Abusos cnba

Hace unos días se viralizó un video donde egresadas del Nacional Buenos Aires denunciaron los abusos y acosos que sufrieron durante su paso por ese colegio. Las chicas, les chiques –como se autodefinieron- dieron nombres y apellidos, escenas y fechas precisas. Alternaron la lectura de un documento escrito con cuidado y precisión entre tres expositoras, rodeadas de un grupo de compañerxs. Cada unx, con su pañuelo verde enlazado en cuellos, muñecas, antebrazos. El acto de graduación de uno de los colegios más prestigiosos de la Argentina se volvió un campo de lucha simbólica. Imagino el aire espeso en aquel momento, capaz de cortarse con un hilo dental.

¿Cuál es la diferencia entre este video y otras denuncias que circulan por las redes y que, con frecuencia, cuestionan a sus propios pares? Para empezar, que esta vez se puso en evidencia un sistema institucionalizado. Les chiques apuntaron contra la institución que naturalizó los abusos y sostuvo un sistema de complicidades machistas entre docentes, preceptores, regentes, etcétera. Un sistema que premió a abusadores una y otra vez. Un sistema de jerarquías que existe más allá del Nacional Buenos Aires, en el cual no hay una sola mujer que no haya sido víctima (desde nuestras tatarabuelas hasta nuestras hijas) y que combinó sexismo y homofobia como valores imbricados en las interacciones de cada día. El discurso dejó en evidencia la desnudez del rey, porque hoy las chicas (las chicas de hoy) dejaron de naturalizar aquello que las generaciones anteriores procesábamos en silencio y como podíamos, acumulando cicatrices y adaptándonos más o menos a las reglas implícitas del patriarcado.

 

Pero hay veces que las denuncias no surgen para echar luz sobre los hilos invisibles de la desigualdad institucionalizada, sino para hacer pública una situación específica vivida con un amigo, exnovio o compañero. Con un par. Cuando esos escraches van dirigidos a compañeros de su misma edad hay algo que desconcierta, y algo que duele. Desconcierta porque salta a la luz la velocidad con la cual se corrieron los límites entre lo premiado/lo esperado/lo naturalizado y lo inaceptable en las expresiones de las masculinidades. Chicos socializados para tomar iniciativa en el terreno sexual, celebrados por sus compañeros y –tantas veces- por sus padres y otros adultos significativos. Emulados por los medios de comunicación para mostrar disponibilidad y potencia sexual a cualquier precio. Chicos que de la noche a la mañana descubren que esa espesa piel que aprendieron a habitar ahora les juega en contra.

Desde ya, esto es apenas una generalización -probable pero no demostrable. Cada caso tendrá sus componentes, su contexto, sus texturas, sus incertidumbres. Pero son muchas las denuncias contra compañeros que nacen de mirar con ojos de hoy eventos del pasado y adquieren la forma de “escrache”. Eso es lo que duele.

Y entonces deviene la pregunta central: ¿dónde están lxs adultxs en esos casos? La respuesta es triste: muchas veces, son los mismos adultxs que las chicas están denunciando. Incapaces de realizar una intervención pedagógica que permita destrabar conflictos, superar la condena moral de unes chiques sobre otres, avanzar hacia una educación sexual profundamente comprometida con los derechos y con la igualdad de género.

Necesitamos un profundo y extendido compromiso con la Educación Sexual Integral. Necesitamos que directivxs y docentes reconozcan que para eso necesitan (re)formarse y reformatearse. La tarea es urgente. Aprender, en este caso, es, sobre todo, como decía Graciela Morgade, desaprender.

Porque siempre -pero más aún cuando hablamos de adolescentes- las escuelas son los ámbitos privilegiados para desarrollar una aproximación pedagógica, más que una condena moral. Los chicos, las chicas y les chiques están –ellxs mismxs- aprendiendo y desaprendiendo a un ritmo acelerado. La escuela tiene la responsabilidad y la obligación de contribuir en ese aprendizaje, para dar espacio a la reflexión –y a la reflexividad- y anteponer pedagogía a condena.

Si el mundo adulto no da respuestas profundas y dialogadas, si los escraches proliferan sin ningún tipo de contención ni escucha, sin capacidad de revisión y reconstrucción de sentidos, el riesgo es que estemos criando una generación de Babys Echecopares. A Echecopar no pretendería jamás “educarlo”. Pero con los chicxs el tiempo es hoy, es ahora, y la respuesta es la ESI.

Lxs docentes y directivxs pueden asumir su desconcierto, formarse, leer, aprender. Material abunda. Pueden disculparse, pueden contener y sostener, pueden armar equipos. Pueden muchísimas cosas. Lo único que no pueden es hacerse lxs distraídxs.