Cumple domiciliaria a siete cuadras del papá de su víctima. “Si no paran con las marchas, los vamos a limpiar”, le dijo.

La madrugada del 10 de diciembre de 2011, Sandra Villalba, una empleada municipal de Nueve de Julio, fue asesinada a golpes por Marcelo Vicente “Boli” Gamella, su marido. A cinco años de esa muerte, mientras cumple domiciliaria a siete cuadras del papá de Sandra, envía mensajes: “Si no paran con las marchas, los vamos a limpiar a vos y a tu mujer”.Durante estos cinco años la familia Villalba se cansó de denunciar “desprolijidades” en la justicia. Tras el crimen de su esposa, Marcelo Vicente “Boli” Gamella fue llevado a la comisaría de Dudignac, un pueblo cerca de Nuevo de Julio.

Después pasó 11 meses preso en Mercedes, hasta que en medio de una feria judicial, tres jueces -llamativamente porque el condenado tiene 50 años y perfecto estado de salud- interrumpieron su descanso para darle el beneficio de la prisión domiciliaria. Según cuentan los vecinos, aunque no se animaron a decirlo en la fiscalía, no la habría cumplido. Dicen que Se lo veía por las calles de la ciudad, en los bailes, hasta el año pasado que le pusieron una pulsera y le designaron un perímetro. “Yo estoy arreglado con la policía, entro y salgo cuando quiero”, le gritó una tarde desde la ventana al papá de Sandra. Femicida

“En una de las audiencias estábamos en un cuarto intermedio en un café frente a la plaza de Mercedes, sentados con nuestro abogado, y lo vemos aparecer a Gamella, acompañado de testigos que todavía no habían declarado, sin ningún tipo de custodia policial”, le contó Omar Villalba, el papá de Sandra, a Infobae. “El tipo estaba sentado ahí y lo miraba desafiante a Omar, como riéndose”, recordó más tarde la escena Marcelo Peña, uno de los abogados de la familia junto a Pablo Harguindegui. Frente a lo evidente de la irregularidad el abogado fue a denunciar la situación ante el secretario del Juzgado. Lo llevó hasta el bar para dejar constancia. Curiosamente, dice Peña, nunca volvió a participar de otra audiencia. “No fue más, como si tuviera miedo de que yo fuera a exponer esta situación en el juicio”, dejó saber.

Sandra Villalba tenía 41 años, dos hijos, dos nietos por los que daba todo, y un secreto: era una mujer golpeada. Ese viernes alrededor de las 22 su marido, Marcelo “Boli” Gamella, la pasó a buscar por donde estaba festejando el fin de año con compañeras del barrido municipal y limpieza de Nueve de Julio. Ella se subió a la moto, compraron helado a la pasada y alrededor de las 23 cruzaron las vías y entraron al barrio Madres Solteras con un pote de 1kg abajo del brazo. Después de eso se sabe a partir de la declaración en el juicio del vecino lindero, que discutieron, que él le dijo “vos vas a coger conmigo”, que tuvieron sexo, que hubo más gritos, que él pateó al perro y que de repente todo quedó en silencio.femicidio 2

A las 2 de la mañana, Gamella salió a su trabajo como patovica en Luna Morena, un bar del centro frente a la plaza principal. Un testigo dijo que esa noche lo vio fumar, un vicio que hasta esa noche no sabía que tenía. A las 4 el hijo de ambos, Enzo, encontró a su mamá con la cabeza destrozada de la cara para atrás, muerta a golpes en su habitación.

“Mirá Omar, yo no te puedo asegurar que los hijos que tengo con mi mujer sean míos, pero de que a Sandra la mató Gamella, yo no tengo dudas”, le dijo una fuente policial al papá de Sandra la semana del crimen, tras las primeras declaraciones. “Le destruyó el cráneo con un elemento contundente en forma de ángulo”, le detalló una médica forense a la que le tocó examinar el cuerpo a Amalia, la esposa de Omar. “Está yendo a las carreras de galgos, se queda adentro de una camioneta” o “ayer a la noche vino a la estación a comprar cigarros, había bailanta enfrente”, frases que llegaron a oídos de la familia, mientras el ex yerno debía estar cumpliendo prisión domiciliaria. Algunas de esas declaraciones fueron parte del juicio, otras no.

A pesar de sus casi 40 mil habitantes, Nueve de Julio es una ciudad chica. “Con corazón de pueblo”, dice el slogan del municipio, por lo cercano, porque todos se conocen, porque todos saben.

Cuando el patovica llegó a la escena del crimen ese 10 de diciembre, Enzo, en ese momento con 14 años, lo encaró desencajado: “hijo de puta vos mataste a mi mamá, yo sabía que esto iba a pasar, yo sé mucho”. Él quiso culpar al chico: “mataste a tu mamá, qué hiciste pelotudo”. Cuando le preguntaron en la declaración al hijo de Sandra por qué había dicho eso ese día, respondió: “porque le vi sangre en la oreja”. A la semana no quedarían prácticamente dudas: peritos de General Rodríguez oscurecieron la casa y realizaron pruebas con luminol. Las manchas de sangre brillaron. El lugar había sido limpiado, las marcas iban desde la habitación, pasando por el pasillo y hasta el baño, las huellas de Gamella estaban ahí.

Femicida Sandra

El 17 de abril del 2015 el Tribunal en lo Criminal Nº3 de Mercedes condenó a prisión perpetua a Marcelo Vicente Gamella por el asesinato de Sandra Villalba. El condenado recurrió a casación en La Plata que confirmó el fallo, pero él volvió a apelar y la sentencia –una vez más– no pudo quedar firme. Sólo le queda la Suprema Corte. El objetivo de su abogado es agotar las instancias, dilatar a pesar del final anunciado, de un juicio con 37 testigos en contra.

Tras la última modificación del Código Penal en 2012, el femicidio se convirtió en un agravante de la figura de homicidio. Por eso la condena que debe cumplir Gamella, que a la fecha del crimen hubiera sido de 20 años de prisión, a partir de la nueva reglamentación y agravada por el vínculo, es perpetua.Pero hasta que el máximo tribunal de la Nación no se expida, Gamella goza del beneficio de la prisión domiciliaria. La cumple en casa de su hermana en Nueve de Julio, sin policías a la vista. En esa casa lo visita su nueva novia. Y ahí pasará navidad rodeado de amigos.

A solo siete cuadras viven el padre de la mujer que mató, Omar y su esposa, Amalia Cappanari, a los que tiene amenazados de muerte. “Ese tipo va a estar levantando un vaso de sidra a fin de año, y nosotros tenemos que llevarle flores a Sandra”, dice Amalia. El comedor de la casa es oscuro, solamente hay prendida una luz blanca que ilumina mesa. En la punta están apiladas todas las ediciones de El 9 de Julio, el diario local, con noticias de Sandra. Del juicio, de las marchas, cartas de lectores que hablan del tema. Abajo de los periódicos hay copias del expediente. Las persianas están cerradas hasta abajo, y afuera el sol raja la tierra.

Amenazas

G. no quiere dar su nombre. Estuvo el día que el “Boli” Gamella conoció a Sandra. No se acuerda si era sábado o domingo, pero sí que fue en la bailanta del Centro de Empleados de Comercio de Nueve de Julio. Ella era una de sus amigas más cercanas. “Yo creo que en más de una oportunidad se ha querido ir, para mí ella estaba amenazada”, dice y se queda unos segundos en silencio. Después suelta: “A mí me habían dicho que la tenía amenazada de que le iba a tocar a uno de los nietos”.

Sandra en el 2011 tenía dos nietos, Thiago y Guadalupe, hijos de Estefanía, “Fany”, su hija. Fue abuela a los 30 años y según cuenta su amiga “eran su vida”. No llegó a conocer a Benicio, que nació al año siguiente, ni tampoco al hijo de Enzo, Joaquín.

Un día Sandra apareció sin un diente y la única explicación que dio fue “me caí de la moto”. Otro día llegó con moretones en la cara: “me golpeé con la escoba”. Las falanges rotas: “me golpeé otra vez”. Las señales estaban ahí. Fany contaría más tarde que su mamá le pedía que no hable, que no cuente. “Esquivaba que uno fuera a la casa, que la visitara, por ahí tenía miedo que uno viera y le contara a los padres”, dice G..

Sandra femicidio

Omar tiene una brocha en la mano desde los 17 años. Hoy tiene 70 y esta semana 12 persianas por pintar. En Nueve de Julio lo conocen como “El tío” Villalba. Le gusta el folclore, el tango. Tuvo un dúo que se llamó “Reencuentro”, tocaron en varios pueblos. Acaba de hacer calibrar su guitarra y está contento porque la tiene de vuelta en la casa, disfruta de tocarle canciones a su nieta. Hace 17 años que conoce a Amalia, y dos que se casaron, fue ella la que ese sábado 10 de diciembre de 2011 le dijo “voy a darte la peor noticia de tu vida”; y lo hizo. Sandra era su única hija.

Hace poco Omar estaba subido a una escalera pintando el frente de su casa de calle Estocolmo, cuando escuchó un “tengo esto para usted”. Miró para abajo y un pibe en bicicleta le extendía un papel. Apenas hizo contacto con el mensaje, el chico desapareció sin despedirse. Escrito de puño y letra, decía: “Si no paran con las marchas los vamos a limpiar a vos y a tu mujer”. El recado se repite, a veces en papel, a veces alguien lo grita en la ventana, todo fue aportado a la causa. Él y Amalia dudaron si esta entrevista no era una trampa, si alguien no se metería en su casa a querer matarlos. Estaban preparados.

“Podría tranquilamente hacerlo porque ya está jugado, no se escapa a la realidad. Una persona con perpetua, con 20 años por delante no sé que se le cruzará por la cabeza, si cumplir con la ley o venir a buscarnos a nosotros”, dice el abogado Peña. El año pasado pasado un cliente suyo se cortó la pulsera y estuvo unas horas prófugo. Pero aún sin desprenderse del dispositivo, en el tiempo en que Gamella puede salir del perímetro, dispararse la alerta, el Servicio Penitenciario dar aviso a la policía de Nueve de Julio, un patrullero llegar hasta la casa donde debería estar cumpliendo la domiciliaria Gamella, a sólo siete cuadras de distancia, las amenazas podrían cumplirse.

Femicidio Perro

Cada sábado Omar visita a su hija en el cementerio municipal de Nueve de Julio. Ahí hay una foto de ella con 28 años, una estampita que dice “Gracias por todo el amor que me diste” y firma “El Calle”, un perro galgo al que Sandra había bautizado así y que pasaba a buscar cada madrugada por casa de una vecina, que la acompañaba a hacer su recorrido de barrido y limpieza. Falta una placa que Omar acaba de hacer poner por los 5 años de la muerte. Se queja porque no está. “Nunca me puedo quedar mucho tiempo”, comparte y prende un cigarro. Antes de irse acaricia la foto de ella con la yema de los dedos y le dice “mi amor”, y “vamos a hacer justicia”.

* Esta nota fue escrita en el marco de la Beca Cosecha Roja. También fue publicada en INFOBAE