Ayer a las 17.04 hs TN tituló “Tinder y cocaína, el combo letal del anestesista que atacó a una chica”. La bajada no es más alentadora. Dice así: “Se conocieron en la red social de levante y ahora investigan si la agresión se produjo por una convulsión provocada por el exceso de drogas”.
Belén Torres tiene 20 años, una costilla fisurada, un tímpano reventado, cortes en las manos y el rostro deformado por los golpes. Gerardo Billiris contó en su testimonio que estaba drogado y que la golpeaba mientras decía que la iba a matar. Se salvó porque pidió ayuda a los vecinos.
Al título sobre Tinder y la cocaína se suma el énfasis que el grupo Clarín puso desde el primer momento en la condición profesional del agresor, una forma de “blanquear” en el sentido más clasista de la expresión a quien de haber hecho lo mismo desde Av. Rivadavia hacia el sur de la ciudad, nos habrían presentado como “violento, delincuente, agresor”.
La operación es sencilla y se advierte con solo entrar al link de la nota y leer los comentarios que en abrumadora mayoría apuntan a Belén: por usar Tinder y, en menor medida, por usar drogas.
Alguien podría decir que la nota o el título no deben cargar con la cuenta de los comentarios. Ya bien sabemos que es obvia relación que hay en el modo en que un medio de comunicación produce una noticia y las consecuencias que ello genera. No se trata solo de responsabilidad social empresaria, snobismo o sensibilidad. Es centralmente un problema de afectación del derecho básico a contar con información de calidad sin sesgos discriminatorios, un asunto público. Quienes deciden producir contenidos de esa forma lo saben, es deliberado y apela a reproducir una configuración de la realidad que se empeña en reconducirnos en base a roles de género estereotipados. Él es agresivo, ella incauta, él se desbordó, ella está fuera de lugar.
La centralidad que la noticia le da al hecho de que se hayan conocido por Tinder no es nada inocente. La elección del lunfardo “levante” para definir una red de contacto en el que las personas se conectan por muchas razones, —tantas como personas la usan—, es ya una declaración respecto de la decisión de dirigir la tarea al objetivo de reforzar prejuicios y moralinas.
Es curioso como un mismo elemento en apariencia neutral, un “dato” cumple funciones distintas según con quien se ponga en relación. Mientras ponen a las drogas como excusa absolutoria o causal para “explicar” la conducta del varón, – al punto de decir algo tan estúpido y cómplice como “la agresión se produjo por la convulsión”–, respecto de ella, se habilitan lecturas culpabilizantes.
Esta forma de presentar los hechos, expresa la tónica dominante con que algunas usinas comunicacionales cumplen la tarea sucia de producir y reproducir el miedo como garantía de sumisión y disciplinamiento de las identidades de género subalternizadas, correlato indispensable para que nuestros cuerpos sigan estando a disposición. No es sólo desinformación, desdén o falta de perspectiva de género, es reafirmación del orden dominante.
Algunos dan golpes feroces, extreman la violencia habitual. Pero no están solos. Quienes les dan aire y legitimidad desde los medios de comunicación no son menos peligrosos: son claves para reproducir violencia y perpetuar impunidad.
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