En la historia del narcotráfico no es raro que un capo sea capturado o termine muerto por un asunto de faldas. Y Alexander Montoya, alias el Flaco, jefe de la banda criminal los Urabeños, no es la excepción.
A pesar de su importancia en el mundo de la mafia, su captura pasó relativamente desapercibida debido a una ofensiva de las Farc en el Cauca que se robó la atención de los medios. El Flaco era uno de los tres miembros de la familia Usuga que comandan a los Urabeños, hoy por hoy, la banda criminal de nueva generación más poderosa en el país. El Flaco asumió un papel más relevante en esa organización, luego de que la Policía abatió en enero a su primo, Juan Usuga, alias Otoniel, para entonces jefe de la banda.
El Flaco, en ese momento, era el hombre encargado de enviar y recibir los cargamentos de droga que salían de Colombia hacia Honduras. En ese país, carteles como los Zetas recibían la cocaína y la llevaban a México y Estados Unidos. Y aunque tenía cuatro órdenes de captura y una condena a 40 años de prisión por homicidio, había logrado burlar a las autoridades por años.
Pero la buena suerte se le acabó por un desliz. El Flaco se movía entre Honduras y Colombia permanentemente. Cuando venía al país aprovechaba para verse con su amante, una joven universitaria, y cuando se hizo más visible para las autoridades, limitó sus viajes y su novia iba a visitarlo al país centroamericano. En uno de esos viajes, ella lo sorprendió con otra mujer en Honduras. Despechada regresó a Colombia. Dos de sus amigas, en una noche de copas, y con el argumento popular de que “un clavo saca otro clavo”, la apoyaron para que tuviera un pequeño romance. Para desgracia de ellas, el Flaco se enteró y ordenó asesinar a las que la habían incitado a serle infiel. El propio capo, según la investigación, viajó a Colombia y coordinó el asesinato. Tras el crimen el narco regresó a Honduras y lo hizo precisamente el 17 de marzo, luego de robar una avioneta de un hangar del aeropuerto Eldorado. Un caso que fue ampliamente difundido por los medios.
Asustada e indignada por la muerte de sus amigas, la joven decidió acudir al Gaula y delatar a su amante. Entregó la ubicación del último sitio en donde se había visto con el capo en Honduras. Aunque el dato era vago, era un indicio. Conociendo la debilidad del Flaco por las mujeres, la misión de ir a cazarlo le fue encomendada a una llamativa oficial.
Tras realizar las coordinaciones con las autoridades de Honduras, la policía viajó. Allí con otro oficial hondureño armaron la fachada de ser una pareja de esposos mafiosos y derrochadores. Por la amante, sabían que el Flaco solo se hospedaba en hoteles cinco estrellas y exclusivos resort. Sin embargo, el hombre se había practicado cirugías plásticas y era difícil identificarlo. Pero la amante les dio otro detalle que resultó clave. El capo siempre estaba acompañado de su mascota, un pequeño perro que no desamparaba.
Durante semanas la pareja de policías fue de hotel en hotel tratando de ubicarlo. Tras varios meses llegaron a un exclusivo resort en el municipio de La Ceiba, en la costa hondureña. Alquilaron una cabaña cerca de otra en donde estaban unos colombianos, según les dijeron a la pareja. Allí vieron a un hombre con un perro, que siempre estaba con escoltas. Identificaron sus costumbres y la oficial empezó a realizar rutinas de ejercicio por el resort para tener la certeza de que era el capo a quien perseguía. Un día uno de los escoltas que la vio trotando la abordó y le dijo que su jefe quería conocerla. A pocos metros vio al hombre mirándola y supo que era el Flaco. Llamó a sus jefes en el Gaula a Colombia quienes viajaron con oficiales de Interpol. Se reunieron con ella y, en coordinación con autoridades del país centroamericano, allanaron la cabaña al amanecer del 19 de julio. El Flaco intentó escapar por la parte trasera pero al verse rodeado no le quedó otra opción que rendirse.
“Ustedes ganan”, fue lo único que atinó a decir. A pocos metros y sin que él la viera, la oficial vio cómo sus compañeros terminaban la cacería que ella inició meses atrás.
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