Por Marina Glezer – Actriz.-
Cuando quedé embarazada por primera vez tenía dieciocho años. Hice el amor con mi actual compañero, padre de mis dos hijos, sin preservativo porque estaba indispuesta. Sin acceso a una educación sexual, pese a mi privilegio de educación privada, pensaba erróneamente que no ovulaba mientras transitaba el período. Mito que desintegro en el acto mientras me leen: siempre hay que usar preservativo, aún menstruando podés embarazarte.
No me convertí en madre en ese momento, porque atrapada al rol de hija todavía, el miedo de semejante estado de vulnerabilidad hizo que consultara qué decisión tomar con mi padre. Él muy sabio, por viejo, me confirmó algo que con los años seria cierto: no era él quién sería el primero en saber semejante noticia cuando realmente deseara un hijo. No es lo mismo “vas a ser abuelo” que “estoy embarazada, ¿qué hago?”·
Es un tema profundo y no me alcanzarían los caracteres para analizar por qué y cómo nos embarazamos las mujeres. Y cuando es momento o no de formar una familia.
Planificar es un derecho. También en la sorpresa uno planifica. A medida que la sorpresa es noticia para toda la vida. Porque si hay algo que es un hijo, es la responsabilidad vitalicia de un amor lo suficientemente bueno.
Yo era pequeña cuando tomé la decisión de abortar. Pequeña para semejante sensación de muerte. Pero por suerte tenía ochocientos pesos (era el año 1999) y un médico abortista en Barrio Norte. Que no me dejó secuelas médicas ni dificultades. Desde entonces, después de pasar seis meses de infierno, hasta que dejó de ser clandestino y elaboré el duelo, sentí como causa propia la injusticia de no tener derecho a elegir.
Yo no pude elegir con libertad y sentirme contenida. Y la mujer que no tiene recursos, puede morir. Es grave.
Cuento esto con todo el pudor en mi cuerpo escabulléndose por todos los poros abiertos. Y con mis dos hijos durmiendo. Pero con todo el horror que me hace imaginar mujeres desangrándose en abortos con mala praxis, por injusticia social. Los ricos si pueden hacerlo bien, aún en la clandestinidad, los pobres no.
Es injusto pensar que abortar es matar, mientras que es morir. Es injusto que las mujeres no tengamos el derecho a elegir cuando queremos amar a alguien para toda la vida. Es injusto que pudiendo procrear a partir de los once años no haya un estado responsable educándonos para prevenirnos de embarazos no deseados.
Igual nos embarazamos, igual abortamos. Igual queremos y frente a eso nos fortalecemos. Abortar es un derecho. Tiene que ser legal, seguro y gratuito. Nadie merece ser un hijo no deseado. Nadie merece ser madre sin quererlo. Y todas las mujeres juntas debemos reclamar nuestros derechos. Quien se embaraza por accidente no puede ser madre por obligación. Ahora que soy madre adulta, mas segura y agradecida estoy de las decisiones que tomé cuando era adolescente.