Por Laura Salomé Canteros*
Entre marzo y agosto de este año vivenciamos las contradicciones del sistema representativo democrático en el debate para la fallida sanción de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo en nuestro país. Atravesando la dinámica de la agenda legislativa disputamos en el Congreso, en las calles, en los medios, en los partidos políticos y sindicatos, en las redes y en las escuelas, mucho más que la necesidad de una ley.
Debatimos sobre salud y educación públicas: la falta de implementación de la Ley Nacional de Educación Sexual Integral en todo el territorio, de que hay provincias del país que aún no adherían al Programa Nacional de Salud Sexual y Procreación Responsable, que algunas no tenían siquiera Protocolos para la Atención de las Interrupciones Legales del Embarazo.
Desafiamos la estrategia antiderecho del “aborto y confusión”, visibilizamos que quienes se oponían a una ley que salvaría vidas desde el mismo momento de su reglamentación, son los mismos que se opusieron históricamente al avance de derechos. Advertimos que si el Congreso negaba el reconocimiento del derecho al aborto, estaba afianzando un estatus penal discriminatorio redactado cuando las mujeres ni siquiera votábamos.
Pero también vimos consolidarse nuevos liderazgos y crecer con forma de tsunami nuestra Campaña, recordamos con genealogía y emoción feminista a nuestras muertas y presas por abortar y repudiamos, hasta ser censuradas, el carácter conservador de la Cámara Alta. Construimos nuevas demandas a cada paso como la separación de la influencia de las iglesias del Estado en la sanción de las leyes, y recordamos, con alegría, que la soberanía sobre nuestros propios cuerpos y decisiones no es un concepto individual sino colectivo.
Les estudiantes hablaron de sexualidad libre en sus asambleas y tomaron sus escuelas por el aborto legal, millones seguimos las reuniones informativas a través de las transmisiones en vivo y participamos del debate más informado de la institucionalidad argentina. Llenamos de sonrisas, lágrimas y color las calles, plazas y parques del país. Las periodistas feministas contagiamos estrategias y contexto, y abortamos la neutralidad en los medios.
Protagonizamos una revolución y casi nadie quedó afuera. Irrumpimos en el escenario público con vértigo y reflexión, con el poder de la organización feminista, con la fuerza de nuestros argumentos. La historia se sintió y se repite en nuestras cabezas y corazones en forma de imágenes y sonidos llenos de brillantina y sensaciones compartidas que recorren nuestros cuerpos. Que decir aborto suene a esperanza, al derecho a una vida digna.
Lo dice Nelly Minyersky cada vez que es consultada: “Se trata de que nos devuelvan el status de personas”. Durante meses sembramos revolución y autonomía, la mejor forma que encontramos para destrozar el sentido común que pretende destinar que tener un cuerpo gestante y decidir no concebir es igual a criminalización o a poner en riesgo nuestra salud.
La Campaña contagió su forma de articulación política: colectiva, horizontal, diversa y transversal y pudo tomar las complicidades de los espacios más impensados. Demostró que surgir en un Encuentro Nacional de Mujeres es organizar “la seguridad y el autocuidado” para millones de personas; la “logística” para el armado de decenas de actividades durante meses en “escenarios libres de violencias”; nuestro propio “cabildeo parlamentario”; “la mística para la alegría”; el primer “búnker de prensa feminista” y la solidaridad “sin fronteras” de las colectivas organizadas del mundo.
Nuestro pañuelo es un símbolo de libertad que no sólo fue tomado en la presentación de proyectos de ley en otros países sino que se transformó en un elemento de la economía popular ofrecido en cada estación o esquina.
Ante un nuevo 28 de septiembre, fecha paradigmática en América Latina y el Caribe en la lucha por la despenalización y legalización del aborto, volvemos a salir a las calles a señalar a los poderes conservadores que votaron en favor del aborto clandestino. El aborto legal sigue siendo una deuda de la democracia. Pero nosotras no somos las mismas tras esta lucha.
Sembramos revolución y autonomía. Estuvimos juntxs y nos vieron. Construimos poder popular y nos temen. Somos tres generaciones en la lucha por el reconocimiento de un derecho, a la salud y a la vida, y nuestra potencia es la de haber sido acalladas durante décadas. ¡Seguimos en Campaña! Y por eso mañana ¡nos vemos en las calles compañerxs!