Los vecinos de Villa Palito, La Matanza, se convirtieron -con ayuda del Padre Bachi- en operadores del hogar El Buen Samaritano. Allí los jóvenes con consumos problemático deciden ellos cuándo entran y cuándo salen. A veinte cuadras, en el mismo partido, los pasillos de Puerta de Hierro son hogar de los fisuras: jóvenes que caminan como zombies en busca de una dosis de paco. En Las Rosas, La Plata, las mujeres víctimas de la violencia machista formaron un nuevo barrio y ahora pelean para reabrir el hogar para consumidores. “El trabajo que presentamos hoy nace de caminar los barrios y ver que en el conurbano se vive una gran fragmentación en materia de consumos problemáticos, especialmente en los lugares más humildes”, dijo el diputado Fernando “Chino” Navarro en el auditorio de la Universidad Nacional de Tres de Febrero.
Navarro preside el Instituto de Investigaciones sobre Jóvenes, Adicciones y Violencias (Ijóvenes). El trabajo, que según él es una forma de reflexionar, aportar y aprender, comenzó en los barrios críticos del conurbano y del interior de la provincia. Pero no todo está teñido de delito y droga: en un territorio se vende paco y a veinte cuadras hay una organización delictiva que se dedica al robo de autos. Mientras tanto, “la gran mayoría de las personas va a trabajar, estudiar y soporta la vida cotidiana con mucha dignidad”, contó.
Juan Enríquez era cartero y se transformó en un líder popular cuando lideró, junto al Padre Bachi, la construcción de cooperativas y de organización popular de Villa Palito. “No significa que sea Disneylandia o que no haya adictos, pero es un barrio que ha progresado con una apuesta a la participación popular con ayuda de planes nacionales, provinciales, municipales”, contó.
Marcelo Bergman, director del CELIV, destacó el trabajo de IJóvenes porque “pone el dedo en la llaga de muchos problemas e indica dónde mirar”. “Es muy diferente lo que pasa con el uso de drogas en los barrios donde hay organización social”, dijo el académico.
Entre los 15 y los 18 los programas están ausentes y es el momento de mayor deserción escolar. En Chascomús, los docentes lograron coordinar con el programa Envión para sostener la permanencia de los adolescentes en la escuela. En La Plata, un chico debía cursar tercer año en otro edificio: como no le alcanzaba la plata para tomar el colectivo, los profesores temieron que abandonara y lo dejaron recursar el último año aprobado. Es la forma que encontraron para contenerlo.
Para Bergman, el foco en la educación es una señal de alerta. “A los 15 la escuela ya cumplió la mayor parte de su tarea, ya enseñó los conceptos básicos de disciplina y norma. Sin embargo, muchos chicos no tienen el instrumental interno para salir del consumo problemático”, explicó
A Sebastián Fuentes del Centro de Investigaciones de Políticas Sociales Urbanas de UNTREF le llamó la atención la reacción de una escuela en la que los alumnos de primaria sabían más de plantas de marihuana que los docentes.
Después de que Guido se quiso suicidar, la escuela 53 de Gorina empezó a trabajar con el Equipo Distrital de Infancia y Adolescencia (EDIA). Juntos, llevaron adelante un proyecto que se llamó Fotografiando el silencio. “La idea era que los chicos sacaran fotos de su contexto y que lo expusieran delante de los docentes para conocer su contexto. Acá no pasó, pero las coordinadoras del EDIA nos contaron que los pibes les sacaban fotos a las plantas de marihuana”, dice Hugo Caro, el director de la escuela. Y agrega: “Acá están haciendo una huerta y una profesora les preguntó a los pibes si sabían qué eran los plantines. `Sí, cómo no vamos a saber, los de marihuana’, respondieron. Nosotros queremos descubrir a través de las fotos lo que está pasando con los chicos. Yo vengo de una formación técnica y al principio pensaba que era una pérdida de tiempo. Pero después te das cuenta de la importancia”. [Fragmento del informe Ijóvenes].
“Para los docentes puede ser escandaloso. ¿Por qué no transformala en un contenido de enseñanza? Hay algo que podemos aprender también los adultos en ese intercambio”, explicó Fuentes.
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La perspectiva del informe está pensada desde los consumos problemáticos y no desde la idea de adictos porque el abordaje se hace desde la salud y los Derechos Humanos. “Nos preguntamos cuáles son las motivaciones del consumo: ausencia de límites, descontrol en los barrios críticos y, el problemas central, la falta de amor y contención de la familia, la autoridad, la escuela y el club. Eso está ausente. En los barrios críticos la batalla es desigual”, dijo Navarro.
La puerta de entrada al consumo es el alcohol. Según las cifras de la SEDRONAR, entre los 13 y los 15 comienzan los primeros consumos, entre los 15 y lo 16 es el momento de mayor uso de sustancias. Más del 50 por ciento de los adolescentes consumió alcohol en el último mes: el paco apenas llega al 0,5 por ciento. “El paco no es el principal problema pero sí está en los sistemas más fragmentados como Puerta de Hierro, Villa 25 en San Fernando o la Eucaliptus en Quilmes”, explicó Navarro.
Hace 20 años hablar de la familia era un tema tabú. “Es un problema importante el de la desestructuración primaria”, explicó Bergman. En el Celiv entrevistaron a mil personas detenidas en cárceles federales y provinciales, la mitad en territorio bonaerense. En los resultados descubrieron que uno de cada tres presos se había ido de su casa antes de cumplir 15 y la mitad proviene de entornos en donde hubo adicciones o donde otros familiares ya tuvieron conflictos con la ley. “Se trata de un entorno de crecimiento no estructurado que genera una mayor proporción a los consumos problemáticos o a la comisión de delitos”, dijo el académico.
Las drogas no afectan sólo a los sectores populares. En el trabajo del Centro de Investigaciones de Políticas Sociales Urbanas de UNTREF, investigan el uso de sustancias en los sectores medios y medios altos de Buenos Aires. Las mayores dificultades aparecen en las escuelas: los docentes no saben qué hacer. “Cuando el consumo se conoce públicamente, puede afectar la reputación de esa familia y peligrar su permanencia en el colegio. Por eso, las autoridades trabajan en sigilo, para que los padres no se enojen”, contó Sebastián Fuentes.
En las escuelas de la zona norte y oeste del Gran Buenos Aires, los directivos contratan instituciones que hacen talleres con los estudiantes: durante un día, las clases se suspenden y los adolescentes cuentan sus problemáticas, los miedos, lo que les está pasando, conversan. Los pibes reciben la pedagogía del miedo (les muestran los efectos del paco) o de la palabra (si te digo tantas veces ‘no te drogues’, no vas a hacerlo). Al final de la jornada “quedan todos contentos pero no se vuelve a hablar del tema hasta el año siguiente”, dijo el investigador. Tampoco alcanza para indagar qué pasa en el “escandaloso” tercer tiempo de los partidos de rugby, donde los adolescentes celebran el final de juego con alcohol y drogas.
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El paradigma prohibicionista ya fracasó en todo el mundo. En México, por ejemplo, hay más de 25 mil personas desaparecidas, 281 mil desplazados, 27 asesinatos y ocho casos de desaparición forzada en contra defensores de DDHH y más de 80 periodistas asesinados y desaparecidos. Hacerle la guerra a las drogas no permite pensar el consumo desde la salud. “Los modelos prohibicionistas y abstencionistas han fracasado. Las internaciones muy extensas tampoco sirven y tienen un alto porcentaje de reincidencia y para las Fuerzas de Seguridad es mejor que el pibe esté en el barrio, que no venga al centro”.
Según el diputado bonaerense, en Argentina no hay carteles ni nos parecemos a México, Colombia o Brasil. “No hemos podido desde la clase política generar vínculos con los consumidores y buscar alternativas. Pero si no hacemos nada podemos terminar pareciéndonos a otros países”, dijo.
Desde el equipo de investigación coordinado por Cristian Alarcón, propusieron una perspectiva que salga de los caminos tradicionales del paradigma prohibicionistas que lleva a la guerra y trata a los jóvenes como enfermos o delincuentes. “Cuando íbamos a hablar con los pibes, a preguntarles qué consumieron el último fin de semana, descubrimos que el uso de las drogas es un componente más y a veces un síntoma”, dijo Alarcón. Detrás de las sustancias están las crisis familiares, la enorme distancia entre padres e hijos, padres y madres muy jóvenes, con dificultades para conseguir trabajo, padres consumidores, madres deprimidas. “Los pibes se drogan porque la pasan bien. Para encontrar formas de salir del círculo del consumo tienen que poder hablar”, agregó.
Para Fuentes, el informe es un “insumo para los responsables de las políticas”, para pensar cómo trabajar por los derechos de niñas, niños y adolescentes. Según Navarro, el Estado no tiene un real diagnóstico del consumo. “Esto no lo resuelve un partido ni el Estado o la comunidad, sino la suma de todos con una gran participación de los sectores populares. O lo arreglamos entre todos o no lo arregla nadie”, dijo Navarro.
Fotos: UNTREF
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