Tienen que respetar tu parto

Madres, médicos y parteras narran sus experiencias de parto respetado en Paraguay.

Tienen que respetar tu parto

Por Juliana Quintana
22/10/2019

Coral Ruiz no se arrepiente de la mejor decisión que tomó en su vida: tener a Tomás por parto vaginal. «Por tu seguridad, la de tu bebé y la mía es mejor hacer una cesárea», insistía la ginecóloga cuando ella atravesaba la semana 37 de su embarazo. Pero Coral quería tener a su hijo como acostumbraban en su familia, sin inducciones. «Ese día te vas a arrepentir», le advirtió la doctora. No fue así. 

Tener un parto humanizado implica que se respeten los tiempos de la madre y el bebé en un espacio familiar donde se eviten las intervenciones quirúrgicas innecesarias. La Organización Mundial de la Salud (OMS) considera que las cesáreas no deben superar el 15% de los nacimientos. Paraguay supera por seis veces esta cifra. La mayor cantidad de cesáreas se realizan en el Hospital Militar, que alcanza casi la totalidad de los nacimientos, seguido por los sanatorios privados, con ocho de cada diez.

La humanización del parto busca, además, evitar las prácticas violentas y lo que se denomina «la catarata de intervenciones». Entre ellas: el rasurado obligatorio de entrepiernas, la episiotomía de rutina, la prohibición de comer o beber durante el trabajo de parto, el apuro en el contacto piel a piel con el hijo, el goteo de oxitocina y la epidural no consentidas. 

Para Guillermo Ramalho, gineco-obstetra del Hospital Bautista de Asunción, el protagonismo del binomio madre-hijo es la clave para el parto respetado. «Se trata de generar un espacio familiar íntimo donde el nacimiento se desarrolle de la manera más natural posible. Por eso, es importante que atendamos a los tres pilares fundamentales: el enfoque de derechos, la evidencia científica y la integridad de la madre», dice.

Devolviendo el protagonismo a las mujeres 

A las 40 semanas, Coral Ruiz rompió bolsa. Era un martes 18 de septiembre a las 3 de la madrugada cuando fue con su marido y su mamá al Hospital Bautista. Llevó una pelota de goma, un playlist con su música favorita, una computadora con películas, un parlante y una figura de la Virgen para que le de fuerzas. Luego de seis horas de trabajo de parto, su médico le consultó si quería oxitocina artificial para acelerar el nacimiento, pero antes le explicó en qué consistía la droga. Cada decisión fue antes consultada y aprobada por Coral.

Tras haberse aplicado la oxitocina sin muchos resultados se metió en la pileta del hospital. La fotógrafa del hospital colocó estrellitas con luces tenues y música tranquila. Al cabo de unos minutos, retomaron la oxitocina y comenzó a tener contracciones. Coral prefirió la silla de parto, y fue así que, con su madre sosteniéndola de un brazo y su marido del otro, rodeada de la pediatra, el ginecólogo y la fotógrafa, trajo a la vida a Tomás. Su esposo tuvo la posibilidad de cortar el cordón umbilical y ambos hicieron el apego, un vínculo afectivo único que se construye entre el bebé y el adulto a través del contacto piel a piel.

Coral Ruiz

Con su madre sosteniéndola del brazo y el marido del otro, rodeada del pediatra, el ginecólogo y la fotógrafa, Coral Ruiz trajo a la vida a Tomás. El parto humanizado implica que se respeten los tiempos de la madre y el bebé en un espacio familiar donde se eviten las intervenciones quirúrgicas innecesarias / Fotografía de Carolina de Vargas

El modelo del «nacimiento sin intervención» no es nuevo. Cuando los movimientos feministas latinoamericanos de los 90 comenzaron a organizarse para acabar con la violencia obstétrica surgió la otra cara del nacimiento: el parto respetado.  Pidieron defender una atención humanizada del parto desde una perspectiva de género. Lo que implica comprender y respetar las prácticas sociales, culturales y religiosas de las madres y sus familias. 

Paraguay es el cuarto país en Latinoamérica con las cifras más altas en mortalidad materna. Según la revista The Lancet, cerca de tres cuartos de las muertes maternas en el país se deben a causas obstétricas directas, esto es, la atención del parto. Por esto surgen políticas institucionales de hospitales del país con perspectiva de nacimientos más naturales en un ambiente protegido y de serenidad.

Lo más parecido al hogar

Daniela Parra recibió en sus brazos a Gael, estaba mojado y envuelto en una toalla turquesa. La dejaron tenerlo todo el tiempo que quiso y hoy se acuerda con mucho cariño del momento en que llegó por primera vez al consultorio de su ginecólogo, Sandro Strubing. 

«Te voy a ser sincera, doctor, mucha gente dice que vos practicás muchas cesáreas», le dijo en ese momento, «pero yo quiero un parto normal y lo quiero tener contigo». El médico se sacó los anteojos y le contestó: «El 90% de mis partos son cesáreas, tenés razón, pero porque me piden. Yo no tengo problema en acompañarte en el parto normal».

Daniela Parra quería un parto vaginal, aunque muchos le decían que «su caja era muy chica». Sus amigas del curso para embarazadas Mamá Club la ayudaron y se preparó para el día del parto. El ginecólogo Sandro Strubing la acompañó en su decisión / Fotografía cortesía

Daniela Parra quería un parto vaginal, aunque muchos le decían que «su caja era muy chica». Sus amigas del curso para embarazadas Mamá Club la ayudaron y se preparó para el día del parto. El ginecólogo Sandro Strubing la acompañó en su decisión / Fotografía cortesía

Existen varios elementos para que las embarazadas se sientan cómodas y como «en casa» a la hora de parir en un hospital: la piscina, velas aromatizantes, inciensos, colchonetas, luz tenue o apagada, telas, pelotas de goma, clima cálido y música. Es un parto donde la mujer puede elegir, se siente segura y confía en su cuerpo. Es, también, un momento acompañado por un profesional que sabe escuchar y detectar si hay algún problema, y –si verdaderamente lo hay– interviene.

A pesar de que muchos le dijeron que «su caja era muy chica», con el apoyo de sus amigas del curso para embarazadas Mamá Club, Daniela Parra se preparó para el día del parto. Tres meses antes estuvo internada y no quería saber nada de volver a un hospital. Pero cuando vio llegar a Marcia, la misma enfermera que la había acompañado ese tiempo, sintió que le volvía el alma al cuerpo. La bañó con agua tibia para que le calmen las contracciones, la masajeó y hasta hizo fuerza con ella, como si el tiempo de nacer fuera una decisión de Gael.

En la última década las propuestas en hospitales como el San Pablo y el Bautista cambiaron para que las mujeres puedan acceder a un parto humanizado. Según Vicente Acuña, director del Hospital San Pablo, hace siete años comenzaron a capacitar a su personal en parto humanizado y eso permitió controlar las indicaciones de la cesárea. «El Hospital San Pablo es la segunda maternidad pública más grande de Asunción (después de IPS, que tiene 8.000 partos al año) y es el que menor tasa de cesáreas tiene en el ámbito público», cuenta el especialista.

Acuña dice que en el 2012 en el San Pablo llegaron a tener 4.600 partos, lo que equivale a doce partos por día. «En ese momento se estaban construyendo otras maternidades y estábamos absorbiendo mucho de la periferia. Después fuimos bajando y ahora estamos en un promedio de 3.000 partos al año que, con la nueva infraestructura del hospital, creemos que vamos a llegar a 4.000 de nuevo», refirió.

Coral Ruiz cuenta que sintió mucha confianza cuando Ramalho le hizo el recorrido guiado por el Hospital Bautista, porque le permitió conocer el hábitat en el que traería a la vida a su hijo. Los profesionales de la maternidad acompañan a las embarazadas desde el prenatal y diseñan junto a ellas el plan de parto. El parto vaginal cuesta entre Gs. 3.615.000  y Gs. 4.200.000 (entre 600 y 700 U$D), sin honorarios médicos. Instituciones con este enfoque también ofrecen un servicio de cesáreas respetadas. 

El especialista relata que el parto se institucionalizó en hospitales para tratar de disminuir los riesgos de muerte materno-fetal. Pero en ese proceso se perdieron dos aspectos importantes: la integridad y el cuidado de la salud mental de la mujer. «Si la traigo al hospital y la rodeo de luces e instrumentos en una habitación fría, no entendí el parto respetado. Porque la estoy sacando de un hogar, de un lugar íntimo y la estoy trayendo a un lugar hostil, de intervención, con enfoque de riesgo», dice.

El modelo de atención actual no acompaña las necesidades de la madre al momento del alumbramiento. La medicalización excesiva prepara a los embarazos y partos como eventos sanitarios hospitalarios, homogéneos, estandarizados, controlados y regulados por el personal de salud. El aumento del uso de la tecnología favorece las intervenciones que, muchas veces, son innecesarias. Además, el parto tecnologizado da ganancias extra a la industria, en general, y a la salud privada, en particular. 

Una de las principales críticas al parto respetado es que desatiende a los avances tecnológicos de nuestro tiempo. Pero ahora, la modernización de la obstetricia comienza a tener otra cara: ofrece un amplio abanico de formas de dar a luz. Lejos de yacer inmóvil en una cama y sin posibilidades de participar activamente en el proceso, las nuevas técnicas son capaces de humanizar el parto, porque permiten a la mujer elegir qué tipo de parto desea, atendiendo la seguridad de la madre y el feto. 

Tanto el parto respetado en instituciones como el parto domiciliario son recomendados en Europa y Canadá, donde figuran entre las políticas de salud. Aunque, desde el Ministerio de Salud y la Sociedad de Obstetras del Paraguay, el parto domiciliario está desaconsejado por la falta de infraestructura en el país. 

Un modelo de atención que discrimina

La noche del 28 de mayo, Sarah Aquino fue a la casa de sus suegros en Loma Pytã para estar más cerca del hospital en el que atendía su partera. Estaba de 40 semanas y se sentía triste porque la obstétrica le acababa de decir que no la acompañaría en el parto domiciliario que planificaron juntas por meses: la última ecografía mostraba una circular de cordón, señal de que el bebé se enreda con el cordón umbilical y puede producir asfixia. Se pasó toda la noche mirando videos de YouTube donde los niños nacen en esas condiciones. Al día siguiente, fue al Materno Infantil de Loma Pytã.

Las luces fluorescentes, la sistematicidad, la cantidad de gente, la espera, la burocracia. Tres horas después fue su turno. El consultorio era tan pequeño como un clóset. La ginecóloga le hizo las preguntas de rutina: cuántos meses tiene, hay o no hay contracciones, qué tal los análisis. «¿Mi pareja va a poder entrar a la sala conmigo?», preguntó Sarah. «No. Vos vas a estar con otras 5 mujeres pariendo», le contestó la médica. ¿Cómo? «Y sí mamita, acá no tenemos el espacio como para que todos los padres puedan entrar». Lo último que le dijo fue: «Vos no estás nada dilatada, si hoy no entrás en trabajo de parto, vení mañana y te llevamos a cesárea».

Para Gladys Larrieur, jefa de Ginecología Infanto Juvenil del Hospital General Pediátrico Niños de Acosta Ñu de San Lorenzo, desde el punto de vista psicológico, no hay una empatía para la recepción de la paciente en su territorio, lo que muchas veces la obliga a migrar. «Teniendo un servicio de salud en su ciudad, en su comunidad, en su pueblo, van a otro servicio. Lo que nos habla de un débil desarrollo del sistema de red de servicios en salud», observa.

Esperanza Martínez, médica, ex ministra de Salud y actual senadora considera que muchos profesionales de la salud no respetan la humanidad de los pacientes. Tampoco existe una política institucional donde cada tres horas alguien le explique a las familias, en el idioma que hablen, cómo está el o la paciente.

Victoria Peralta, partera y activista de la Asociación Latinoamericana de Medicina Social y Salud Colectiva (Alames) dice que se ejerce un disciplinamiento social sobre el cuerpo de la mujer en el momento del parto. «Es muy fuerte colocar la palabra violencia en ese momento que todo el mundo dice que es tan sublime», reflexiona y agrega que para muchas es un evento traumático que en muchísimos casos deja secuelas serias. «Hay que hacer todo un proceso de desmitificación y, sobre todo, desaprender esta idea de que las mujeres tienen que sufrir y obedecer», sentencia. 

El instinto de Sarah Aquino no la dejaba parir en el hospital de Loma Pytã. Para ella, era inconcebible dar a luz sola, intervenida, con gente pidiéndole que se calle. A último momento, decidió parir en la casa de sus suegros.

Parir en casa

Nelly Goiriz es la única partera que acompaña partos domiciliarios en Asunción. En 1998 viajó a Japón y observó casas de partos y nacimientos en domicilios con evoluciones totalmente naturales, siguiendo solamente el proceso fisiológico. Volvió a Paraguay convencida de que ése era el modelo al que había que apuntar. 

Al principio eran pocas las interesadas en promover los partos en casa, y juntas comenzaron a hacer talleres sobre parto respetado. Desde el 2003 empezaron a llegar extranjeras que querían tener partos en Paraguay. Vinieron de Estados Unidos, España, Japón, Francia. De a poco, Nelly fue aceitando esta práctica y las mujeres paraguayas también comenzaron a imitar esta modalidad de parto.

«El proceso natural del parto no es un secreto. Sabemos que si la mujer está en un ambiente cálido, conocido y con el apoyo de su familia y su partera ahí en la casa se libera mayor cantidad de oxitocina a nivel de sistema nervioso central porque no se bloquea», explica Nelly, que trabaja en conjunto con Miguel Ruoti, presidente de la Sociedad Paraguaya de Ginecología y Obstetricia. Cada vez que asiste a un parto domiciliario, se comunica con él para que, en caso de que haya alguna complicación, la reciba un equipo articulado que pueda asistir la emergencia a tiempo.    

Ni bien salió del consultorio de la ginecóloga del Materno Infantil de Loma Pytã, Sarah Aquino comenzó con contracciones, una tras otra. Se trasladó a la casa de los padres de su novio, Alejo. Hicieron un último intento para convencer a la partera de que los ayudara. Al final accedió. 

Mientras Sarah esperaba en la habitación, respiraba, bailaba y repetía un mantra en la cabeza: «Abrí bien las piernas, Sarah, y dejalo caer». Cuando empezó a pujar, entró la partera. Liam nació con su fuerza y la de su madre, en el hogar.

Sarah Aquino parió en casa de sus suegros con ayuda de una partera. 5% de los partos en Paraguay se realizan en los hogares, según datos del Ministerio de Salud. / Fotografía cortesía

Sarah Aquino parió en casa de sus suegros con ayuda de una partera. 5% de los partos en Paraguay se realizan en los hogares, según datos del Ministerio de Salud. / Fotografía cortesía

La OMS admite la existencia de diversos lugares de parto, desde el domicilio hasta centros terciarios de salud, pero no se manifiesta a favor de ninguno. Sostiene que lo que garantiza la seguridad en un parto no es el espacio, sino el modelo de atención y cuidado de la mujer embarazada y del bebé. 

De acuerdo a los datos disponibles del Ministerio de Salud, en el 2017, el 65,6% de los niños nacieron en hospitales del Ministerio, el 18,2% en instituciones privadas, el 9,2% en IPS y el 5% en los hogares. Pero no existen datos cruzados entre la tasa de mortalidad materna-infantil y la del lugar de parto que permita atribuirle a este o a otro factor las causas de muerte. 

El Ministerio desaconseja el parto domiciliario, por falta de infraestructura necesaria en las casas de todas las parturientas. Además, el parto en casa no está disponible dentro del sistema de salud público porque, entre otros motivos, no se cuenta con las condiciones de asistencia necesarias en caso de que el parto se complique.

Victoria Peralta cuenta que entre los años 80 y la mitad de los 90 había altos porcentajes de partos domiciliarios en Paraguay. «Ahora casi todos los partos son en los hospitales, pero tenemos indicadores de muerte materna altísimos. O sea, no es que se mueren las mujeres porque fueron atendidas en las casas. Antes, la justificación era que se morían por ser atendidas por parteras empíricas. No es cierto. Las mujeres se están muriendo en los hospitales y en los de más alto nivel». 

Pero, ¿quiénes pueden acceder a un parto respetado? Quienes pueden pagarlo y tienen las condiciones sanitarias suficientes en sus hogares. Por un lado, deben estar atadas a algún seguro médico, y por el otro, deben abonar entre Gs. 3.500.000 y 4.000.000 (de 600 a 700 U$D aproximadamente). 

Para la senadora Martínez el parto en casa podría convertirse en una política acertada. Pero, mientras el 40% de la población siga estando por debajo de la línea de pobreza y las condiciones de salubridad en las casas no sean las más aptas para un parto, hay que seguir apostando por un parto institucional seguro y humanizado.

*Esta nota se produjo en el marco de la Beca Cosecha Roja y se publicó también en El surtidor.

Juliana Quintana
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