acoso ni una menos

Miro el mapa en el celular. El 146 lo conozco. No sé de qué color es ni lo tomé nunca, pero no es el 343 Carupá por Lourdes que sale de mi cuenta mental de colectivos. Tengo que combinar con el 80. Ese es rojo. Pasa por Liniers, mi barrio. Lo tengo. Salgo con una hora y veinte de anticipación.

“¡Qué morocha!”, grita el primer tipo que me cruzo arriba de una camioneta. Miro para abajo. No juego de local. “¡Qué burra!”, grita el segundo. El tercero chifla desde un camión. Hay un cuarto pero no entiendo qué dice. Estoy cruzando un puente y ahora grita el fletero que se codea con el tipo que tiene al lado. Tengo el cuerpo tenso. “¡Nena!”, un viejo en un auto azul. Le sigue un chiflido de dos pibes en un Ford K. Otro camionero. Contabilizo nueve en 250 metros. Pero mientras pienso siguen gritando ya no sé desde dónde. Queda media cuadra y veo el 146. Chiflan. El bondilero avanza. Grita otro flaco y quiero putear, pero mejor corro. Corro. El bondilero me ve y frena. Subo. ¿Era a Liniers que tenía que ir?

– A Liniers, digo.

-No voy a Liniers. Tenés que tomarte el otro, contesta.

“¿Será que me deja en otra parte de Rivadavia?”, pienso.

-¿Vas por Rivadavia?

-No, tomá el que viene atrás.

Tengo el cerebro en cortocircuito.

-Gracias.

Me bajo. En la parada hay dos señoras. Llegan dos pibas más. Frena un camionero: “Mamitassss”. Esta vez levanto la mano y hago “fuck you” como le hacía a mis compañeros de primaria cuando me tocaban el culo. Los que siguen ya no los escucho porque me distraigo mirando el descampado al lado del hospital Carrillo. ¿Da al acceso oeste? ¿Tiene salidas? ¿Cuánto tendría que correr para llegar a un lugar con gente?

Son las ocho menos cinco de la mañana. El sol pega fuerte. Llega el 343. No es el bondi que espero. Las mujeres se suben. Me subo con ellas.