Vacunar a mamá y a papá en la Ciudad de Buenos Aires

"Trabajo en un hospital perdido en los confines del conurbano y hace dos meses soy testiga del respeto, del buen trato y de la alegría que implica vacunarse. No fue así con mis mapadres en Caba: han sido vacunadxs en un contexto de la canallada de echar culpas a acompañantes o que lxs viejxs lleguen antes", escribe Miriam Maidana.

Vacunar a mamá y a papá en la Ciudad de Buenos Aires

Por Miriam Maidana
10/03/2021

Foto Télam

Mis mapadres suman 175 años. Mi papá tiene glaucoma, no ve casi, y después de casi un año encerrado le cuesta moverse. Mi mamá está mejor, es más “joven”. Ambxs trabajan desde pequeñxs, no pudieron estudiar y se pasaron la vida tratando de mejorar la mía, la de mi hermano y luego la de sus nietxs.

Cuando se anunció la vacunación de mayores de 80 años en la Ciudad de Buenos Aires suspendí todo para conseguir los turnos, algo que me tuvo por horas viendo un cartel con dos muñequitos en overol anunciando que la página estaba fuera de servicio. Después de cuatro horas me agoté y al otro día llené un formulario. Los dos quedaron en lista de espera con la opción de un centro cultural a cuatro cuadras de su casa, en Boedo.

Me llamaron para asignarle los turnos: a mi mamá le tocó la cancha de San Lorenzo, a mi papi en Plaza de Mayo en la sede de no supe qué. Los pusieron en horarios distintos, por supuesto, y menos mal que podemos pagar traslados en taxi porque, según la enojosa operadora que me informó los turnos, “si no pueden ir se dan de baja y tienen que volver al final de los 50.000 anotados”. Malhumorada, la chica agregó: “Capaz los primeros eligieron el lugar, ahora no se puede”. También me preguntó cinco veces la fecha de nacimiento de mi papá.

Así concurrieron el miércoles a sus turnos en compañía de mi hija. Yo tenía pacientes citados en el hospital para admisión (25 personas más urgencias porque las personas no se están sintiendo muy felices en su vuelta al mundo).

Mi papá fue atendido muy bien, le proporcionaron silla de ruedas, se le respetó el turno y horario, la enfermera lo trató como se merece un buen hombre que tiene dificultades propias de sus 90 años pero muy orgulloso “de que la cabeza le funcione bien”. Mi mamá fue una de las víctimas de la vacunación en San Lorenzo: como en el Luna Park pasó horas bajo el sol, sin sillas, apretujadxs, todo lo que vimos durante el día.

Yo, que trabajo en un hospital perdido en los confines del conurbano, hace dos meses soy testiga del respeto por lxs otrxs, del buen trato y de la alegría que implica vacunarse: fotos, aplausos, respeto y cuidado.

Mis mapadres han sido vacunadxs en un contexto de la canallada de echar culpas a acompañantes o que lxs viejxs lleguen antes.

Igualmente lo festejamos: mi hija y yo los queremos mucho y cuidamos su calidad de vida.

Ella quiere abueles unos añitos más, yo quiero mapadre unos añitos más.

No era necesario hacer todo en un marco de maltrato y desprecio por el otro tan grande.

No me sorprende tanto, no deja de sorprenderme.

¿Tanto cuesta un ratito de alegría por darle batalla a un virus que nos tiene a maltraer hace un año?

Miriam Maidana