Malena García – Cosecha Roja.-
Sandra Gómez sintió un golpe en la puerta de su casa, en la esquina de las calles 40 y 120, en La Plata. Se asomó con su bebé en brazos y se quedó paralizada: un grupo de policías entró y empezó a romper todo. Le dijeron que era un allanamiento y le pusieron un arma en la cabeza.
– Dónde está el guacho, decinos dónde está el guacho.
– No sé a qué guacho te referís, estoy sola con el nene, bajá el arma.
– No te hagas la boluda, dale, que vos sabés dónde esconde las cosas el guacho.
Los agentes buscaban una moto, una pistola y balas. Entraron a las habitaciones y destrozaron un ropero de cuatro puertas. No iban a encontrar nada porque a Omar Cigarán nunca le habían permitido llevar a su casa cosas robadas. Entonces la amenazaron.
– Si no entregás al guacho a la comisaría, mañana lo tenés muerto.
La mañana siguiente, el 14 de febrero de 2013, Sandra estaba en la vereda y vio pasar al hijo en la moto de un amigo. Él le sonrió y ella se volvió para adentro. Al mediodía la llamó una vecina: “venite para la 43 que lo mataron a Omar”.
Cuando llegó la calle estaba cortada, llena de policías y de gente. No la dejaban pasar y le dio un empujón a una agente. Quisieron detenerla, ella les explicó que era la mamá pero no pudo ver el cuerpo que estaba tirado en el piso tapado de bolsas, como si fuera basura. Sandra se desmayó y la llevaron a su casa. Ningún policía fue a avisarle que habían matado a su hijo. Después se enteró por vecinos que el cuerpo estuvo en la calle hasta las cinco de la tarde. Se lo entregaron cuatro días después, sucio y ensangrentado. Su papá tuvo que bañarlo.
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Bajando por Diagonal 80 hasta llegar a las vías, cruzando a mano derecha, en la esquina de una calle de tierra, se ve el número 11 pintado en la pared. El portón blanco tiene la marca de dos tiros. Pasillo al fondo está la casa de Sandra Gómez. Es sábado a la tarde y llueve. Como se levantó tarde, su almuerzo es un mate dulce y sánguches de pan y salame.
Al entrar se siente un calorcito. Las paredes turquesas están raídas. Las repisas flotantes de la derecha, llenas de adornos y portarretratos, casi todos hechos por ella. A la izquierda hay una tabla y el televisor prendido en el noticiero. Más allá la cocina y un patio con dos perros. La puerta de entrada la rompió un policía.
Sandra nació hace 44 años en el hospital que está frente a su casa, en el barrio Hipódromo de la ciudad de La Plata. A los dos meses su mamá la dejó en el colegio de menores que en ese entonces funcionaba allí. La crió Cecilia, una mujer del barrio.
A los trece Sandra terminó la primaria mientras trabajaba en una pizzería del barrio. Después tuvo distintos empleos de limpieza en la Federación Bioquímica de La Plata, en la torre 1 de la Municipalidad y en el Hospital San Martín. El último fue en 2006 en la clínica Mater Dei, lo perdió porque todos los días la citaban al juzgado a declarar por Omar. Ese año su marido Milton Cigarán también se quedó sin el puesto de mantenimiento en el laboratorio Bagó. La vida les cambió para siempre.
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Omar dejó la escuela en cuarto grado. Se escapaba de la casa para ir a la plaza San Martín. Ahí empezó su consumo problemático de drogas. Se había hecho amigo de unos pibes que dormían en la plaza y que después iban a ser conocidos en la ciudad como “la banda de la frazada”. Aparecían en la sección de policiales de los diarios, los acusaba de ser responsables de más de 200 asaltos. Según las noticias, envolvían a las personas con una frazada para inmovilizarlas y robarles. En julio de 2008 una patota de policías vestidos de civiles los reprimió salvajemente.
Ese día Omar estaba en su casa. Cuando se enteró, fue hasta la plaza. Los policías se lo llevaron junto a sus amigos al hogar Los Brillitos, en Villa Elisa. Los ayudó el Programa Niñez, Derechos Humanos y Políticas Públicas, que elaboró un plan de lucha junto a otras organizaciones para que los pibes pudieran dormir y recibir asistencia, atender sus adicciones en un hospital y disponer de una línea telefónica para denunciar las vulneraciones a sus derechos.
Mientras, Sandra y Milton recorrían fiscalías y juzgados pidiendo ayuda por las adicciones de Omar. No obtenían respuestas. Querían internarlo, que hiciera un tratamiento pero como el adolescente no quería, no lo encerraban. Sí lo hicieron la primera vez que cometió un delito. En 2012 salió a robar con un grupo de amigos. La policía lo detuvo y lo llevó al Instituto Nuevo Dique, donde estuvo internado nueve meses.
Cuando salió, Omar empezó a trabajar con su papá y se anotó en la escuela nocturna para terminar la primaria. Ahí empezaron los problemas. Había un oficial de calle que lo molestaba: lo golpeaba, lo levantaba y se lo llevaba detenido, lo paraba para averiguar antecedentes. Omar le contó a la mamá que un policía quería que robara y vendiera drogas para él.
– Yo soy chorro, si soy delincuente voy a serlo para mí, no para los milicos. O yo mato a un cobani o el cobani me va a tener que matar – le dijo.
Omar y el papá presentaron una denuncia por la persecución policial. Eso empeoró todo. La policía allanó la casa, con o sin orden judicial. Le revolvían y rompían todo, decían que buscaban cosas robadas y drogas, nunca encontraban nada.
Cuando lo mataron Sandra no quiso ver a nadie. Empezó a moverse por el caso un año después, cuando abrió de nuevo la cuenta de Facebook. Así supo que el entonces defensor del fuero juvenil Julián Axat había hecho una denuncia por distintos casos de gatillo fácil en donde figuraba Omar Cigarán. Se contactó con él y se enteró de que su abogada estaba de vacaciones y que la fiscal Medina –que consideraba que el policía que lo mató era inocente– no había investigado nada. Cuando fue a verlo, Axat le hizo tres preguntas:
¿Alguna vez Ana Medina habló con vos? No.
¿Alguna vez accediste a la causa de tu hijo? No.
¿Sabés que la causa de tu hijo se cierra? No.
Axat le dio una bolsa negra y le dijo que fuera a la Comisión Provincial por la Memoria. En Plaza Italia, Sandra la abrió y vio por primera vez la causa con las fotos del asesino, de la autopsia, las irregularidades del caso. En la Comisión la contactaron con Rosa Bru, la mamá de Miguel, un estudiante de periodismo desaparecido en 1993.
Aunque antes estaba en contra de las marchas, el principio de ese camino la cambió. Empezó a marchar por Omar y después por todos los pibes que mata la policía: según el último Archivo de Casos de represión estatal presentado por la Coordinadora contra la represión policial e institucional (CORREPI), hay entre 200 y 300 casos de gatillo fácil por año.En febrero de 2014 hicieron una sentada en el Juzgado de Garantía Nº 6 para que se reabriera la causa. Un año después marcharon porque Diego Walter Flores –el asesino de Omar– estaba trabajando en la calle con un arma, porque nunca dejó de hacerlo y porque tiene tres abogados. Mientras tanto, en defensa de Omar no hay fiscal, sólo la familia y la querella. A Sandra la acompañan en el juicio la Asociación Miguel Bru y la CPM.
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A los veinte años Sandra militaba en el Ateneo Cultural Eva Perón, ayudaba en el comedor del barrio y participaba en distintas actividades del centro cultural El ángel gris. Una noche se organizó un torneo de boxeo y a ella le tocó vender las entradas. Así conoció a Milton Cigarán. Después de mates, bailes, salidas al cine y un noviazgo de por medio se casaron en 1994.
Milton trabaja haciendo changas. Sandra cobra la asignación familiar y de vez en cuando vende manualidades, pero hasta que pase el juicio es difícil que busque un trabajo: está desbordada de actividades. Una de ellas es su militancia en el Colectivo en contra del gatillo fácil, que tiene reuniones quincenales junto a La Brecha, La Olla de Plaza San Martín, Asociación Miguel Bru, HIJOS La Plata, Colectivo Piedra Papel y Tijera, Patria Grande y Frente Popular Darío Santillán Corriente Nacional. Ahora están trabajando en el caso de Mauricio Andrada, otro pibe víctima del gatillo fácil. El policía que lo mató no sólo sigue trabajando sino que le dieron un ascenso.
–Yo voy y mato a un milico y no estoy ni cinco minutos afuera. Voy presa. Y esa ley debería correr para los uniformados también. ¿Por qué ellos tienen poder de estar libres? ¿Porque tienen un uniforme? ¿Y el pibe no tenía derecho a una vida?
Sandra tiene otros cuatro hijos: Jonathan (25), Gabriel (18), Mailén (15) y Mateo (4). Prefiere que no los entrevisten porque todavía les cuesta hablar de Omar. Además, ya recibieron amenazas. El año pasado, un policía se bajó de un auto, corrió hasta donde estaba Mailén y la empujó contra la pared:
–Decile a tu vieja que se deje de romper las pelotas con Omar porque le vamos a volver a pegar donde más le duele.
Ella siempre la luchó / salió en la tele y su movilización / pero a nadie le importó, nadie la escuchó / todos sabemos que la yuta te mató… rapea Franco Quiroga en “Cómo esto te tuvo que pasar”, la canción que le dedicó a Omar. Sandra convirtió su dolor en organización y aprendió que no hay que bajar los brazos. Que en su lucha no está sola, que son muchas las voces que gritan contra el gatillo fácil. Y que son más todavía las que no piensan callarse hasta tener justicia por Omar Cigarán.
Foto: Radio Futura La Plata
[Nota publicada el 5/8/2015]
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