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Cosecha Roja.-

“Queridos amigos, está pasando otra vez”. Así adelantó David Lynch, siete meses atrás, que volvía Twin Peaks. Los fanáticos de la serie de los noventa estallaron y se imaginaron cómo sería volver a buscar a Laura Palmer 25 años después.

Pero unos días atrás el proyecto se frustró: no le ofrecieron la plata que él quería para hacer el guión.

Los actores de la serie filmaron un video en apoyo al director: “Twin Peaks sin David Lynch es como…”. El video tiene casi 300 mil vistos en YouTube. Los fans se sumaron y completaron la frase.

Leé la reseña de la serie que cambió el policial en la pantalla de la TV.

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Agustina Sulleiro – Cosecha Roja.-

“Te veo en 25 años”, le dijo Laura Palmer al agente Cooper en esa especie de limbo rojo en el que cayeron los personajes de Twin Peaks al final de la serie. El año que viene se cumple ese plazo y sus creadores, David Lynch y Mark Frost, van a cumplir la promesa: en el 2016 se viene una nueva temporada de nueve capítulos que va a cerrar la historia que descontroló la televisión de los 90.

¿De qué va la serie? Un día aparece el cuerpo de Laura Palmer envuelto en plástico y Twin Peaks no para de llorar. Para resolver el crimen, Dale Cooper, un agente especial del FBI, se instala en ese pueblo del norte de los Estados Unidos, y va a trabajar junto con el sheriff local, Harry Truman. Planteado el caso de arranque, la serie se desarrolla junto con la investigación. Y la pregunta que se hacen todos es quién pudo haber sido tan pero tan malo como para asesinar a una muchachita tan pero tan buena; la misma pregunta que nos queda rebotando a todos cada vez que aparece una piba muerta.

El homicidio de Laura Palmer pone en escena el límite: los buenos de un lado, los malos del otro. Y esta división se proyecta sobre el resto de las historias, sobre los distintos personajes locales con sus amores cruzados y sus negocios entreverados, en un escenario plagado de casas bajas, dinámicas conspirativas de pueblo chico y un misterioso bosque verde saturado. La moral de Twin Peaks aparenta ser plana: el bien y el mal son dos esencias claras, transparentes. No se discuten ni se confunden, no hay ambigüedad. Durante dos temporadas, los cerros gemelos (Twin Peaks en castellano) van a ser el concepto que sintetiza esta dualidad constitutiva, y que se replica en otras: lo bello y lo deforme, el amor y el odio, la calma y la violencia, lo normal y lo extraño. Cooper y Bob.

No pasa mucho tiempo desde su llegada para que el detective Copper se tire de palomita en la energía blanca de Twin Peaks. Es un galán inteligente, con una elevada consideración de la amistad y que disfruta placeres plebeyos como el café recién hecho y el pastel de cerezas. No es un tipo oscuro, mucho menos pedante: él sabe que solo no puede resolver el enigma, y por eso forma un dúo sólido con Truman, que confía en los múltiples métodos de investigación de Cooper. La lógica racional se entrelaza con la interpretación de sus viajes oníricos, sueños extrañisimos que develan pistas invaluables, habilitando un matrimonio entre las dimensiones de lo real y lo fantástico.

El lado B lo representa Bob: la encarnación del mal, el mal devenido sujeto, su individuación. Sin embargo, su substancia es volátil, dinámica y por lo tanto capilar: fluye por los poros, por los microcontextos, por los cuerpos. Todos los hombres son potenciales envases del mal, todos pueden tener un dark side. Alcanza con la voluntad de Bob para que así sea.

Twin Peaks muestra el lado oscuro de una forma extraña: es una historia de detectives pero teñida por una dimensión esotérica, onírica, fantástica. Al verse cuestionada por un asesinato (sumado a casos de narcotráfico, corrupción y juegos clandestinos), la moral de pueblo chico ya no es pura e inmaculada. Emerge lo sucio, se muestra lo abyecto. El crimen y el delito son, una vez más, la cortina que la sociedad pone en su monoambiente para separar los espacios: no todo da igual. Ahora bien, el porqué de la perversión se encuentra en la dimensión de lo fantástico. Y es ahí donde la serie es eficaz, en ese cruce, en la presentación de ese combo que permite asociar algo tan terrenal como un crimen con algo tan etéreo: la naturaleza del mal.

En definitiva, Twin Peaks es una serie sobre el bien y el mal. Trabaja sobre esta oposición clásica para, finalmente, llegar a una conclusión que es, cuanto menos, polémica. Y que da mucho miedo. Sí, los últimos capítulos son una bomba. A veces, uno se convence de que los finales no son lo más importante porque la posta está en el desarrollo, en el despliegue de la trama. Son mecanismos de defensa, escuditos que los espectadores levantamos tras haberle dedicado tiempo y manija a series que, hacia el final, se pinchan. Pues bien, éste no es el caso.

El motor de la primera temporada es la investigación del crimen de Laura, y por ello se desenvuelve en el registro de lo real. A mediados de la segunda y con la resolución del caso, se profundizan los elementos fantásticos, las historias paralelas estallan, se ensanchan. Y si por un momento uno se siente perdido en la trama (y por eso se hacen más pesados los episodios), hacia el final el foco se aclara. Twin Peaks propone una respuesta a una cuestión más amplia, más universal, más trascendental que las anécdotas de pueblo. Twin Peaks es un intento por explicar la naturaleza del mal: qué es, cómo funciona, cuál es su origen. De ahí su vigencia.

Ya se cumplieron 25 años de la muerte de Laura Palmer y la serie sigue siendo efectiva en su propuesta: dejarse llevar por lo bizarro de los personajes (la señora del tronco, el coronel Major Garland, Nadine Hurley con su locura y su parche en el ojo); y también por lo espectacular de los paisajes: el bosque, la cascada del río, las montañas, el aserradero en medio de la nada. Dejarse llevar por el relato mágico, por la intriga, por la música, por la audacia y la belleza de las mujeres. Pero, sobre todo, dejarse llevar por la singular forma de mostrar el lado oscuro. Porque, como sentenció David Lynch: “Queridos amigos de Twitter… está ocurriendo otra vez”.