¿Quién quiere ser Lagarde?

Christine Lagarde es mujer y llegó. Desde hace décadas se está analizando por qué no todas llegan y los números hablan: para llegar hay que salir de casa. Pero ¿qué pasa en los márgenes? ¿Con qué sueñan las cartoneras, trabajadorxs sexuales, diversidades funcionales, esclavas, oprimidas y salvadas?

¿Quién quiere ser Lagarde?

18/09/2019

Por Lule Oke* @luleoke

Hace un tiempo se viralizó la imagen de una glover que mientras trabajaba en sus envíos empujaba el cochecito de su bebé. Seis mil retweets y lluvia de comentarios a favor y en contra de la escena: una madre luchadora, una mujer desalmada y varios creativos preguntando si alguien había pedido un bebé. El sueño de Glovo es prometedor: manejar tu tiempo. Porque al fin y al cabo es lo único que vendemos. Bueno, el tiempo y el cuerpo.

El abuelo de Oscar montó una empresa textil, el padre de Oscar una compañía de software y Oscar fundó Glovo. Tres generaciones y tres años después de su creación, la app Española de envíos está presente en 20 países con facturaciones anuales que rondan los 80 millones de euros. Solo necesitás: monotributo, caja de ahorro, pagar la conservadora, datos en el celular y la bici, moto, auto o dos piernas. Oscar tiene 21 años, y en los PowerPoints de bienvenida a los nuevos glovers, explica el sistema y deja en claro que no es rico el que no quiere.

A principio de año, y a este lado del mar, los Glovers y otros appers crearon la Argentina la Asociación de Personal de Plataformas (APP), el primer sindicato para trabajadores y trabajadoras de aplicaciones digitales del continente, desde donde emitieron un primer comunicado en el que se preguntan: ¿cómo puede ser que se trabaje en condiciones tan precarias? Si este es el futuro de la economía.

Cuatro meses antes del lanzamiento de APP, en Washington DC, el gabinete de Mauricio Macri se sentó a negociar la economía del pasado con la titular del Fondo Monetario Internacional. Christine Lagarde salió de un salón dejando a sus espaldas una decenas personas de traje sentadas alrededor de una mesa. Afuera, seis hombres la esperaban. Ella saludó uno a uno ofreciendo su mano, una sonrisa formal y un: “Encantada en conocerlo”. Al finalizar la ronda, Christine acomodó su brazo por detrás de la espalda de Nicolás Dujovne, el ex ministro de Hacienda, sonrió a las cámaras y junto a ellas disparó: “You seem to be short on women” (“Parece que estás corto de mujeres”). Todos rieron. En el equipo actual del Poder Ejecutivo de Argentina, además de la vicepresidente Gabriela Michetti, solo hay dos ministras en todo el gabinete presidencial: Patricia Bullrich (Seguridad) y Carolina Stanley (Desarrollo Social). “Ah, sí, sí… Vamos a mejorar”, respondió Nicolás, corto de simpatía. Ocho días después, Federico Sturzenegger, en ese entonces presidente del BCRA, organizó un desayuno con economistas jóvenes y virales. Todos los economistas invitados fueron varones. Actualmente en la página del BCRA se puede ver que de las 23 autoridades 4 son mujeres y ninguna ocupa un cargo directivo,exceptuando a la suplente Verónica Eva Rappoport que es vicepresidenta 2da.

Christine Lagarde es la primera mujer entre tres hermanos varones. Christine fue la primera mujer en dirigir el gigantesco despacho de abogados Baker & McKenzie de Chicago. Luego la primera ministra de Economía y Finanzas en Francia, durante el gobierno de Sarkozy quien la definió como: “Una Ferrari”. Y luego la primera mujer en ocupar oficialmente la silla de Directora Gerente del Fondo Monetario Internacional.

Fue campeona de nado sincronizado durante su adolescencia. “Aguantá el dolor y no te olvides de sonreír”, le repetía su entrenador, y ella obedeció. Después, todos la obedecieron a ella.

Christine no tuvo que empujar un cochecito mientras cargaba una conservadora, pero de los trece directivos que tuvo el FMI, es la segunda mujer en ese puesto. La primera fue Anne Osborn Krueger, en un cargo interino de 3 meses. Christine y Anne tienen algunas características en común: pertenecen a países ricos -EEUU y Francia, respectivamente, están en el top 20 de mejor PBI per cápita del mundo, Argentina está en el 71, sobre 194- y permítanme la indiscreción política de decir que además de blancas, tienen un look un tanto masculino. Imagino a Christine fantaseado con el mundo a sus pies si tan sólo hubiera nacido del género que ostenta el poder. Siempre y cuando ese varón sea de su misma clase, porque antes que un glover, mejor ser Christine. ¿Será que billetera mata género?

Christine Lagarde es mujer y llegó. Desde hace décadas se está analizando por qué no todas llegan y los números hablan: para llegar hay que salir de casa. ¿Será que hogar mata a Christine?

Betty Friedan en los sesenta ya lo sabía. En su libro La mística de la feminidad denunció la falta de satisfacción que sentían las mujeres por estar encerradas y subordinadas a las tareas domésticas en pleno baby boom post-guerra. Betty, que era psicóloga, advirtió los grados de depresión que sufrían estas mujeres que habían accedido a estudios, pero al casarse sólo tenían los títulos para pasarle el plumero.

El libro de Betty fue un best-seller y miles de nosotras soltamos las casas y salimos a las calles. Separamos para siempre lo público de lo privado, el mundo de la casa, el sueño de la pesadilla. Al fin fuimos invitadas al juego de la silla donde lucharemos por un lugar en el círculo, cuidando no quedar afuera de un empujón. Son muchas las que consiguieron una silla, pero pocas las que convirtieron -y convertirán- en Christine Lagarde.

En los `70 creció en Estados Unidos un feminismo de base reformista de la liberación de la mujer, al cual le debemos un montón. El sueño era prometedor: manejar tu tiempo y tu cuerpo. Para muchas esto significó que saldrían a estudiar y trabajar de lo que desearan, pero cuando Betty advirtió esto como una primicia para la tapa de todos los medios, otras ya formaban parte de la mano de obra esclava y precarizada del país, trabajaban largas jornadas por salarios escasos, como los de Glovo, y lavaban la ropa de Oscar y Christine. Los sueños tienen fases y algunas viven sus libertades con insomnio.

Cuando Christine soñó profundo, cruzó la puerta al mundo y alguien quedó en vigilia de todo lo valioso que ella dejaba ahí. Esas mujeres que se quedaron cuidando, y que Betty no nombró en su libro, eran negras y pobres de Estados Unidos. Les que no nombramos hoy -si se me permite una retórica peronista- también. Son quienes no llegan a los medios hegemónicos, aunque a veces se oyen sus gritos y casi siempre son el eco del discurso dominante.

Pero mientras algunas recuperan las sillas del centro para que éste se expanda y quizás derrame, en los márgenes hay sueños que se cuidan con un ojo abierto. No es un tema de perspectiva de género, es la creación constante de los puntos de fuga. Necesitamos hablar de puestos, cargos, agendas, representaciones, adversidades, ajustes, segregaciones, brechas y techos de cristal, pero en los márgenes hay pisos que son pantanos para las trabajadoras domésticas informatizadas En los márgenes las respuestas no están arriba sino al lado, son políticas del afecto, crianzas colectivas y economías comunitarias. En los márgenes también el tiempo pasa, pero el progreso no son neo-tecnologías en pos de las retro-opresiones, es ejercicio de la memoria como única forma de la verdad y justicia.

El margen es cruce y acá el feminismo tiene muchos apellidos: popular, negrx, marrón, comunitario, seropositivo, trava, trans, gordx, villerx, queer, decolonial, migrante, plurinacional y LGBTQI+. Y ese más (+) que agregamos es hermoso.

En los márgenes el aborto no es práctica médica, es conspiración telefónica y pedagogía de la ternura. A veces llegan las Instituciones, las ONG o alguna Oficina de la Mujer y esta frontera sueña con convertirse en territorio, pero siempre mantiene su ojo abierto.

En los márgenes hay uñas con tierra y espaldas cargadas. Hay glovers con cochecitos, cartoneras, trabajadorxs sexuales, diversidades funcionales, esclavas, oprimidas y salvadas. Hay lesbianas, travestis, trans, intersex, personas no binarias y cyborgs. Quizá acá nadie quiere ser Christine, ni Oscar, ni su padre, ni su abuelo. La idea de dormir en una silla nos quita el sueño, porque los márgenes no sueñan con poder, despiertan la potencia.

 

*Esta nota fue producida en el marco de la Beca Cosecha Roja y publicada también en Matria