Juan Villoro – Diario Reforma.-
País de espejismos, México ha descartado la obviedad. Lo que en otros sitios pertenece a la certeza aquí es motivo de opinión. Vivimos en estado de mistificación, imaginando causas para los hechos. La distorsión de lo real es nuestro criterio de verdad.
Cinco personas fueron asesinadas en la colonia Narvarte el 31 de julio, entre ellos la activista Nadia Vera y el fotorreportero Rubén Espinosa. El multihomicidio en una zona residencial de la Ciudad de México, con muestras de tortura y violación, pone en entredicho las condiciones de vida en la capital.
Espinosa trabajaba en Veracruz para la revista Proceso. Desde que Javier Duarte gobierna esa entidad, 15 periodistas han sido asesinados, entre ellos Regina Martínez, también corresponsal de Proceso. No se necesita más información para saber que estamos ante una catástrofe política. Haga lo que haga en otras áreas, Duarte no rendirá cuentas positivas. Una sociedad moderna no puede tolerar el sistemático asesinato de periodistas.
El párrafo anterior pertenece al terreno de la evidencia. Por desgracia, en esta nación de paradojas, debe ser explicado. Si nuestra realidad fuera agradable, creeríamos en ella. Sin embargo, las muestras de violencia y corrupción impiden aceptar que pertenecemos a ese mundo. Un impulso defensivo nos hace suponer que, si alguien perdió la vida, fue porque dio “malos pasos” (en la medida en que no hagamos lo mismo, podremos sentirnos a salvo). Nos protegemos del mal relegándolo a una zona ajena a nosotros.
Las sospechas sobre los caídos hacen que su destino parezca, si no merecido, al menos explicable. Criminalizar a las víctimas es un principio de negación que permite sobrellevar un entorno oprobioso.
Este reflejo ante el horror también aqueja a las instituciones. Ante los asesinatos en la Narvarte, la Fiscalía del Distrito Federal ha ofrecido informaciones que no alteran los sucesos, pero distorsionan su percepción. Se insistió en que las víctimas habían tenido una prolongada reunión y la puerta del departamento no fue forzada. También se recalcó la importancia de hacer un estudio toxicológico a los cuerpos. Esto sugiere una parranda que se salió de control. Lo cierto es que los asesinos llegaron al día siguiente de la noche en vela; si entraron por la puerta, pudieron hacerlo con muy diversos subterfugios. Lo que las víctimas hayan ingerido no justifica su desenlace.
También se mencionó como posible móvil el robo. Faltaban los teléfonos celulares y se habían sustraído billetes de las carteras. En el video que captó a los verdugos, uno de ellos carga una maleta.
¿Y el ángulo político? En forma imperdonable, la fiscalía encargada de atender los crímenes contra periodistas no atrajo el caso. Espinosa había sido víctima de amenazas y buscó refugio en el DF, donde pidió asesoría a la ONG Artículo 19. Su situación era la de alguien acosado, en lucha contra el estrés postraumático. También Vera había sido objeto de ataques y amenazas. La tortura previa al tiro en la nuca es un signo de venganza. El crimen organizado ha desatado una auténtica gramática de la violencia; el estilo de los asesinatos sigue un código preciso. No estamos ante un simple robo; en todo caso, el atraco se deriva del delito principal (el teléfono de un periodista vale más por su agenda que por su precio en el mercado negro).
¿Cuál es la responsabilidad del gobernador Duarte? Los 15 asesinatos han ocurrido en circunstancias diversas. Lo innegable es que no se ha hecho nada para aclararlos en forma satisfactoria ni para impedir que sigan sucediendo. Además, el gobierno veracruzano ha acosado a la prensa independiente y el Congreso local aprobó la “Ley Duarte” para penalizar con uno a cuatro años de prisión a quien perturbara el orden informando en redes sociales de la violencia (sólo la Suprema Corte impidió este despropósito). Para congraciarse con los medios, Duarte rifó coches (un colega no pudo recoger el suyo por haber sido asesinado) y dio cerca de un millón de dólares anuales al Festival Hay para hablar de libertad de expresión. Hace poco dijo a los periodistas: “pórtense bien”, implicando que los mensajeros son responsables de lo que hacen los verdugos. Duarte gobierna en un clima que permite el ataque impune a periodistas. Es un hecho.
En su novela Lejos de Veracruz, Enrique Vila-Matas celebra esa región a la distancia. Para los periodistas, estar “lejos de Veracruz” se ha vuelto una meta de supervivencia.
Por desgracia, en este país de irrealidades, Veracruz está en todas partes.
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