Después de un allanamiento en la Comunidad Mapuche Vuelta del Rio, las familias que viven en ese paraje bajaron hasta la ciudad de Esquel para pedir la renuncia del juez Guido Otranto. Al volver a sus casas, descubrieron que habían quemado una de las viviendas de la comunidad. La noticia circuló en las redes sociales, y la policía intentó desmentirla, incluso cuando ya habían fotos del incendio. En los medios se los ligó al RAM, se los trató de terroristas, se dijo que era una ‘agrupación radicalizada’. En esa nota -escrita antes del conflicto- te contamos la historia de la comunidad a través de uno de sus voceros más jóvenes, Rogelio Fermín.
Aquel año lo habían nombrado abanderado: le tocaba la llevar la celeste y blanca, pero él había dicho que no, que prefería la mapuche, esa que flameaba junto a la argentina en los actos escolares. Por entonces, Rogelio Fermín tenía trece años y parecía hablar con los ojos. Si miraba fijo, brillaban. Si se abstraía, se entrecerraban hasta la mínima expresión. Cuando el maestro le preguntó por qué elegía esa, se encogió de hombros. “Me gusta más el color”, atinó a decir. Ese fue su último día en la escuela. Tuvo que pasar una década para poner en palabras lo que había decidido en ese gesto. “Necesitaba- dirá luego- salir de ahí, buscar la parte que me faltaba. Quería encontrar gente como yo, reconocerme”.
Rogelio nació en la Comunidad Mapuche Tehuelche Vuelta del Rio, a 25 kilómetros de El Maitén, en la provincia de Chubut. Sus padres son Doña Carmen Jones y Don Mauricio Fermín, ambos nacidos y criados en el mismo lugar. Para llegar hasta la casa familiar, hay que tomar la Ruta 40, cruzar el Rio Chubut justo donde gira hacia el este, y trepar a los cerros. Desde la orilla son dos horas de cabalgata o cuatro si se avanza a pie. La forma más fácil de llegar es subirse a los caballos de Rogelio y dejarlos actuar: los animales saben el camino de memoria. Si hasta los trece lo recorrieron para llevar su dueño a la escuela, luego lo transitaron en busca de otra educación:
-Empecé a recorrer -dice Rogelio- y conocí gente que estaba luchando por la tierra, gente que estaba siendo desalojada. En la reuniones siempre era uno más del montón, trataba de escuchar y entender. Y bueno, llegó un momento en el que me tocó a mí pasar por la misma situación.
Su casa es de adobe: fresca en verano, abrigada en invierno. Desde lejos parece un accidente del terreno, un pedazo de tierra que cobró forma de rancho. La nieve, que empieza en abril y se queda hasta fin de año, a veces parece a punto de taparla por completo. En esos inviernos largos, cuando la actividad se reduce al mínimo, los Fermín pasan el tiempo alrededor del fogón.
En una de esas rondas, Don Mauricio le contó que los abuelos llegaron allí ni bien terminó la Campaña al Desierto. Y que el gobierno de entonces les dio esas tierras altas, llenas de piedras, para que se instale la tribu de Miguel Ñancuche Nahuelquir (ver aparte). Doña Carmén le enseñó como eran las cosas antes, cuando ella era pequeña. Aquí, le dijo, la tierra no tenía alambrado.Y tampoco había zapatillas o pantalones: las botas eran de garrón de potro y la ropa la tejían los abuelos.
Los desalojos eran tan comunes como las tormentas. Doña Carmen sufrió el primero a los 11 años. Todavía recuerda que la partida policial derribó la casa con el mismo hacha con el que su padre cortaba leña, y que los ovillos de lana de su madre rodaron cerro abajo. En base a esos relatos, Rogelio buscó en la cordillera los lugares donde sus antepasados se escondían después de cada atropello. Así, aprendió a leer su propia historia en una arboleda antigua, en un grupo de piedras escondidas entre el pasto, o en las paredes de una cueva.
Como quedarse con la tierra
Los mapuches no fueron los únicos en afincarse en la zona. A principios del siglo XX llegaron a la zona varios comerciantes de origen sirio libanés. Entre ellos estaba Abraham Breide, un inmigrante que en los años 20 manejaba un Ford T por las calles de El Maitén. Breide se hizo famoso por usar su dedo meñique como balanza. Doña Segunda Hulinao, hoy una de las ancianas de la comunidad, recuerda cada una de sus historias:
-Los Breide -dice Doña Segunda- llegaron como cualquier persona, con un burrito de tiro, con pilchero, trayendo los alimentos en un baúl, y salieron de mercachifles, vendiendo por kilo. Como no había negocios, la gente les compraba. Hacían cambalache, así se le dice al cambio por animales. Los abuelos iban a los negocios y entregaban sus frutos, cuero y lana. Los invitaban a comer, a tomar y cuando estaban borrachos les pedían los documentos de la tierra. Y cuando iban a retirar plata le daban harina, yerba, todo por bolsa. Como no sabían leer le decían “hasta aquí llegó con los kilos de lana”. Le decían “firmá acá” y ellos daban la mano y firmaban. Y como iban a firmar si no sabían escribir el nombre.
En 1957, la Revolución Libertadora creó la provincia de Chubut y con ella el Instituto Autárquico de Colonización y Fomento Rural. Abraham Breide recolectó los papeles que había hecho firmar a los Mapuche, y en 1963 obtuvo su título de propiedad sobre tierras en las que vivían las comunidades Vuelta del Río y Ranquil Huao. Diez años después, transfirió esos títulos a Aikel El Khazen, otro comerciante sirio libanés. En la zona, esa práctica conocida como ‘comprar tierra con indios adentro’.
-En toda esa cordillera allá arriba-continua Doña Segunda- El Khasen puso a la gendarmería. Vinieron con el juez, embargaron animales, tierra y así lo ponían todo bajo alambre. Breide hizo lo mismo: primero alambró donde estaba la abuela de Doña Feliciana. Ella vivía sola y el turco vino con los gendarmes a quemarle la casa, la huerta, todo lo que tenía. Eso fue hace muchos años, y nadie dijo nada, porque la misma autoridad andaba haciendo ese trabajo.
Si una familia era desalojada -la mayoría de las veces de forma extrajudicial- daba vueltas por la cordillera hasta que encontraba la oportunidad volver al mismo lugar. La justicia intervino recién en 1994, cuando los sucesores de El Khazen comenzaron un juicio de desalojo contra varios pobladores. La justicia falló en primera y segunda instancia a favor de la comunidad. La historia del atropello parecía haber llegado a su fin. Pero no era cierto.
El puma y el mensaje
Una mañana del 2001, Rogelio sintió que los perros ladraban intranquilos. Fue hasta el corral y enseguida descubrió el motivo: un puma había matado cinco animales. “Por lo general -diría después Rogelio- me mataban uno o dos, como cualquier animal cazador. Si el puma mata un cordero y no deja nada, sabés que lo hizo porque tenía hambre. Yo en su lugar haría lo mismo”.
Pero cinco en una noche, eso era raro. Pocos días después, a un vecino le pasó lo mismo: el puma mató cuarenta corderos de su corral. Rogelio, que por entonces tenía 16 años se armó con un rifle, y salió a la cordillera. Le habían contado muchas leyendas sobre el puma, y quería conocerlo en persona. Cuando lo tuvo en frente, los perros lo rodeadon. El puma lo miró fijo, amagó con atacarlo y Rogelio disparó. Meses más tarde, otro puma volvió a su corral y mató a varios animales. La escena se repitió una y otra vez, hasta que Rogelio entendió.
-Yo percibo mucho en los sueños. Y soñé que tenía que parar con eso, que tenía que tener una buena relación con el puma, porque traía un mensaje. Avisaba lo que iba a pasar en mi comunidad.
El 15 de Marzo del 2003 los Fermín tomaban mate alrededor del fogón cuando vieron un bulto extraño que se movía en el monte.
-Es gente -dijo Don Mauricio.
Eran 21 policías de las comisarías de Cushamen y El Maitén. Al frente iba el comisario César Brann. Este último les comunicó el motivo de la visita: venían a desalojarlos. Rogelio les pidió ver la orden. El comisario puso cara de pocos amigos:
-No les tengo que mostrar nada. Ustedes se van, y punto.
Durante toda la mañana, los policías se dedicaron a romper y a cargar las cosas de los Fermín en la carreta de la familia. Más tarde ataron los bueyes para derrumbar el rancho , y lo poco que quedó en pie lo destrozaron a patadas. Después soltaron los animales, pisotearon la huerta y se guardaron algunas cosas para ellos mismos.
A Rogelio lo arrinconaron contra un árbol, al lado de su padre. A Doña Carmen, en cambio, no la pudieron atajar. Ni bien tuvo oportunidad, la mujer empezó a correr y se escapó. Volvió a las dos horas, montada a caballo y con refuerzos: Doña Feliciana y Doña Segunda, las dos ancianas que tantos desalojos habían visto en su vida.
Las tres se plantaron. Donde un policía cargaba algo en la carreta, ellas lo devolvían a su lugar. Si alguno espantaba a los animales, una de ellas los arriaba devuelta al corral. La noticia no tardó en expandirse en toda la región, y pronto el campo de los Fermín se llenó de vecinos de toda la zona. “Vinieron tantos -recordaría luego Doña Carmen-que para darle de comer tuvimos que carnear una yegua”. Al tercer día, los policías se dieron por vencidos.
Y después
El desalojo había sido ordenado por el Juez de Instrucción de Esquel, José Colabelli. Poco antes, en Octubre de 2002, el mismo magistrado había decretado el desalojo de otra familia Mapuche: los Curiñanco Nahuelquir, que tenían un conflicto de tierras con la empresa italiana Benetton. En aquel caso, había sido un desalojo preventivo, antes de resolver quién tenía razón. En la causa Fermín, para ordenar el desalojo el juez ignoró un dictamen de la Fiscalía que sobreseía a la familia por la causa de usurpación. Y también aprovechó un momento en el que el abogado de la comunidad estaba con la guardia literalmente baja (ver recuadro).
El 20 de Marzo, cinco días después del intento desalojo, la situación se le volvió en contra. En Esquel, unas 7000 personas que se manifestaban contra la minería acompañaron los pobladores de la Comunidad Vuelta del Rio hasta su despacho.
Desde aquel día, Rogelio -que tenía 18 años- se convirtió en el vocero de la comunidad y de su familia. Viajó hasta Buenos Aires, aprendió a enfrentarse a las cámaras, a sentarse en el estrado y hablar ante quién sea. La causa judicial por el desalojo derivó en tres: la principal, donde se resolvería la cuestión de la propiedad de la tierra, una contra los policías que actuaron ese día, y otra por mal desempeño contra el Juez Colabelli, que terminó destituído. Las tres causas llegaron hasta la Superior Tribunal de Justicia de Chubut. La cuestión de la tierra se discutió incluso en la Corte Suprema.
En cada una las instancias, Rogelio estuvo junto a Doña Carmen y Don Mauricio. La última audiencia fue hace una semana. Ni bien terminó, Rogelio se subió un micro: iba a Tartagal, a un encuentro de comunicadores indígenas. Antes estuvo en Roma con organizaciones que se solidarizaron con su causa, en Paraguay con los movimientos campesinos sin tierra y en Misiones con las comunidades Mbya Guaraní. Pero nunca se va por mucho tiempo. Después de cada viaje vuelve a su casa, se sienta a matear con sus padres y les cuenta como les fue. Ahora tiene 24 años y estudia la lengua Mapuche. Su mirada sigue tan brillante como antes. Sabe que en todos estos años entendió algunas cosas que añoraba de niño:.
-Llegó el momento -dice- en el que me tocó defender a mi familia. Es muy fuerte estar frente a frente con tu enemigo, sentarte en una mesa y empezar a hablar y defender tu tierra, que es defender tu sangre. Así encontré mi camino, la parte que me faltaba.
(Nota publicada originalmente en la Revista Rumbos)