A través de retazos cotidianos, un profesor de Lengua de escuelas secundarias pinta una realidad como sólo un (buen) docente puede contar.
Por Javier Roldán*
Marisol
La consigna era muy sencilla, responder unas preguntas sobre ellos y sus vidas “para conocerlos más”.
Ante la pregunta: “¿Cómo está compuesta tu familia?” Varios muestran dificultad para comprender el término “compuesta”. Me paro frente al curso y desde el pizarrón comienzo a explicarles la pregunta: “quiere decir a quién considerás como parte de tu familia. Vos podes vivir con alguien y no considerarlo como familiar tuyo o podes no vivir con esa persona y considerarla de tu fa…”
Marisol gritando dice: “yo a mi papá no lo considero mi familia. El hijo de puta se fue hace tres años porque se le calentó la pija con otra”.
Nico
“Niquito”, me vuelve loco. Desde el comienzo de la clase se para al lado mío mientras yo estoy sentado en el escritorio y habla, grita, se pelea con las compañeras los compañeros a los gritos y yo le digo: “Nico, andá a tu banco”, “Nico, dejame en paz”, “Nico, no te soporto”.
Él se ríe y sigue a mi lado poniéndole kilos de azúcar al mate, volcando el mate en el escritorio, hablando sobre fútbol, salidas bolicheras, prácticas de boxeo.
Hace tres años nos conocemos. Tiene un padre ausente, una mamá alcohólica y hermanos que no le pasan ni cabida.
No falta nunca a clases. Nunca. Ni cuando en primer año se iba del aula y tenía que perseguirlo por todo el colegio para que volviera a entrar a la clase.
Hoy llegué temprano al colegio y Nico llegó un poco después. Cuando lo vi le dije “¡Uy por dios!” llevándome las manos a la cabeza y después me reí y le dije “Dame un abrazo, Nico” y nos dimos un abrazo que me dura hasta ahora que son las 10:37 hs y ojalá me dure todo el día.
Francisco
Hay sátrapas que una vez abandonado el colegio, cada tanto, vuelven y se asoman por la ventana del aula y me hablan desde afuera y me cuentan cómo les va en esa vida exterior que me es bastante ajena y desconocida.
Francisco vino hoy, el último día de clases, y se asomó por la ventana mientras estábamos con 2do año comiendo chicitos, papa fritas y palitos salados y tomando Manaos Cola.
Estábamos festejando el final de la cursada y mirando los últimos capítulos de la primera temporada de Stranger Things. Estábamos en la oscuridad no sólo porque mirábamos la serie en el televisor emparchado sino, además, porque hace dos meses que el aula está sin luz. Estábamos felices de haber llegado juntos un año más.
Francisco estuvo con nosotros hasta mediados de año. Pero no volvió después del receso invernal. Creo que Andrea, su preceptora, me comentó que vino una o dos semanas después de retomadas las clases y que llegó dos o tres horas después del comienzo de la jornada justo un día en que su curso no tenía clases. Después de eso no lo vimos más.
Francisco está parado del lado de afuera del aula, en ese patiecito que separa débilmente al colegio de la calle y desde ahí me sonríe y yo le sonrío con un vaso de Manaos en la mano y un puñado de palitos salados en la otra. Mientras le paso un poco de palitos salados por los huecos de alambre que recubren la reja de la ventana le pregunto por su vida, le pregunto qué anda haciendo, le digo que me pone contento verlo después de tantos meses. Con sus 16 años me cuenta que está trabajando en un frigorífico desde las 06:00 hs hasta las 14:00 hs. Le pregunto si está trabajando en blanco, me dice que no, que está laburando en negro. Le digo que se cuide. Me dice que sí, que es un trabajo duro pero que él se pone un polar y se abriga bien y me dice sonriendo mientras se arremanga la remera y me muestra uno de sus brazos “mirá los tubos que saqué”.
Francisco me dice antes de despedirse: “yo que nunca quería hacer nada en tus clases, ahora en el trabajo ¡me agarran ganas de escribir!”.
Y Francisco se va y nos prometemos agregarnos a Facebook. Él sale de la ventana y yo vuelvo a sentarme en el banco frente al televisor mientras Will besa a Once por primera vez y las pibas a coro dicen “Aaahhh” y los pibes se ríen y hacen chistes.
Valentina
Al poco de fallecida su hermana comenzó a venir más seguido al colegio. Empezamos a hablar más. Y un día en que uno de los cursos que compartimos me estaba dando un mal momento, (cursos en que se mezclan sobre edades, historias personales difíciles, contextos sociales adversos, personalidades encontradas… cursos muy complejos, en resumidas cuentas) el grupo me estaba dando una flor de biaba, Valentina me defendió. No sé si ella se acordará. Yo sí me acuerdo cuando les gritó “¡Bueno, pendejos, rescatensé un poco, che, con el profe!” Me acuerdo y al día de hoy se lo agradezco.
Hace cuatro años compartimos el aula. Repitió dos veces 1er año y ahora está cursando por segunda vez 2do año.
Hace unos días largos que quiero escribir sobre ella y hoy cuando iba a comprar el almuerzo pensé: “Valentina habla con los ojos.”
La conocí cuando su hermana menor estaba transitando una enfermedad dolorosa y prolongada que la terminó matando. En ese momento los ojos de Valentina grandes y tristes sólo me miraban con desconfianza. Venía muy poco al colegio. Tengo imágenes dispersas de ella en esos años: la veo parada en la puerta del aula con su pelo negro largo. Pelo negro lacio. La veo escribiendo un poco hasta que dejaba de hacerlo y se ponía a hablar con sus compañeros de entonces. No conversábamos entre nosotros. No nos llevábamos bien. No nos llevábamos.
Durante un largo tiempo representó el típico perfil de alumna destinada “al fracaso y a la deserción escolar”.
Ahora Valentina viene y durante la clase se sienta en el escritorio y trabaja ahí conmigo cerca y charlamos mientras ella copia alguna actividad y nos reímos y me cuenta de su amado novio y los ojos le relucen pícaros y tiernos y la reto para que trabaje y ella se hace la ofendida o se hace la mala y nos volvemos a reír.
El otro día Valentina vino en una de las horas que tuvo libres a hacerme compañía a la dirección. Y mientras tomábamos mates me contó por primera vez un poco de todo el proceso de la enfermedad de la hermana. Me habló de sus últimos momentos con ella y me mostró un anillo. El anillo que era de su hermanita y que ahora usa ella. El anillo tiene forma de flor. El anillo tiene forma de rosa.
Valentina está por pasar a 3er año. El otro día me dijo que estaba pensando en la posibilidad de trabajar de preceptora cuando termine la secundaria. Me hizo feliz con eso que me dijo. Tomar mates con ella me hace feliz.
Valentina habla con los ojos y ahora esa mirada me dice que la tristeza nunca va a pasar del todo pero me dice también que ella está empezando a resolver algo que no la dejaba continuar… es tan simplista decir esto que digo, pienso… ¿Qué es el éxito o el fracaso en la escuela? ¿Éxito es hacer los 6 años seguidos sin pausa y recibirse? ¿Fracasar es intentarlo, intentarlo e intentarlo aunque nuestro contexto y nuestras circunstancias nos peguen duro y parejo? ¿Aunque nos lleve años? ¿Plantearse esto tiene algún sentido para mí como profesor?