Aunque la Justicia de Santa Cruz procesó a los supuestos asesinos de Marcela Chocobar el crimen está lejos de ser esclarecido. La joven trans fue asesinada en 2015. Sólo se encontró su cráneo. El cuerpo sigue desaparecido. Una investigación periodística de Cristian Alarcón para Chequeado.com revela que lo actuado hasta el momento por la jueza Rosana Suárez tiene demasiadas fisuras. Los dichos del procesado Ángel Azzolini se contradicen con sus declaraciones en la sede judicial, entre otros detalles. La familia Chocobar sospecha de Martín Báez, el hijo del empresario preso por lavado de dinero. Se basan en que uno de los acusados vivía en una casa que le prestaba Báez. Además Marcela contó a sus amigas y su familia que asistía a fiestas en la famosa chacra de los Báez.

Las hermanas de Marcela Chocobar están convencidas de que los dos hombres que la levantaron esa noche en la puerta del bar Russia, el escalador Oscar Biott y su amigo Angel Azzolini -ambos detenidos y procesados por homicidio simple-, fueron “instrumentos” de otros autores intelectuales.

Mientras estaban en libertad, a Azzolini y a Biott les intervinieron los teléfonos celulares. Ellos seguían en contacto a pesar de que hacía algunos meses que Ángel había dejado la casa en la que vivieron durante un año y medio. Según un testimonio en la causa se referían a Marcela como “el perro desaparecido”.

La cabaña que compartían, sin pagar alquiler, no es un dato menor: pertenece al predio de la empresa de construcciones Kank y Costilla, conocida en Río Gallegos por ser propiedad de Martín Báez, uno de los hijos de Lázaro Báez, empresario ligado al kirchnerismo. En el entorno del joven reconocieron que le prestaba la casa pero negaron que fueran amigos. Aseguran que sólo era su profesor de escalada. Lo llamativo, revela el artículo, es que esa información nunca le resultó relevante a la jueza Rosana Suárez, del Juzgado de Instancia N° 3. Aún cuando la prueba técnica más contundente de la causa es la pericia que descubrió el ADN de Oscar Biott en el cuello del saquito negro de Marcela Chocobar que apareció cerca del cráneo.

El 6 de septiembre de 2015, Marcela Chocobar fue asesinada con odio. Su cuerpo no apareció. Sólo su cráneo, perfectamente cercenado entre la segunda y tercera vértebra, sin vestigios de tejido blando que fue quitado con un objeto filoso. A unos metros del cráneo, en un terreno baldío del barrio San Benito, envueltos en un nylon negro, aparecieron una cadenita, un vestido negro, un saco negro, una bota bucanera blanca. Y también una larga cabellera rubia. La de Marcela Chocobar.

Casi un año después Ángel Azzolini le dio una entrevista al periodista autor de la investigación en una oficina de los tribunales de Río Gallegos. El testimonio de Azzolini es la piedra basal de la acusación en el caso Chocobar. Dijo que esa noche estuvieron en Bola8, un pool de seis mesas sobre la avenida Néstor Kirchner. Aunque en su declaración ante la policía dijo que estuvieron en Nautilus, otro tugurio de la noche de Gallegos.

En el pool, contó Azzolini, se encontraron con un amigo, José Ramón Lazza, un hippie de rastas con el que habían escalado en la montaña. Biott le dijo a Lazza que se quedara a dormir. Cerca de las cinco y media salieron otra vez los dos. Cuando paseaban en el auto tomando de la botella, pasadas las seis, Oscar Biott le dijo: “Vamos a Russia que ahora están por salir”.

Marcela Chocobar y su amiga trans Cindy Morena dejaron Russia. Marcela caminó hacia la esquina. Dejó que varios autos pasaran de largo. Cuando el Renault 9 rojo de Azzolini y Biott se puso a su lado, escuchó y subió.

-Nunca la había visto antes a ella. Pasamos una vez. Parecía una mujer en pinta, bien vestida. Tenía un vestido negro y botas negras o blancas y una cartera -contó Azzolini.

Azzolini se detuvo en algunos detalles sorprendentes que recuerda como si hubiera sido ayer: el diálogo antes de subir al auto, por ejemplo, aunque a esa hora se habían tomado casi un litro de tequila más todas las cervezas que pudieron en el pool.

-Bajá el vidrio, hablale-, dijo Ángel que lo apuraba Oscar.

-Hablale vos-, contó que se excusaba él.  

-Hola, qué bombón que sos. ¿Vamos a festejar mi cumpleaños?-, habría encarado Biott.  

Al comienzo, según Azzolini, Marcela se negaba, pero enseguida subió al auto.

Dos de sus afirmaciones no le cierran a nadie: ni a los investigadores, ni a la familia, ni a cualquiera que haya conocido a Marcela. Azzolini juró que él y su amigo Biott no sabían, no se habían dado cuenta que era transexual y que tampoco sabían que se prostituía. La investigación de Alarcón cuenta en detalle cómo después de las operaciones de cola, pechos y nariz Marcela se había convertido en el cuerpo más deseado entre los varones consumidores de sexo pago en Río Gallegos.

Según la versión de Azzolini, arriba del auto se negoció así:

-¿Vos cobrás?

-A vos te cobro dos mil.

-Dos mil los dos.

-No, con los dos no voy a estar, voy a estar con uno.

-¿A dónde vamos a ir?

-Vamos a mi casa y ahí vemos.

“Cuando llegamos a la cabaña yo no me podía mantener parado”, dijo Azzolini, el único testigo de esa noche además de Biott, que se niega a hablar. Según su relato, él entró en la cabaña y en el auto quedaron Marcela y Biott. A los pocos minutos Biott entró, buscó algo entre su ropa y volvió a salir. Entonces escuchó gritos. Se paró, fue a la puerta y los vio irse. En ese garage, él la vio con vida por última vez.

Delfina Brizuela, amiga íntima de Marcela y hoy funcionaria en la Secretaría de Derechos Humanos de la Gobernación provincial, contó: “Para ella haberse subido al auto o conocía a las personas o le mostraron mucho dinero. Marcela era muy llamativa, cualquiera se daba cuenta de que era trans. Para levantarla frente a Russia esperaron a que Cindy se fuera, la encararon cuando estaba sola. En varias ocasiones fue a una chacra en la zona de San Benito, de los Báez. La primera vez que iba no sabía dónde la estaban llevando”.

Gabriela Chocobar lo confirmó. Marcela se lo había contado. Y también a Cindy: “un auto venía a buscarla y después la traía de la chacra de Báez”.

Para las Chocobar, migrantes de Orán, Salta, el apellido Báez era sinónimo de trabajo. Miles de personas viajaron a Santa Cruz y se emplearon en las obras públicas que ejecutaban las empresas de Lázaro Báez, ahora procesado por lavado de dinero e investigado como supuesto testaferro de los ex presidentes Néstor y Cristina Fernández de Kirchner.

Martín es el mayor de los cuatro hijos Báez. A los 35 años, es el que más cargos tiene en las empresas del grupo, entre ellas la constructora Kank y Costilla -en cuyo predio está la cabaña que compartían los procesados-. Pero su fama llegó por la escena en la que cuenta millones de dólares en la financiera SGI de Puerto Madero. Hoy vive en un departamento de Belgrano junto a su mujer y su hijo. Marín Báez no accedió a una entrevista, pero habló a través de un colaborador muy cercano: “Biott lo llamó después de que cayó preso para pedirle ayuda pero Martín le dijo que no podía hacer nada porque él mismo está lleno de problemas y si bien está libre es como si estuviera preso”, contó.

“Martín tiene el vicio de la escalada hace un montón. Así lo conoció a Oscar Biott, fue su alumno. Un día le planteó que no tenía dónde vivir y le permitió ocupar la casita de la calle Gregores que pertenece a Kank y Costilla”. Que supo del caso Chocobar cuando Biott y Azzolini fueron detenidos. Dijo que no conocían a Marcela, que no hacían fiestas en la chacra más que asados familiares de fin de semana o cumpleaños de los nietos de Lázaro. La chacra no está escondida, explicó, se la muestra en los medios como una fortaleza porque filman el gran portón negro, pero todo el perímetro está cercado sólo con una media sombra. Y desde que comenzaron los problemas judiciales de la familia, se convirtió en un sitio público.

En los tribunales de Río Gallegos, una fuente judicial dijo que Marcela “se sintió incómoda en una fiesta en una chacra y se fue por eso. Pero analizamos la conducta de los sospechosos y no eran clientes de ella”.

Natalia Avalos, la abogada de la familia Chocobar, es consciente de que en el expediente judicial no hay pruebas que lleven a un autor intelectual tras los ejecutores Azzolini y Biott. “No quita que ella haya sido contratada por alguien más, por un intermediario como el que la iba a buscar, y no por ellos directamente. Y que en esa fiesta o en otras haya estado esta gente”, dijo.

En su declaración judicial Azzolini explicó que el domingo a la mañana, al despertar, volvió a ver a Biott con una remera ensangrentada. Pero cuatro meses después se contradijo: “Ahí lo veo a Biott cambiado de ropa, en pánico con los ojos llenos de lágrimas. Se había puesto una remera azul, jeans y zapatillas”.

Azzolini le reprodujo al periodista el supuesto diálogo que tuvieron esa mañana:

-La verdad yo no sé cómo contarte esto, no sé si lo maté o no.

-¿Cómo que no sabés? ¡Tenés que saber!”

Azzolini reconstruyó la escena. Según él, Biott dijo que la llevó hasta un terreno donde había un montículo de tierra. Después planteó tres escenarios que difieren en la locación donde supuestamente Biott la dejó sin saber si estaba viva o muerta: Biott la golpeó, ella se defendió con fuerza pero terminó tirada. Azzolini lo acompañó a buscarla tres veces y nunca pudieron encontrarla.

En la entrevista Azzolini da por supuesto que Marcela Chocobar fue descuartizada. “En ese momento él no dijo que la íbamos a descuartizar”, dice. La única certeza es que fue decapitada. Resulta difícil contrastar la versión de Azzolini mientras Biott no declare. Ahora se espera el testimonio de José Ramón Lazza y el del jefe del vaciadero municipal, al que Azzolini conocía bien. Una testigo declaró ante la jueza Suárez que Azzolini era habitué del basurero, y que hay una zona donde se acumulan los restos de animales sacrificados en los mataderos de la región. No hay rastros suyos. Como tampoco del cuerpo de Marcela Chocobar.