A seis kilómetros de la Quinta Vergara, Viña del Mar se deshace. Son casi 4 mil personas las que viven sin luz, agua ni alcantarillado. Los terrenos se tomaron en 2011, después de que algunos de ellos intentaran varias veces postular al subsidio habitacional. Esa precariedad se extendió por años. Hace unos días su protesta interrumpió una de las tradiciones del festival. También puso en pantalla que la ciudad no es solo flores, playas y bikinis.

 

 

Ese día se levantaron temprano. A las 8 de la mañana tomaron una micro hacia Caleta Abarca, a los pies del Sheraton, uno de los hoteles más importantes de Viña del Mar. Ahí se había instalado el set del matinal ‘Buenos Días a Todos’ y los habitantes del campamento Felipe Camiroaga querían salir en pantalla.

Los 50 vecinos llegaron con pancartas, lienzos y gritos, pero nadie los escuchó. Caminaron hasta el frontis del Hotel O’Higgins, casi por azar, y de pronto recordaron que justo al mediodía ocurriría el piscinazo, esa tradición donde los periodistas votan por una reina del festival y después la esperan como niños chicos bordeando la piscina. Las reinas inventan mil formas de hacer de ese un espectáculo semidesnudo e inolvidable.

Estaba a punto de salir la modelo Kika Silva en un diminuto bikini negro, pero los gritos y pancartas demoraban el ritual.

–¡Si se dejan de gritar les prometo que mañana les doy la portada del diario! –dijo uno de los periodistas.

Los vecinos no le creyeron. “No era el único molesto, todos los periodistas estaban enojados con nuestra queja”, dice Miguel Torres, vocero del campamento.

Algunos corresponsales de otros países se acercaron a preguntar si se trataba de una revuelta. “No creían que en Viña del Mar también hay pobreza y gente que vive en campamentos”, recuerda Miguel.

Ese día los periodistas tuvieron que suspender el piscinazo por “motivos de seguridad”. Tres de los dirigentes del campamento fueron detenidos y llevados por Carabineros.

Un golpe en el agua

En octubre del año 2011, llegaron las primeras familias a la toma. Poco tiempo antes de su llegada a los cerros, la mayoría de los habitantes se habían conmovido por lo que vieron en la televisión: un CASA 212 de la Fuerza Aérea de Chile en el que viajaban el animador Felipe Camiroaga y otras 20 personas, se había desintegrado en el agua antes de tocar la Isla Juan Fernández. Entonces, además de la intención de levantar una casa, tuvieron un nombre: hoy existen 10 comités de vivienda que organizan por grupos a los habitantes, entre ellos, Felipe Camiroaga, Nueva Vida, Isla Juan Fernández y Halcones de Chicureo.

La mayoría de las calles del campamento Felipe Camiroaga recuerdan ese 2 de septiembre de 2011, cuando el golpe en el mar destruyó el avión. Las calles llevan los nombres de los ocupantes muertos. Hay rutas que se llaman Felipe Cubillos, como el director de la Fundación Desafío Levantemos Chile, o pasajes como Silvia Slier, la productora de Televisión Nacional que también iba en el CASA 212. También hay una avenida principal que se llama Michelle Bachelet y otra que lleva el nombre del empresario Leonardo Farkas.

El campamento está montado en un terreno mixto: 3 comités sobre paños municipales y 7 en privados. No tienen luz, agua ni alcantarillado. La gran mayoría de las casas está hecha con madera, y quienes están más cerca de los postes de la luz o arranques de agua, se cuelgan o tiran tuberías para alcanzar a cubrir en parte los servicios básicos.

Las calles tienen un polvo que parece arcilla.

Viña del Mar

–En invierno, cuando llueve, esto parece pura greda. Y es difícil caminar. Los colegios saben que los niños de la toma no pueden ir a clases en esos días, porque se hace muy difícil bajar. Los autos se resbalan y tampoco llegan los Uber –cuenta Carmen. Se refiere a los automóviles que hacen las veces de taxis piratas y que por 500 pesos suben a los habitantes del campamento desde el plano hasta sus casas.

Carmen Ávila vivía en San Bernardo, en la Región Metroplitana, y también llegó al cerro el año 2011. Es conocida como ‘la señora de los cáctus’, porque prácticamente montó un oasis en el antejardín de su casa: tiene decenas de ellos.

–Aquí se puede estar muy tranquilos. Mire para allá –apunta hacia el Pacífico, que parece un cuadro enmarcado por el viento que salva del calor del mediodía.

–Ahora que estamos en verano el viento es rico, pero en invierno es fuerte, mueve todas las casas y hace un frío que hiela hasta los huesos –dice Carmen.

Algunas casas están pintadas de colores, todas tienen una bandera chilena que recuerda que estar en toma es también una batalla y una conquista. Hay plazas y columpios improvisados, hechos con neumáticos. Hace pocos meses, la organización Un techo para Chile terminó de construir una larga vereda de cemento para que los habitantes pudieran bajar y subir en invierno sin quedar enterrados en la arcilla. Ellos postularon a ese proyecto y es el máximo orgullo del campamento. Todos la llaman “la huella”.

–Antes de que existiera la huella, era imposible caminar por aquí –relata Paola, hija de Ingrid. Ellas pertenecen al comité Mirador del Forestal.

En el campamento hay varios negocios que resuelven la vida de los vecinos cuando quedan aislados. Se venden helados, completos, carne y hamburguesas. La mayoría de esos negocios invierten en tener un generador de electricidad: el aparato cuesta 300 mil pesos y se gastan otros 3 mil pesos diarios en bencina, para que siga funcionando. En algunas casas también venden los pequeños cocos que caen de las palmas chilenas que abundan en el terreno.

Ingrid cuenta que se ha avanzado bastante, pero no tener servicios básicos sigue siendo indigno.

–Seguimos sin baños, tenemos pozos que es igual un poco mejor que cuando llegamos. Cuando comenzó la toma estuvimos dos meses sin baño. Poníamos un galón de pintura y ahí hacíamos. Mi hijo más chico, el “Chuli”, que ahora tiene 15 años, lloraba. No quería. Así que se aguantaba harto, harto, hasta llegar al colegio y ahí ocupar el baño.

La nostalgia de la luz

Pocos días antes de que comenzara el Festival de Viña del Mar, los vecinos del campamento se pusieron de acuerdo para hacer visible su vida.

Viña del Mar

–Nosotros no pedimos que nos regalen nada, queremos pagar, pero que nos vean –plantea Hugo Taiba, quien ha vivido aquí los últimos 6 años de los 50 que tiene. Antes vivía en Santiago y emigró a la Quinta Región. Desde su casa se ve una de las tantas quebradas de Viña del Mar, los cerros. Al interior: un baño seco y paredes sin forro interno. Hay conexiones de electricidad hechas por un experto, pero a la vista. No es difícil intuir que en invierno la estructura parece una capa de cebolla permeable al frío y al viento.

Se las arreglan a duras penas con el agua, con los baños hechizos, pero su pelea más grande ahora es la electricidad. Por eso con sus gritos y pancartas incluso provocaron la suspensión del tradicional piscinazo de la reina de Viña del Mar. Sus letreros decían: “Nosotros también somos Viña”.

Lo más doloroso de vivir sin luz, confidencia Ingrid Villarroel, son las fiestas. En Año Nuevo, los fuegos artificiales alumbran el cielo. Toneladas de pirotecnia repartidas entre Concón, Viña del Mar y Valparaíso: en 2014 se gastaron 178 millones de pesos. Y mientras el cielo se ilumina, en la población no hay energía. Ni para congelar carne. Ni para terminar de cargar el celular y llamar a sus parientes.

–No es lo que esperábamos para ustedes. Pero hay que luchar nomás –le dijo a Ingrid su papá en una de esas fiestas, mientras esperaban las 12 en medio de velas y terminando una carne con ensaladas.

Miguel Torres cuenta que el año 2015 firmaron un acuerdo respecto a la luz. En los bienes de uso público colocarían un transformador y un medidor central para conectarse. Como estaría en el límite de paños municipales y privados, la conexión alcanzaría para todos. Se trataba de encontrar una solución provisoria con medidas de seguridad. “Ahora el municipio está desconociendo todo y dicen que solo harán esto en los paños municipales. Incluso hay comités en paños privados, que le pagaron a Conafe (empresa eléctrica) y aún no han sido conectados”.

Esta semana el municipio y los vecinos se reunirán de nuevo. Según las autoridades, siempre ha existido la intención de un trabajo coordinado y permanente para regularizar la vida del campamento.

Los habitantes del campamento, en cambio, dicen que la reunión estaba agendada hace tiempo, cuando la gestionaron a través de la Ley de Lobby. “En cuanto al tema eléctrico, la Municipalidad de Viña del Mar ha avanzado en la elaboración de un catastro en predio municipal, el cual representa solo un 10% del área total del asentamiento que en su mayoría es dominio de privados. Dicha gestión se realiza como requisito para permitir el ingreso de Conafe al paño municipal para concretar la postación e instalación de red eléctrica. Respecto del resto del asentamiento, la gestión involucra al privado y a la empresa”, detallan en la Municipalidad.

En Viña del Mar existen 64 campamentos. Ahí viven 5.700 familias. De estas, 700 lo hacen en el Felipe Camiroaga.

–Hay un cartel que dice mucho acerca de lo que vivimos –comenta Paola–. Es uno en el que se lee: “Mientras ustedes iluminan el Festival hay niños que estudian con velas”.

* Esta nota fue escrita en el marco de la Beca Cosecha Roja. También fue publicada en El Mostrador