Cosecha Roja.-
A Alejandro le dieron un tiro en la cabeza porque encerró a otro conductor en la General Paz. En Córdoba, un empresario mató a un camionero con una especie de lanza: le molestó que tocara bocina para pedirle paso. Mariano iba con sus tres hijos a comer un asado al campo. Le hizo luces a un Siena para que le diera paso en la Panamericana. El otro lo corrió varios kilómetros, sacó el cuerpo por la ventanilla e intentó chocarlo varias veces. Sergio terminó con su auto arriba de un boulevar, casi estrellado contra un poste: su mujer, embarazada de ocho meses, tuvo la mala idea de responder al insulto de otro automovilista que le reprochaba vaya a saber qué cosa.
La escena es cotidiana. Una mujer baja el cochecito por la rampa de la vereda y hace un ademán para cruzar. Un conductor la ve y podría parar. No lo hace: la esquiva y cruza la bocacalle mirando apenas porque no tiene prioridad, pero qué importa. El que viene por la derecha le toca alto bocinazo, pero no logra detener el auto a cero y lo choca, le rompe el paragolpes y le mueve un poquito el esqueleto. Entonces ahí sí hay tiempo de frenar. Para discutir, cagarse a trompadas y, en el peor de los casos, matarse.
La pregunta del millón es ¿qué sucede? Pablo Wright, doctor en Antropología y especialista en seguridad vial, dijo a Cosecha Roja que el auto es el objeto más sobrevalorado en la sociedad contemporánea, mucho más que la casa propia. Por eso los llama “cuerpos metálicos” y explica: lo que le hacés al auto, me lo hacés a mí. Es como si nuestra piel hubiera sido reemplazada por una pila de chapa torneada y a la moda.
Los hechos viales, por eso, son sociales. “Cuando ves que hay cien personas que hacen lo mismo y no se conocen entre sí, quiere decir que es cultural”, dijo Wright. Es decir, no son individuales ni caprichosos ni arbitrarios: son prácticas que se aprenden de la familia, de los amigos, de los vecinos.
¿Nunca te pasó de calentarte porque te tiraron el auto, o no te dejaron pasar, o apareció una bici de la nada, o el bondi se te cruzó? “Cuando el otro hace una maniobra y se pone en tu lugar ejerce una acción con su cuerpo metálico que genera una reacción”, analizó el profesor de antropología de la Universidad de Buenos Aires. Esa respuesta puede ser decirlo bien, putearse, trompearse o, en el peor de los casos y si alguno anda calzado, matar.
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Alejandro Dall’Alio manejaba su camioneta Chevrolet Blazer por la colectora de la avenida General Paz con su esposa, hija y yerno. A la altura del partido San Martin discutió con el conductor de un Volkswagen Gol rojo. La pelea no duró mucho: el del Gol sacó un arma y le disparó a la cabeza. Alejandro murió antes de llegar al hospital. Y el del Gol escapó como se ve en las cámaras de seguridad del municipio.
Quince días después, en Córdoba, un camionero de 24 años que iba en un Fiat Iveco se trenzó en una discusión con un empresario metalúrgico de 72 años. Selvático había estacionado la Chevrolet sobre la ruta Nacional 13 en la puerta de la fábrica a la que Martín quería entrar. Como Selvático no se movía discutieron y tocaron bocinazos. Hasta que Selvático sacó una caña filosa y se la clavó en el pecho. Martín murió. Y Selvático fue detenido.
Alan se mandó a contramano por San Martín, en Oberá, Misiones. Iba con la F100 y se la dio contra un Ford Focus estacionado. Al dueño le dio un ataque de furia y se agarraron a piñas. Juan Alberto Miño tenía 44 y conducía el Peugeot 505 por Florencio Varela. Iba con su hijo de 20 y discutieron con dos motociclistas que le obstruían el paso. Hasta que se bajaron de los autos. Miño sacó un hierro pero antes de que lo usara le dieron un puntazo en el pecho y murió.
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“El auto es un objeto de la masculinidad y, al mismo tiempo, de prestigio y estatus: es un objeto libidinal”, explicó. Por eso un choque es sentido como una violación del honor y la virilidad, casi como una pelea de caballeros del Rey Arturo. “La violencia de los cuerpos metálicos y las imprudencias generan siniestros que se podrían haber evitado. Lo que vemos en las calles son maniobras, coreografías: es la práctica de la ciudadanía en movimiento”, dijo el investigador.
En Argentina murieron 5074 personas en accidentes de tránsito en 2012. Más de 4000 fallecieron en el acto, según la Agencia Nacional de Seguridad Vial del Ministerio del Interior y Transporte. En 2013, según datos de la Asociación Luchemos por la Vida, los muertos en accidentes fueron 7869: el 36 por ciento de las víctimas eran conductores, el 34 motociclistas y el 21 peatones.
En la calle se juega el juego de la calle. No el de las leyes ni de las señales.
¿Pare? Mmm. No sé. Depende de si viene otro o no, si es una zona concurrida. ¿Un semáforo? No sé. Si hay cámaras, veo. Si estoy apurado, voy rápido. ¿El peatón? Que espere sentado. ¿La prioridad? Depende, mirá ese autito de morondanga que viene a dos por hora. Paso yo.
La distancia entre las normas prácticas y teóricas es larga, a pesar de que para sacar el registro haga falta aprenderse toda la enorme lista de señalizaciones y reglas: badén, vías del tren, no estacionar en las rampas, la prohibición de la bocina. “Hay una sensación de que a las normas hay que tomarlas ambiguamente: a veces sí y a veces no”, explicó Wright.
Aunque esté naturalizado, subrayó, no es otra cosa que no respetar el derecho del otro. “No se protege a los más débiles -peatones, ciclistas, motociclistas-, hay una preeminencia del más fuerte, del que va más rápido. Y se juega con una ley que es la de la física, que no tiene retorno”, dijo.
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