El protocolo para las Fuerzas de Seguridad en protestas ubica a la prensa en un corralito. Opinan los fotógrafos Pepe Mateos y Gonzalo Martínez.
Según el nuevo protocolo para las fuerzas de seguridad en manifestaciones, los periodistas, camarógrafos y reporteros gráficos que cubran una protesta social deberán ubicarse en una “zona determinada” en la que no “interfieran con el procedimiento”. Si se corren de la línea establecida por la Policía Federal o la Gendarmería, quedan a merced del uso de la fuerza. La medida desató la polémica en las redes sociales. “¿Nos pondrán en un corralito?, se preguntaban ayer distintos periodistas en Twitter y Facebook.
En Argentina, con una larga tradición de abuso policial -con crímenes que desde el de Teresa Rodríguez en 1997 para acá siempre se esclarecieron gracias a la evidencia fotográfica y fílmica- la medida puede leerse como una forma de garantizar la impunidad.
El fotógrafo Pepe Mateos es quien quizás haya hecho las serie de fotos durante una represión más importante de las últimas décadas. El 26 de junio de 2002 fotografió cómo el comisario Franchiotti asesinada al piquetero Darío Santillán. Sus imágenes desbarataron la hipótesis oficial: que los manifestantes se habían matado entre ellos.
“Con el nuevo protocolo”, dijo Mateos a Cosecha Roja, “se abre una puerta peligrosísima para los movimientos sociales y para el trabajo periodístico: se habilita la represión a la prensa en forma legal. Quedaremos expuestos a la represión”. Y agregó: “Vamos a ir a trabajar preparados para recibir la agresión: nos van a pegar en la cabeza con la excusa de que salimos de la norma. Lo que antes era una excepción se convertirá en la regla”.
Según la experiencia de Mateos, no había hasta ahora un control del trabajo periodístico en hechos de violencia callejera, protestas o partidos de fútbol. Había agresiones pero eran esporádicas. “El protocolo es una bajada concreta escrita y no escrita. Busca tener el control absoluto, tanto de la gente que manifiesta como del rol de la prensa. ¿Qué va a pasar cuando te salgas del corralito?”, dijo.
El antecedente es la represión en el Hospital Borda, cuando la Policía Metropolitana hirió a internos, médicos y periodistas a golpes, con balas de goma y gas pimienta. Ese día, al propio Mateos intentaron llevarlo detenido cuando cruzó el límite impuesto por el operativo y con la excusa de que había golpeado a un policía. Lo agarraron de un brazo y cuando logró soltarse se le tiraron encima cuatro agentes.
“No existe quedarse en el corralito. Es un planteo infantil. Si buscan ordenar desde dónde se va a observar, hay un desconocimiento total de la profesión. El reportero necesita buscar la noticia y descubrir con sus ojos lo que pasa”, dijo a Cosecha Roja Gonzalo Martínez. Para él, la cámara es como un escudo, un “arma de defensa” para registrar lo que está ocurriendo. “No hay otra forma de entender el trabajo que no sea con las imágenes. “Es absurdo restringir el espacio, ni durante la dictadura la prensa tenía una ubicación específica”, contó.
El fotógrafo cubrió la represión del 19 y 20 de diciembre de 2001: una imagen lo muestra ayudando a una madre de Plaza de Mayo a escapar de los latigazos de la policía montada. Todavía recuerda que en esa época los fotógrafos funcionaban como escudos, “frenaban un poco la intención de la golpiza”.
Mateos cubrió la represión del 26 de junio de 2002 en el Puente Pueyrredón. “Era un caos, no hubo un cálculo. Cuando organizaron el operativo no tuvieron en cuenta a la prensa, no hubo restricción y tenían idea qué hacer con nosotros”, contó. Lo que aprendieron -según el reportero- es que no necesitan “estos testigos”.
El 2001 y 2002 “parece la “prehistoria”, coinciden ambos fotógrafos. Los teléfonos celulares revolucionaron la mirada sobre la represión: sólo en las últimas semanas muchas víctimas de detenciones arbitrarias se filmaron a sí mismos durante los abusos policiales.
La primera prueba para la aplicación del Protocolo será el próximo miércoles durante el paro de la Asociación de Trabajadores del Estado. La segunda el 24 de marzo, el día de la memoria, cuando el presidente de Estados Unidos Barack Obama visite el país. “Es un delirio, hay una sensación de que algo va a estallar”, dijo Martínez.
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