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Diego Legrand-. José Alberto Loera Rodríguez se alistó para su última pelea como hombre libre: calzó sus botas de luchador, vistió su habitual traje negro y se dirigió a la vieja colonia Nuevo Repueblo de Monterrey para participar en el 20 aniversario de la Arena Solidaridad. Subió al cuadrilátero para pelear su último combate oficial en una ruleta de la muerte, donde los ocho contendientes apostarían máscaras y cabelleras. Cargó directamente contra su adversario Diluvio Negro II al que sometió con una llave de campana perfectamente ejecutada. Se paró de pies sobre sus hombros, jalando sus brazos hacia atrás como si fueran tirantes, y lo sometió cual títere, prácticamente al inicio de la pelea.

Fue el segundo de los luchadores en salvar su honor, después de que el exótico Mayflower sometiera a un oponente. En la final entre perdedores del evento al que acudieron muchos menos espectadores de los esperados, se enfrentaron Silverstar y El Tigre. Los tiempos han sido difíciles para la lucha libre regia desde el año 2000. Una mezcla de violencia, falta de creatividad de las televisoras que le apostaron al futbol y el descrédito del pancracio hundió a uno de los espectáculos históricos de la ciudad. En una esquina del ring, después de la batalla, Voltaje Negro lucía preocupado.

Cuatro días más tarde, el 25 de agosto de 2011, Loera Rodríguez– moreno, cabello a rape, nariz chata y facciones duras- participaría en el incendio del Casino Royale; uno de los mayores atentados realizados en contra de un establecimiento privado en el norte de México, donde fallecieron 52 personas, en su mayoría amas de casa. Lo intrigante, explicará el experimentado comentarista de lucha libre Andrés Pérez Sustaita varios años después del evento, es que para ese entonces Voltaje ya era un reconocido comandante de los Zetas, mientras que Diluvio Negro II –al que sometió- fue miembro importante de la policía de Nuevo León durante muchos años. Cuando lo venció, algunos dijeron que era el perfecto paradigma del creciente poder del narco en la región, pero la verdad es que en el mundo de la lucha libre, esas cosas no importan. Una vez que te colocas la máscara eres otra persona y a pesar de su pequeña estatura, -1 metro 70 para 70 kilos, aproximadamente- Voltaje, uno de los hombres que pasó a la historia oficial de la ciudad como villano, fue un buen luchador.

La verdadera identidad de Voltaje Negro fue dada conocer al público el cuatro de octubre de 2011, por Luis Cárdenas Palomino, jefe de la División de Seguridad Regional de la Policía Federal, cuando anunció su arresto ante los medios de comunicación. Dijo que era “uno de los cuatro presuntos responsables de planear y realizar el ataque (al Casino Royale), por quien la Procuraduría General de la República (PGR) ofrecía una recompensa de hasta 15 millones de pesos”. Después de un largo periodo de arraigo en el Distrito Federal, Loera Rodríguez fue transferido al Centro Federal de Rehabilitación Social (Cefereso) 3 de Matamoros bajo el cargo de secuestro, donde pasará el segundo aniversario de la masacre en Casino Royale. Al momento de su captura, José Alberto Loera Rodríguez tenía 28 años. Esa fue la última de cinco caídas en su historia de luchador profesional, sin límite de tiempo.

 

II

Desde niño, José Alberto Loera Rodríguez fue aficionado de la lucha libre. Su padre lo llevaba a ver las funciones y los entrenamientos de los ídolos del momento. Karonte, Blue Fish y Centurión Negro eran sus modelos hasta que él mismo decidió ejercitarse para poder subir al cuadrilátero. Su padre nunca peleó realmente, pero entrenaba bajo el mote del Diablo y le legó su pasión. A pesar de que en un principio su familia no lo apoyó por lo riesgoso –y lo poco remunerado- de su vocación, terminaron por aceptarlo y estimularlo para que mejorara en su desempeño, al punto en que sus tres hijos se volvieron su principal inspiración para continuar luchando. Los llevaba al gimnasio o a las peleas, y en otras ocasiones traía a niños huérfanos del sistema de Desarrollo Integral de la Familia (DIF) de Nuevo León, de los que era padrino voluntario. Pero en México, explica el intelectual Genaro Saúl Reyes Calderón, la lucha libre no da para vivir de ella, salvo en contadas ocasiones. Mucho menos en los estados. Así que a la par, José Alberto Loera estudió una carrera de administración de empresas y se dedicó a trabajar en la reparación, soldadura y plomería de todo tipo, en los circuitos de la lucha en los que se movía.

El nueve de agosto de 2008, Voltaje Negro contempló impávido cómo se desmoronaba el ring que había engarzado unas horas antes para el evento de inauguración de la empresa Poder y Honor del joven promotor Luis Garza, en la arena de Factores Mutuos, en Monterrey. En medio del desconcierto de los presentes, miró con furia –como solía hacerlo- a uno de los comentaristas doblados de la risa por el incidente que forzó la cancelación de la función y su reporte al seis de septiembre de 2008 en la arena femenil del centro de la ciudad. En esa ocasión Voltaje ganaría el trofeo del honor del torneo frente a siete oponentes. Pero para Andrés Pérez Sustaita, que presenció la función, esto probaría sobre todo la necesidad de conseguir dinero que aquejaba al Voltaje Negro en uno de los momentos más álgidos de la guerra contra el narcotráfico en el estado de Nuevo León. El desplome del ring que soldó para un evento importante fue quizá la primera caída en su labor de pugilista profesional.

Según la mayoría de los registros consultados, Voltaje Negro comenzó su carrera de luchador entre 1998 y el año 2000 en la Arena Solidaridad, bajo el sobrenombre de Power Ranger, presentándose ocasionalmente en la Arena Coliseo antes de ser derrotado y rapado por Black Dragon. Unos años más tarde, en 2005, iniciaría su nueva carrera como Voltaje Negro en la pequeña Arena Jaguar de la familia Valdez, una casa transformada en centro de luchas de barrio, en medio de la colonia San Bernabé.

Voltaje consideraba como su maestro a su compadre, el veterano luchador Karonte. Al principio el discípulo se involucró en la lucha libre extrema, que tuvo un fuerte boom durante algunos años, pero lo que a él le gustaba era la lucha libre tradicional. En la lucha extrema, sin embargo, fue donde comenzó a hacerse famoso, con su tradicional atuendo negro varado de rayos y la máscara de soldador con la que se presentaba antes de enfrentar a sus oponentes con sillazos, tablas y explosiones de neones en esta rama de la lucha que se caracteriza por su componente sangriento y es mal vista por los luchadores tradicionales. En 2008 fue consagrado como campeón extremo GNX frente al Coyote y conformó una dupla exitosa con su compañero Cavernícola de la que todavía hay rastros en algunos videos de YouTube.

Pocos días antes del atentado al Casino Royale en el que presuntamente participó, Voltaje todavía protagonizó algunas luchas en la Arena Moctezuma, después de esconderse durante unas semanas en Saltillo, Coahuila, según contó a sus amigos. Su carrera luchística iba en pleno ascenso después de una pequeña etapa en la luche libre extrema, cuando fue truncada por la tragedia del 25 de agosto en la que de acuerdo con los medios, participó como vigilante del evento al lado de Francisco N, alias El Quemado y Baltazar N El Mataperros.

Durante varios años, según sus propios decires, Voltaje entrenó cinco días a la semana, tres horas diarias, para poder emular a su mentor Karonte y enorgullecer a sus hijos. Pero le tocó una época de gran cambio en el mundo de la Lucha Libre, recuerda Genaro Saúl Reyes. A pesar de que durante los 90 llegó a haber un número de arenas equiparables a las de México en la ciudad de Monterrey, con funciones abarrotadas de hasta 15 mil personas en la Coliseo o la Solidaridad por ejemplo, recientemente decayó considerablemente el género luchístico y el número de asistentes en cada función. Uno de los factores principales para ello fue la pérdida de su credibilidad histórica, cuando la televisión decidió usar al pancracio como un show más, presentando a cantantes famosas de réferis y organizando peleas entre luchadores y amateurs de todo tipo. ¿Cuándo has visto al equipo de Rayados jugar un partido profesional contra los conductores de Televisa?, reclama el experto el lucha libre. Sentado en un café del centro de la ciudad, su semblante apacible se altera ligeramente cuando toca el tema, en medio de dos sorbos de café. Arquea una ceja, hace una mueca y prosigue: después de unos años de descredibilizar el género luchístico y tras el despido de una de las promotoras históricas del género por parte de la televisora Multimedios, los medios se dieron cuenta de que sus esfuerzos no habían logrado los resultados esperados y decidieron dejar a su suerte la lucha libre, mientras le apostaban al futbol en plena expansión en el norte.

La violencia, evidentemente fue otro factor que desestabilizó fuertemente al deporte, el cierre de muchos foros debido en ocasiones al cobro de piso, pero sobre todo a la falta de personas que se atrevieran a salir a la calle fue el acabose de un espectáculo histórico de la ciudad. Cuando en una entrevista para Univisión le preguntaron a Voltaje si dejaría que sus hijos se volvieran luchadores, advirtió: “si ellos lo deciden, claro, pero primero que me entreguen un título universitario”. En el mundo de la lucha libre, la pasión muchas veces se transmite a través de la familia.

 

III

El 25 de Agosto de 2011, alrededor de las cuatro de la tarde, cuatro vehículos arribaron a las instalaciones del Casino Royale ubicado en la avenida San Jerónimo 205, en Monterrey. Viajaban por lo menos diez sujetos armados. Un grupo de ellos, después de penetrar en el recinto y gritar consignas para que saliera la gente, comenzó a rociar el interior del casino con gasolina antes de prenderle fuego. En las cámaras de vigilancia que filmaron la escena se alcanza a apreciar que los agresores bajaron de sus camionetas grises, negras y blancas con franjas a las 15:50 horas, mientras que una parte del grupo se quedó para bloquear la circulación en el carril de baja velocidad de la avenida, en la esquina con Gonzalitos. De acuerdo con fuentes del gobierno de Nuevo León, el administrador del negocio dijo que el grupo delictivo exigía un pago semanal de 130 mil pesos para poder operar. A pesar de que algunas de las más de 100 personas que se encontraban en el casino alcanzaron a salir por la entrada, por las puertas laterales o por medio de cuerdas, 52 personas fallecieron en el incidente, de acuerdo con el expediente CNDH/1/2011/7340/Q de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH). Once más quedaron lesionadas de gravedad. Según una investigación del periódico Excélsior, el establecimiento estaba registrado ante el municipio de Monterrey con el nombre de las empresas Atracciones y Emociones Vallarta SA de CV y CYMSA Corporation SA de CV, cuyo representante legal es Enrique Hernández Navarro. Los registros del ayuntamiento de Monterrey indican por su parte que el consejo de la empresa lo conforman los empresarios Rodrigo Madero Covarrubias, así como los hermanos José Francisco y Ramón Agustín Madero Dávila. Quienes, según la misma investigación de Excélsior, son primos hermanos del ex presidente municipal de Monterrey Adalberto Madero Quiroga, quien fungió como alcalde de 2006 a 2009 y permitió la operación de dicho establecimiento. El permiso para operar el casino fue otorgado en 1992 por Fernando Gutiérrez Barrios a Rodrigo Aguirre Vizzuet. Aunque ahora se sabe que el dueño del Casino Royale es Raúl Rocha Cantú. Pero en el momento del ataque, la confusión fue total durante varios días. No fue la primera vez que los casinos de Nuevo León eran puestos en tela de juicio por su opacidad y su relación con los políticos de la ciudad, pero el incendio del Royale fue el océano que desbordó el vaso.

No era la primera vez que gente inocente sufría la barbarie de la guerra entre cárteles, pero la defunción masiva de 52 personas en un mismo incidente conmocionó particularmente a la sociedad regia. Los noticieros se congelaron en una misma imagen durante varios días y la ciudad en- tera se quedó a la expectativa de conocer lo que había sucedido en una de las mayores tragedias de la historia moderna de Monterrey. Entre rumores e informaciones oficiales, cada quien se informó como pudo sobre la identidad de los fallecidos, en medio de la infinita espera del que sabe que los muertos pudieron haber sido familiares, amigos, vecinos o simplemente conocidos. El Casino Royale no sólo afectó a los regios directamente relacionados con lacatástrofe, sino que impactó directamente en el corazón de la sociedad regiomontana.

La confusión fue tal que la CNDH decidió emitir un informe en el que reclamaba a la titular de la Comisión Estatal de Derechos Humanos, Minerva Evodio Martínez Garza, su falta de cooperación e incluso su obstrucción a la investigación realizada por unos inspectores del organismo nacional. Al poco tiempo empezaron a caer demandas e investigaciones en contra de la mayoría de las personas relacionadas con el casino. Hasta el momento, pocos han sido directamente inculpados. José Alberto Loera, por su parte, fue acusado de haber participado en la vigilancia del operativo. Cuando relató la captura de algunos de los integrantes del comando que participó en la quema del Casino Royale, el jefe de la División de Seguridad Regional de la Secretaría de Seguridad Pública Federal, Luis Cárdenas Palomino, justificó la ausencia de José Loera Rodríguez en las imágenes captadas por las cámaras de seguridad del lugar de la siguiente forma: “no aparece en las imágenes porque él precisamente era el encargado de dar la seguridad perimetral al operativo de la quema del casino.

Sin embargo, por las declaraciones de los ya inculpados tenemos referencia de que él participó dando la seguridad perimetral”. Como siempre, al segundo aniversario del evento, un halo de opacidad sigue rodeando este caso judicial paradigmático para la sociedad regiomontana que en estas fechas luctuosas, lejos de organizarse para exigir justicia por la masacre, organizó un evento en el que 45 mil personas rompieron el récord de la carne asada más grande del mundo.

 

IV

“Voltaje fue un buen hombre, pero como muchos jóvenes se fue por el camino fácil en la vida. Yo lo conocía, fui padrino de uno de sus hijos”, sentencia el luchador profesional Karonte, sentado en su casa de la colonia Nogales, cerca del penal del Topo Chico en Monterrey. Como en muchos de los barrios alejados del centro, hay que conocer la zona aledaña para poder llegar al hogar de Karonte. Las calles son estrechas a estas alturas de la ciudad y se reconocen según su cercanía o lejanía con la cárcel local, o de acuerdo con las bifurcaciones que se deben tomar en las distintas ferreterías de la colonia. “Yo nunca fui profesor de Voltaje, para qué te miento, aunque él diga que sí, pero fuimos y somos amigos. Incluso él me llegó a pedir el nombre de Karonte, aunque no se lo pude ceder porque casi no lo conocía cuando me lo solicitó. Con trabajo se lo dejé a mi hija: La hija de Karonte. Al principio tampoco quería que ella fuera luchadora, pero después de un rato me tuve que hacer a la idea de que eso iba en serio”, admite, resignado. En el mundo de la lucha libre, el machismo sigue siendo un lugar común incluso entre los más sabios de los peleadores.

En la entrada de la casa, el perro Pulgas acoge a los visitantes con la ferocidad de una mascota doméstica, mientras que otro perro ciego resguarda el fondo del patio de la casa, detrás de la pequeña entrada enrejada que no cierra bien. Parece que la seguridad de cada quien es una cuestión de actitud en la colonia. En la sala principal, la decoración es peculiar: fotos de Karonte en sus luchas victoriosas y varias imágenes dibujadas o grabadas del “profesor” en sus peleas tapizan los muros principales. En un cuadro el luchador posa en posición felina ataviado de negro, con su tradicional máscara. A su lado se puede apreciar una fotografía de La hija de Karonte y otra de su primogénita en su fiesta de 15 años. Toda la vida ha vivido con la misma pareja con la que tuvo tres hijas, de las que está particularmente orgulloso. En medio de la pequeña pieza, tres sofás y una mesa sirven de espacio para las confidencias. A pesar –o quizá por qué- la casa es un homenaje a la lucha libre, el espacio es caliente, con sabor a hogar.

Karonte es de esos viejos luchadores que crecieron en otros tiempos, en un sistema en el que los gladiadores tenían que hacer sus pruebas frente a competidores de su propio nivel antes de poder acceder a un combate de más prestigio, con tiempo y dedicación. Es de esa raza educada para ser paciente y esperar que llegue su turno de ser un luchador estelar, antes de ser reconocido. Pero según admite él mismo, esa es una de las virtudes que ha ido desapareciendo en la lucha libre moderna. Ahora que, como en el resto del mundo, en casi todas las ramas de la sociedad, la juventud se impacienta y encuentra otras formas de superarse y crecer a toda velocidad, sin respetar las reglas del género. “Creo que eso fue lo que le pasó a Voltaje -admite en un suspiro-. Nació en un mundo que gira demasiado rápido. “Agarró el camino fácil” repite.

“A mí siempre me negó que anduviera metido en cosas malas”, explica el hombre que a los 52 años sigue protagonizando luchas estelares. “Pero sí nos fuimos viendo cada vez menos, porque la verdad, ya suponíamos lo que sucedía con él. El mundo de la lucha es chiquito y los rumores correr rápido”. La musculatura de Karonte sigue siendo imponente a su edad y su semblante chato, moreno y aplastado, se ensombrece cuando se toca el tema. “Yo lo sigo estimando, pero el peligro era que le fuese a pasar algo al salir de una lucha por ejemplo, y le toque a la familia de uno. Varias veces peleamos el uno contra el otro y la verdad es que era buen luchador, aunque claro, cuando hay una relación de respeto entre dos personas, las batallas son muy diferentes, porque te agarran confianza y se sueltan”, repite. “Pero yo fui de los pocos que lo fui a ver en el penal la primera vez que lo capturaron, y nos seguimos viendo. ¿Qué te voy a decir? Es mi compadre, aunque creo que escogió el mal camino, como se lo dije en varias ocasiones. Ese chico daba para mucho”… Aparentemente, es una sentencia común en el mundo luchístico, la idea de que con tiempo y dedicación, Voltaje Negro habría podido ser un gran luchador.

 

V

En 2010, José Alberto Loera Rodríguez se integró a la Policía Estatal, de acuerdo con los agencias periodísticas que registraron el caso, pero “fue detenido por militares el 28 de marzo de ese mismo año, cuando en la patrulla estatal 549, junto a los policías Pedro Alfonso Valle Ruiz y José Alberto García Ornelas, intentó rescatar a un narcotraficante que era llevado de San Pedro a la delegación de la Procuraduría General de la República (PGR) en Escobedo”. “Al ex elemento estatal se le hallaron 12 envoltorios con cocaína, un Nextel y una pañoleta con la que se cubrió el rostro al enfrentar a los soldados, pero en el Tribunal Unitario se le modificó el delito de narcomenudeo al de simple posesión, con lo que obtuvo la libertad bajo fianza”, se puede leer en unas notas publicadas en los periódicos locales de ese año. Al poco tiempo se le empezó a ver acompañado de guardaespaldas en las arenas de barrio, armado en ocasiones –en la Solidaridad-, presumiendo que había escalado posiciones en la jerarquía de los Zetas. La primera vez que lo arrestaron y pisó el penal de Apodaca, fue la segunda caída del que pudo ser un luchador estrella.

El caso de Voltaje Negro no es único en el mundo de la lucha libre, ni de los deportes en general. De hecho, Camilo Gurrola, conocido como Estrella Dorada Jr.–quien fuera pareja de pelea de Voltaje Negro- fue capturado, acusado de secuestro y presentado ante los medios de comunicación el 11 de enero de 2012, de acuerdo con la Agencia Estatal de Investigaciones (AEI) de Nuevo León. A sus 26 años, lo acusaron de participar con algunos cómplices en el rapto del empleado de un casino de Monterrey a principios de 2011, pero siempre negó los cargos que se le imputaron. De hecho, aunque ha sido imposible conseguir el expediente judicial o la sentencia del proceso de José Loera Rodríguez por la vía legal, una especialista en procesos judiciales del estado aceptó revelar bajo cubierto de anonimato que Voltaje Negro no fue procesado por el caso del Casino Royale, sino por un secuestro que podría ser el mismo que involucró a Estrella Dorada Jr. Ante la falta de transparencia de las autoridades, la información obtenida de esta forma debe tomarse con mucha precaución. Poco antes, la captura del futbolista Omar El Gato Ortiz había salpicado también las páginas de la prensa y de la buena consciencia deportiva regia.

“Voltaje pasó de pelear en harapos y venir con un neón viejito y descarapelado, a luchar vestido con un traje profesional que emulaba al de Karonte y arribar a las arenas en camionetas grandes”, recuerda el cronista Andrés Pérez Sustaita. Mucha gente, entre otros la esposa de su mentor Karonte, le reprocharon durante años no venir vestido más formal a las luchas porque daba una mala imagen de sí mismo, recuerda, pero la última vez que lo vio, iba arropado con ropa fina y un sombrero como de Agustín Lara. Se lo dijo y se rio. Para ese entonces, ya poca gente hablaba con él porque lo miraban con desconfianza. Unos años antes había fallecido su compañero de lucha El Marrullero en una situación extraña y el ambiente se tornó tenso en el mundo de la lucha libre.

Después de que unos delincuentes entraran a su casa, éste salió a perseguir sus agresores y fue ultimado durante la persecución, relata el promotor de Guadalupe Guillermo Gómez. El asesinato de su amigo Guillermo Pérez fue la tercera caída para Voltaje Negro. Aunque, explica Memo Gómez, habían tenido una advertencia previa. Precedentemente habían entrado unos hombres armados a los vestidores de una arena que no revelará su nombre, para exigirle 150 mil pesos al Marullero, por lo que se presume que fueron los mismos sujetos que lo asesinaron. Así que cuando comenzaron a escucharse rumores sobre la vida personal de Voltaje Negro, la gente se empezó a alejar de él. Pero Voltaje Negro nunca dejó el mundo de la lucha libre.

 

VI

El 6 de abril de 2008 volvió a girar el destino de José Loera Rodríguez, cuando contrariamente a las reglas del deporte, se quitó su nueva máscara antes de llegar a los vestidores, frente a numerosos asistentes, provocando una fuerte discusión con su promotor del momento, Rodolfo Flores. Unas semanas antes del incidente el manager de la Arena Azteca lo había invitado a dejar de lado su trabajo como Voltaje Negro y convertirse en la figura de Príncipe de Plata, para remplazar al binomio del Príncipe de oro, que por razones médicas tuvo que desistir de su figura luchística. A pesar del conocido carácter volátil del luchador, su talento profesional convenció a Rodolfo Flores de proponerle la figura enmascarada, pero el cambio fue demasiado drástico. No sólo le pedían que cambiara su voz y su forma de caminar, sino que transformara su estilo rudo, derivado de la lucha libre extrema, a uno técnico y depurado. Así que después del evento al que asistieron más de 2 mil espectadores, en el que los Príncipes de Oro y Plata y el Ángel Dorado empataron con el Rey Guerrero y los Príncipes Guerrero I y II a pesar de un gran lance triple central, Voltaje explotó y se quitó la máscara frente a la gente que se encontraba presente a un lado del ring, para la mayor furia de su entonces promotor. Voltaje se fue alejando cada vez más del mundo de la lucha libre, disminuyendo nuevamente sus posibilidades de vivir de un deporte que a pesar de su importancia en la historia mexicana, rara vez alimenta a su gente, a menos que se vuelva una estrella reconocida como el Místico.

Para muchos luchadores, explica Genaro Saúl Reyes, es el amor al arte lo que prevalece, porque casi todos tienen un trabajo aparte, y hay de todo: algunos son pepenadores, otros contadores, abogados, policías, delincuentes y soldadores. Vaya, hasta empresarios millonarios hay en la lucha, pero normalmente, eso ya no importa arriba del ring. Aunque las malas lenguas dicen que desde que fue reconocido como comandante de la delincuencia organizada, Voltaje comenzó a ganar más batallas que antes. Pero lo cierto es que la sociedad regiomontana y la lucha libre en particular son lugares difíciles para la gente que no nació con una cuchara de oro entre los dientes. Hace muchos años, el polemista francés Erick Zemmour advirtió en una de sus diatribas televisivas cotidianas que era preciso no confundir la causa con la razón de la delincuencia. Sin justificar a los delincuentes y abogando por fuertes penas carcelarias, aclaró que cuando la violencia rebasa a la capacidad de respuesta del estado, es la entera sociedad la que se debe poner en tela de juicio. Una idea que bien se podría importar a México en estos tiempos en donde la realidad cotidiana rebasa la ficción en la vida del país.

El penúltimo giro de la vida profesional de Voltaje tuvo que ver con la mujer con la que se casó poco tiempo antes de ser capturado, en el kilómetro 250 de la carretera nacional México-Laredo, en el tramo Allende-Monterrey, a la altura de Los Cristales. En su arresto, los elementos de seguridad del estado decomisaron 15 armas largas, dos lanzagranadas, 192 cargadores, 2 mil 400 cartuchos, dos granadas de fragmentación, 57 dosis de cocaína en piedra, además de dos vehículos y aparatos de comunicación. Pero el 22 de Mayo de 2011, después de una épica lucha en la que no solo venció, sino rapó al Rey Infernal, -que le llevaba casi diez centímetros e altura y diez kilos de músculo- Voltaje Negro tenía otras preocupaciones que las de la violencia cotidiana. Según los testigos del evento, cogió el micrófono de la arena y le declaró su amor a una bella rubia que se volvería su mujer. Ese día, frente a todos, empapado en sudor por la lucha que acaba de ganar, le propuso matrimonio. “Así era Voltaje, le gustaba hacer las cosas en grande -recuerda entre risas Karonte- le gustaba llamar la atención”. En ese entonces, el público estaba a sus pies. Habría podido volverse un ídolo con el tiempo.

 

VII

Hay lugares en los que el tiempo se fija y a los que no afecta el compás de la historia de la misma forma que al resto del mundo. La Arena Jaguar, enclavada en la colonia San Bernabé, más allá de donde termina la línea del metro local, es uno de esos sitios. Es también el escenario en el que hizo su debut profesional Voltaje Negro y aprendió sus primeras maromas, de la mano del luchador y promotor Golden Boy. “Era un gran gladiador,- explica el hijo del fundador de la arena- como varios otros que tuvimos y tenemos acá, y habría podido llegar lejos, pero escogió el mal camino en la vida. Aquí se suele decir que en la Arena Jaguar se vale todo, pero hay reglas importantes y una de las principales es el respeto al luchador y sobre todo, al público”, añade, al tiempo en que pone una música de fondo para permitir el inicio del segundo round en la pelea estelar de la noche que enfrenta al villano Flamer contra El Coyote. La lucha libre es quizá el deporte en el que el público juega el papel más protagonista y del que depende completamente el resultado de la pelea.

En la entrada de la arena, un gran letrero en el que posa el Último Guerrero –traído en una ocasión desde México- con la playera del Men ́s Club que patrocina al lugar, acoge a los visitantes que llegaron a ver la noche de peleas. En la parte delantera del muro de concreto que rodea a la arena, -saturado de anuncios de combates pintados y de luchadores dibujados a mano- se encuentra una pequeña grieta en la que se pagan los 60 pesos de acceso. Detrás de la gran placa de madera que separa al recinto de la calle, empieza otro mundo. En un espacio de no más de 50 metros cuadrados se amontonan sillas y gradas improvisadas que fueron mejoradas con los años, alrededor de un ring en el que se desafían los concursantes. A la derecha de la entrada está una cabaña de madera en la que se venden agua, cerveza, chicharrones y tostitos, que no ha cambiado de lugar desde el año 2000, en el que se inauguró el recinto e hizo sus primeros pasos Voltaje Negro. Un exótico –como se conoce a los luchadores homosexuales- alienta al público y amenaza con besar a su oponente –un hombre rudo, conocido como El Buitre-, mientras que su compañero pelea entre las primeras hileras de sillas de plástico con el tándem del Buitre. Lo agarra del cabello y lo avienta entre la gente que se levanta rápidamente para evitar el impacto y entre risas insulta al luchador. “Chinga tu madre, pinche marrano, ponte a pelear”, le grita una señora voluminosa que carga a un niño en sus piernas. Entre las filas pasa un vendedor de comida chatarra y de máscaras, también se pasea un perrito callejero. Sobre una grada, una anciana presencia el espectáculo cigarrón en mano y una botella de agua. Detrás de ella, dos jóvenes adultos chelean y participan en el alboroto general. Los olores de comida, cerveza y polvo se mezclan con los sonidos del lugar. Además de las músicas de fondo y los gritos de los luchadores y del público, persiste una suerte de bullicio general, como un pequeño ritmo permanente en el trasfondo de la arena. A un lado del ring se ve una serie de micro cabañas de madera que se ladean peligrosamente, en la que se cambian los luchadores y donde vive la familia Valdez una vez que se terminan las peleas. Como cada domingo, la arena está a medio cupo, lo que es de por sí un gran logro para estos lugares pequeños que han sido los que más han sufrido el azote de la violencia y la deserción de la vida de barrio en la ciudad. Pero aquí, explica Golden Boy, todos son como una especie de familia.

Los miembros del staff y de seguridad son amigos y familiares de los encargados del lugar. Los propios luchadores son- casi siempre- alumnos de los Valdez, entre los que destaca un joven conocido como Pedro Navajas que tiene la fama de ser particularmente atrevido y lanzarse en ocasiones desde el muro o las cabañas sobre sus oponentes, al más puro estilo de la lucha libre extrema de la que también es aficionado. Su cualidad y valentía, a pesar de su pequeño tamaño y las heridas en su espalda y sus brazos, recuerdan a las de un luchador que en alguna ocasión fue un ídolo y de pronto, desapareció del mundo de la lucha libre. Porque a pesar de lo que podría parecer con el ambiente en el que fluyen gritos risas y alcohol, donde también pelean con sillas y en ocasiones sangran los protagonistas, la lucha no es un espacio dedicado a la violencia, sino al espectáculo y al deporte. “Es al contrario, una forma de catarsis”, explica el reconocido fotógrafo y réferi Orlando Jiménez, desde su estudio de la Ciudad de México.

A lo sumo son algunos borrachitos los que hay que correr de la arena por peleoneros y aun así, generalmente intervienen los propios luchadores para que no pase a mayores las pocas situaciones descontroladas del evento. Antes del final de la noche se reúnen todos los contendientes del evento en el centro del cuadrilátero para rendir un homenaje sostenido al recientemente fallecido guerrero Bello David, para quien se organizó una función de gala en la que los gladiadores pelearon gratuitamente y así poder costear el entierro de un hombre que dedicó su vida a un arte que no alimenta a su gente. Poco tiempo antes se hizo lo mismo con el reconocido Héctor Garza, que fue uno de los famosos Perros del Mal.

 

VIII

La vibración de las ondas que se expanden sobre el suelo de una arena es prácticamente imperceptible para el ojo humano. Sin embargo, de la elasticidad y resistencia de la lona dependen en gran parte el bienestar y la espectacularidad de la caída de un luchador, después de una maroma particularmente acrobática. Los remolinos que se producen en forma concéntrica alrededor del punto de impacto son en fin de cuentas el resultado de una buena o mala lucha por igual, imperceptiblemente diferentes de acuerdo con la manera en que se origine el choque que los provocaron. De acuerdo con el vuelo que agarre, el ángulo en el que se proyecte, el peso del luchador y la posición de su adversario en el suelo dependerá la espectacularidad del vuelo, pero la vibración de las ondas en el suelo será aparentemente similar, aunque vista de cerca, milimétricamente diferente en todo punto y sobre todo, irrepetible.

Voltaje Negro, el luchador, estuvo durante muchos años en pase de devenir ídolo en su barrio y en el pequeño mundo de la lucha libre regia, mientras que José Alberto Loera Rodríguez, el hombre, pasó a ser reconocido como un villano en la historia oficial de Monterrey, en otro proceso plagado de irregularidades, como los que inundan las salas de los tribunales de todo el país. A José Loera le tocó vivir en la época turbulenta de una ciudad que vibró al ritmo de las balas durante más de un lustro, mientras que Voltaje creció en un mundo de valores de respeto y paciencia. Al segundo lo alcanzó la realidad de un mundo que gira demasiado rápido, en el que ya no otros criterios de éxito que el del alcance de la cartera o del cuerno de chivo. Pero aunque fueron una sola y misma persona, los destinos encrucijados de los dos se desbalancearon imperceptiblemente después de una década de convivencia, el 25 de agosto de 2011.

Tras una larga serie de saltos y caídas anunciadas, dignas de cualquier tragedia griega clásica, José Alberto Loera Rodríguez agarró su último vuelo como hombre libre y se lanzó sobre la lona estrepitosamente, provocando una ínfima e irrepetible vibración para el resto del mundo, que le recordó a él –porque esta es sentida únicamente por los gladiadores al momento del contacto-, el verdadero impacto de las ondas al chocar.

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