. Otras dos mil esperaban en el parque para entrar y ver por última vez a sus guías espirituales. Hubo un momento en que la tensión explotó, y se escucharon los gritos de ¡Justicia! En voz baja, muchos decían: “esto es el fin del mundo, ya no respetan ni a los sacerdotes”.

Durante las horas que duró la misa de despedida, los 35 mil habitantes de Roldanillo -a 226 kilómetros al oeste de Bogotárecibieron lluvias. Cuando terminó, el agua cesó.  “Siento un dolor de iglesia, un dolor de diócesis, un dolor de la tierra del alma como le decimos a Roldanillo. Esta el alma de Roldanillo herida profundamente, este asesinato es un sacrilegio, por eso le pedimos a Dios misericordia y perdón. Que Dios tenga en su gloria a estos dos presbíteros que gastaron su vida en su servicio”, dijo el obispo de Palmira.

El padre Echeverry era de Medellín, pero amaba el Valle de Cauca, donde quería pasar sus últimos años, jubilado, después de 43 años de sacerdocio. Uno de sus mayores objetivos eclesiales había sido la construcción de más templos y capillas.  El último: la capilla de la Medalla Milagrosa. El cura iba todos los fines de semana a ayudar a los fieles a vender comida para juntar la plata. Al norte de la ciudad de Roldanillo, todavía siguen construyendo. Otra de sus obsesiones era el chicle. En 2012 había puesto una piedra a la entrada de la iglesia y había ordenado que todo el que estuviera masticando chicle lo dejara ahí antes de la misa y, si querían, después lo podían volver a tomar.

El padre Héctor Fabio Cabrera era el único hijo de una familia de Zarzal, al norte del Valle de Cauca, y llevaba apenas un año y medio de sacerdote. En los próximos días partiría para España, a seguir con su formación. Él fue quien llamó para avisar a la policía que los habían acuchillado, pero cuando los oficiales llegaron ya estaban los dos sin vida.

Este asesinato, por el que las autoridades ofrecen una recompensa de 35 millones de pesos, no es el primero de este tipo que ocurre en la zona. En 1999 mataron al padre Héctor Vélez Vallejo con un arma blanca, también para robarle. En ese caso uno de los asesinos se entregó y delató a sus compañeros. Según la Conferencia Episcopal de Colombia, hasta febrero pasado, y en los últimos 29 años, dos obispos y 84 sacerdotes fueron asesinados en el país.

 

Otro caso: Colombia: 40 años de prisión por haber concretado el pacto de muerte de dos sacerdotes