Por María Marta Aversa*
Foto: Florencia Guimaraes
1.
La inflamación que C tiene en las mamas, a causa de las inyecciones de siliconas y del rechazo que en los últimos cuatro años ha tenido por el avance de la diabetes, causaba la atención de los médicos pero seguían su paso apurados. Llegamos al Hospital Fernández cerca de las 9.30 de la mañana, me bajé del taxi para pedir una silla de ruedas para poder trasladar a C. Durante casi dos horas y media estuvimos las dos esperando en la guardia, por donde iban y venían médicos, enfermeros, camilleros. Ninguno de ellos se detuvo a preguntarle a C que le pasaba, por qué estaba ahí, ni mucho menos explicarnos a quien teníamos que recurrir.
La situación que cuento pasó este jueves, cuando fui a buscar por su departamento a C. A ella le cuesta mucho salir: tiene fobias y hace años no sale por el sobrepeso pero especialmente por la enorme inflamación que tiene en sus mamas, lo que está dañando su columna vertebral. C tiene diabetes y espera poder cobrar su pensión de discapacidad, determinada por la junta médica hace más de dos años. No tiene contactos con su familia y por su incapacidad de trasladarse tiene pocas posibilidades de acercarse a actividades o encuentros de la comunidad trans. Vive sola con su perrito en un departamento en microcentro.
2.
La médica, de unos 50 años, no nos dio buena impresión: al verle los pechos le preguntó si había consultado con un ginecólogo. Le aclaramos que es una mujer trans y la miró asombrada. Nos preguntó por qué se le puso así la prótesis, le explicamos que no son prótesis sino inyecciones de siliconas líquida. Estaba media desorientada, iba y venía, pero fue la única que se preocupó y se ocupó: nos mandó a hacer rayos de tórax y mamas y ecografías de mamas y rodilla.
Después de un tiempo, nos vinieron a buscar los camilleros para llevarnos a rayos. Los estos estudios se hicieron con mucha dificultad por el estado de C y por los escasos recursos del hospital para contener y tratar a personas con sobrepeso y limitaciones en su movilidad.
El ecógrafo era un muchacho joven que al ver a C preguntó: “¿Quién te mandó a hacer esos estudios?” Él -le explicó- no podía hacer la ecografía de las mamas. La jefa del sector nos explicó que no tenían el equipo para hacerle la eco (al menos eso entendí porque por momentos decían que no tenían personal capacitado y por otros la falta de equipamiento). Después de llorar la carta nos dijo que puede hacerle el de rodilla y que por cualquier problema la médica de guardia bajara a hablar con ella.
3.
C entró a hacerse el estudio de rodilla pero no soportó el dolor de estar acostada por el peso de sus mamas y por su columna. El estudio no se puede hacer. En ese momento los tres profesionales (la jefa y dos hombres más) toman conciencia de la gravedad del estado de salud y de la vulnerabilidad de C. La mujer no puede entender por qué no la internaron para hacerle todos los estudios. Otra vez en la guardia le contamos todo eso a la médica.
Al rato volvió con un cirujano. El hombre la revisó y nos dijo que la internación es solo para casos de vida o muerte, que C debía consultar a los especialistas de mastología.
Le dije que no pensé en esa opción por lo difícil que es sacar un turno: no podemos acampar a la noche para conseguir turno con un especialista. Nos prometió ayuda y se fue. Quedamos frente a la médica de guardia, que me dijo que mientras esperaba la extracción de sangre y orina fuera a sacarle turnos para mastología, infectología y diabetólogo.
4.
Acá comenzó otra travesía. Subí, hice una fila moderada y al llegar a la ventanilla el empleado me dijo que no podìa darme un turno para mastología porque no existe. La orden debe decir patología mamaria. Para el infectólogo tenía que sacar turno en otro mostrador. El de diabetólogo debía pedirlo por teléfono a la línea 147, por la web o bien a partir del lunes personalmente a partir de las 8 de la mañana. Respiré. Fui a infectología y recité otra vez todo el caso. El empleado le fue a preguntar a la jefa y me respondió que me convenía venir temprano: estaban dando turnos para dentro de un mes. Fui a la guardia, me corrigieron la orden y volví a subir. Me dijeron que no estaban dando turnos: se había caído el sistema.
A C le sacaron sangre y le dieron una chata para la muestra de orina. Le explicamos que es más cómodo un papagayo. La médica me dijo que solo quedaba esperar los resultados del laboratorio y que seguramente le darían el alta. Le recetó un tratamiento con medicamentos. Cuando volví de buscar los antibióticos aproveché para sacar el turno. El empleado me dijo que antes tenía que pasar por facturación para empadronar al paciente. En facturación inscribí a C y volví a la ventanilla. El empleado anotó mis datos, no los de la paciente. Ya no tenía fuerzas para discutir. Finalmente la empadronó a C y me dijo que cuando saliera de la guardia subiera a la paciente para sacarle una foto. Nos dió un turno para el 14 de agosto a las 8 de la mañana.
5.
Vuelvo a la guardia al rato llegan los resultados, nos dan el alta, la médica me dice que es importante que no quede todo ahí que de verdad sigamos el caso. Nos traen una silla de ruedas, le digo que me piden una foto de C, bueno lo de la foto fue otra travesía más de subir bajar, hablar con uno con otro para que nadie te solucione nada y quedar que el 14 cuando vayamos al turno de patología mamaria tenemos que llegar media hora antes para sacar la foto. No sé si 17.30 o 18 estábamos subiéndonos a un taxi. El estado de ánimo de C era bastante decepcionante porque ella quería, necesitaba, que la internen. pero no sucedió esa visita al hospital lejos de ser una solución al problema fue el primer paso, porque tenemos que retomar los trámites el 14.
¿Cómo puede una persona enferma sin movilidad, sin familia con problemas económicos como todos, ir y venir sola al hospital? ¿Cómo puede subir y bajar pisos, hacer filas, tramitar turnos y órdenes de estudios? Estas mujeres trans vivieron su juventud, sus años de transformación en las décadas de los 80’ y los 90’. Ese período de apertura o transición democrática -como se lo caracteriza en manuales y textos de historia- fueron tiempos de extrema exclusión, desigualdad y represión para esta comunidad. Permanecían vigentes edictos y contravenciones, así como también secciones de la policía destinadas a perseguir a sujetos que ellos consideraban desviados o inmorales.
Estamos hablando de mujeres trans que fueron expulsadas de sus hogares, de sus escuelas, que eran marginadas de las instituciones públicas -especialmente de los hospitales- y que eran arrestadas por la policía a cualquier hora del día, con cualquier tipo de vestimenta. Esos cuerpos se hicieron entre compañeras con inyecciones de siliconas líquida que en pocos años comenzaban a generar serias complicaciones de salud. Pero esa generación de trans vivía en los márgenes, en hoteles, en pensiones o en villas miserias. No podían alquilar un departamento o una casa.
Conozco las limitaciones y deficiencias del sistema de salud público. Pero también me duele muchísimo la soledad y el abandono de las trans en esos peregrinajes por los hospitales.
*Sobre la autora
Hoy elijo nuevamente escribir, transformar la bronca en denuncia para no resignarme. Yo sí voy a dar mi nombre: soy María Marta Aversa, tengo 45 años, soy historiadora y trabajo como docente en las facultades de Filosofía y Letras, y en Sociales, ambas dependientes de la UBA. A los 16 años, por esas cosas de la vida, conocí a Claudia Pía Baudracco y nos hicimos muy amigas, esa amistad que se vuelve familia, que recorre años, que atraviesa buenos y malos momentos, que pasa navidades, fiestas, duelos, entierros. Hasta el año 2012, momento de su fallecimiento, forme parte del núcleo personal y familiar de Claudia, estrechando lazos de amistad con sus compañeras. Con algunas de ellas mantuvimos la relación y los contactos hasta el día de hoy.