El gurú del delito

Para el Líder, robar un banco es como hacer un gran truco de magia. Pero, muchas veces, el gran truco falla. Sólo basta que surja una inesperada variación en uno de los eslabones de la milimétrica cadena de acontecimientos. No importa que ese cambio sea leve: no hay que ser un entendido en la materia para saber que una obra de arte puede arruinarse hasta con la pinchadura imperceptible de un alfiler o la minúscula caquita deuna paloma. Un simple imprevisto, un cambio de horario, una presencia que no se tenía en cuenta, un atascamiento de tránsito, un percance climático o un inconveniente estomacal pueden arruinar un plan que se trazó día y noche, aun cuando sus ejecutantes dormían y las ideas del gran golpe se colaban en su enrevesado subconsciente. En eso, también, un boquetero se parece a un ilusionista. Nada puede salir mal. Si una diarrea incontenible sorprende al mago cuando está por tirar las cuchillas alrededor de su bella partenaire, al hombre no le quedan muchas opciones. Se hace encima (y perderá tiempo en explicar que eso no es parte del truco y que no camina como Chaplin para homenajearlo, sino porque no puede separar las piernas), corre al baño ante el abucheo del público o trata de aguantar y tira las dagas a lo guapo. Pero si ocurre eso es probable que la chance de que esa pobre mujer salga viva del truco sea tan inconsistente como la materia tóxica que de un momento a otro saldrá del cuerpo del protagonista del show, lentamente y con destino de fondo de inodoro.

Al igual que un mago, el boquetero no puede darse el lujo de que un problema escatológico se interponga en su camino. Un oficinista, por ejemplo, lo soluciona sin problemas. Se encierra en el baño con el diario gratuito del día y se entrega de cuerpo y alma. El problema, quizá, venga después, cuando no pueda combatir el mal olor ni vaciando el frasco de un desodorante de ambiente. Pero el ladrón, como el mago, tiene que aguantar o rezar para que ningún contratiempo lo tome por sorpresa. En el clímax criminal, en el momento del truco final, nada puede salir mal. Un boquetero al que le tiemblan las manos cuando abre una caja fuerte es como el ilusionista que no puede abrir el candado de las cadenas que lo tienen atrapado en una caja de acrílico, ante la vista impiadosa de todos. Pero hay algo sustancial que los diferencia. El público puede ser el principal enemigo de un mago: nunca falta el que busca adivinar cómo fue el truco para escupirle el asado o el morboso que hace fuerzas por dentro para que corte en serio a la chica o le saque un dedo de un navajazo. La mirada del otro, a veces, puede hacer transpirar al mago.

El boquetero, en cambio, no tiene una larga fila de espectadores. Imposible imaginarlo: espectadores que alientan (“dale, cavá más rápido que falta poco” o “abrí aquella caja para ver qué tiene”) o celebran de pie cuando el elenco de encapuchados llenos de polvo y emoción muestra su botín mientras se inclina hacia el público, y van y vienen hasta que se agotan los aplausos. Ese delirio jamás ocurrirá. El boquetero ataca cuando nadie lo ve. Su enemigo, y único asistente al acto que ejecuta bajo tierra, es tan implacable como voraz: el tiempo. Ellos, los artistas del delito, van desaparecer ante la vista de todos. No escapar del plano hacia arriba, sino hacia abajo. Así su artificio habrá triunfado: nos harán hecho creer lo que no es. Los topos se perderán, inevitablemente, en la oscuridad.

Conocí al Líderuna mañana de otoño en el patio de la cárcel N°9 de La Plata. Me lo presentó Francisco González, quien compartía pabellón con él. El Líder era un hombre de mediana estatura, musculoso, de cabello castaño y ojos celestes. Vestía una remera blanca ajustada, jeans y zapatillas deportivas. En su muñeca llevaba un Rolex auténtico. El Líder no parecía un típico delincuente. En rigor, no parecía un delincuente. Por su aspecto y modales, bastaba trasladarlo a una oficina y ponerle un traje planchado para convertirlo en gerente o empresario. Hablaba en forma pausada y era fácil imaginar que de ese modo les hablaba a sus subordinados a la hora de planear el robo.

No sé qué te habrán contado de mí –me dijo el Líder mientras se sentaba a una mesa del patio del penal. Ese día había una celebración: entregarían los diplomas a los presos que habían egresado de la primaria.

Veo mucha tele y leí todo lo que salió del robo. Tengo carpetas con recortes. Y los periodistas han dicho muchas boludeces. Y algunos de mis compañeros también. Todos se hacen pasar por los ideólogos. Son como las vedettes. Quieren fama y protagonismo. Acá, el que armó todo fui yo. Pero prefiero estar en las sombras.

A los pocos minutos me llevó a la Sala de Visitas, donde nos esperaba Francisco González. Comimos empanadas de jamón y queso, sándwiches y tomamos jugo de naranja. El Líder me observaba con detenimiento.

A mí me gustaría que se escribiera un libro de esta historia. O se filmara una película. Pero nos tenemos que poner todos de acuerdo.

¿Por qué falló el plan?

Era un robo perfecto. Pero falló por una cosa simple.

¿Cuál?

El factor humano. Sabía que iba a pasar eso. Era muy probable. Robar no es una ciencia exacta. Hay sentimientos, odios, imperfecciones, envidias, egos. Juegan muchas cosas. La cuota de frialdad es la que diferencia un buen robo de uno malo.

¿Se siente traicionado por alguno de sus compañeros?

No, pero algunos fallaron. Hablaron de más, gastaron excesivamente y perdieron la cabeza. Habíamos quedado en no robar joyas, pero uno de ellos se tentó y las robó. No nos queríamos meter con los sentimientos de la gente.

Luego, el Líder me llevó hasta el patio. Un cantor cantaba las últimas estrofas del tango “Gayola”:

Pero me jugaste sucio y, sediento de venganza…

mi cuchillo en un mal rato envainé en un corazón…

y, más tarde, ya sereno, muerta mi única esperanza,

unas lágrimas amargas las sequé en un bodegón.

Me encerraron muchos años en la sórdida gayola

y una tarde me libraron… pa’mi bien…o pa’mi mal…

Fui sin rumbo por las calles y rodé como una bola;

Por la gracia de un mendrugo, ¡cuántas veces hice cola!

Lasauroras me encontraron largo a largo en un umbral.

Hoy ya no me queda nada; ni un refugio…¡Estoy tan pobre!

Solamente vine a verte pa’ dejarte mi perdón…

Te lo juro; estoy contento que la dicha a vos te sobre…

Voy a trabajar muy lejos…a juntar algunos cobres

pa’ que no me falten flores cuando esté dentro ‘el cajón.

El Líder no le prestaba demasiada atención al show. Ahora el patio de la cárcel se había transformado en una pista de baile. Entre los bailarines estaba Francisco González, que bailaba con su novia.

Paco es un buen muchacho. Muy profesional y honesto, pero siempre lo pierden las minas. Convirtió una obra de arte criminal en una novela de Alberto Migré. Una mariconada.

Él dice que se quedó sin su parte del botín.

De eso no voy a hablar.

¿Miraba películas para inspirarse?

Siempre miré películas. Las de robos las vi todas. Y leí muchos libros del tema. Pero una cosa es la ficción y otra es la realidad. En cine aparece Marilyn Monroe, en La jungla de asfalto, pero la realidad es menos poética. Yo me informo todo el tiempo. Para planificar el robo, saqué muchas cosas de internet.

¿Por ejemplo?

En internet pude desglosar el tipo de cerradura que tienen las cajas fuertes.

¿Usted reclutó a la banda?

Sí. Cada uno cumplió una función. Pero no daré detalles.

¿Cuándo se le ocurrió robar ese banco?

Todas las mañanas salía a correr por San Isidro. Y pasaba por la puerta del banco. Era tentador. Había desagües y era una zona tranquila. Después averiguamos que había mucha guita. Antes del golpe, entré muchas veces en el banco y hasta saqué fotos.

¿En ese banco había clientes poderosos?

No lo puedo decir. Forma parte de la confidencialidad que debemos tener.

Luego, el Líder pronunció una frase que lo define de cuerpo entero. Refleja su obsesión:

No hay día en que no vuelva a entrar mentalmente en ese banco. Es más, puedo poner la mente en blanco y trasladarme a otro lugar. Como si estuviera afuera.

De pronto, el Líder se excusó y volvió a su celda. Me pidió que le mandara libros sobre robos a bancos porque había perdido los suyos. Después supe que el criminal solía planificar el robo mientras fumaba marihuana y pintaba cuadros en su casa de San Isidro. Antes del gran golpe tenía antecedentes por falsificación de dólares.

Tiempo después, supe dos cosas del Líder. Una es que mientras planificaba el asalto les daba clases de artes marciales a sus compañeros. La otra es que le mandó un mail a un miembro de la banda para dejar las cosas en claro. Fue como decir “todavía mando yo”. El mail decía:

¿Qué hacés cocoliche?

En lo largo de estos últimos años los he visto utilizar los

medios televisivos y gráficos, apareciendo los tipos como si

fueran superhéroes (que el hombre de traje gris, que yo estuve en

la superbanda, que el hombre araña), sin lograr el objetivo, que era UTILIZAR LOS MEDIOS.

Siempre he tenido un bajo perfil, hasta que aparecí en Discovery. El documental termina erizándonos la piel, aparte de dejar otras cosas en claro (como que usamos armas de juguete), cosas que SI influyen positivamente en un juicio ,o por lo menos en la ya exhaustivamente estudiada “sensación del clamor popular”.

En definitiva parecen criaturas que lo único que desean es “llevar un poco de agua a su tanque” en la vorágine de la fama. Pero no se preocupen, acá esta papá para poner un poco de orden. Es verdad, las cosas no salieron como calculamos, o tal vez sí, lo técnicamente calculable pero el factor humano nos jugó en contra… y peor si viene vestido de mujer. Pero no estoy acá para hablar del pasado, tal vez lo haremos el día de mañana pero en forma anecdótica. Yo no te guardo rencor ni a vos ni a la vigilante de tu jermu.

En el 2007me pregunte cómo seguía esto. Seguramente a

vos, como a todos, se nos ocurrió escribir la historia para llevarla al cine, empecé a estudiar el tema y me di cuenta que la plata está afuera. Por medio de un representante llegué a la productora de Tom Cruise (mi representante viajó a reunirse dos veces). En definitiva, hay un presupuesto de 40 millones para la película, la idea: esperar el juicio y firmar “todos”la historia (tenemos regalías para el resto de la vida). Así que en septiembre de 2007 escribí y registré la historia en el Registro de Propiedad Intelectual. Así con este registro cualquier boludo que quiera escribir la historia podemos embargarle lo recaudado. Ahora me encuentro que el boludo está dentro de mi grupo SOS VOS! tuve acceso a tus proyectos literarios y cinematográficos, yo

no estoy en desacuerdo en que quieras escribir de tu vida, adelante con eso, pero no pensé que te gustaba “saludar con sombrero ajeno”, ¿así que a vos se te ocurrió la idea de los rehenes? !ja, ja, ja! ¡pero culo roto si cuando te presenté el laburo ya estaba terminado y con moño de regalo! Describí la historia desde tu punto de vista pero no falsiés la verdad (me extraña un tipo con tanto código…seguramente lo habrás hecho para no comprometerme…). Asesorate con un boga pero no uno penalista, uno que haga propiedad intelectual. Yo puedo embargar preventivamente cualquier libro, película, cuenta de editorial etc. Este es el poder que tenemos

Contestame si estás en esta.

El maestro

PD1 : plata no me pidas que no tengo.

PD2: si tenés una propuesta mejor que 40 palos, avisa.

PD3: no firmes ni publiques nada sin consultarme.

PD4: la paciencia es la pasión domada.

El mensaje lo decía todo. ElLíderestaba enojado con sus compañeros. Sobre todo, con el ego que los devoraba casi tanto como la prisión. Se peleaban por las mujeres, por el dinero y por la fama. Los tipos que decían combatir al capitalismo a través de sus acciones no eran tan distintos delos capitalistas: nada de émulos de Robin Hood. Pero el que más irritaba al grupo era el uruguayo, más conocido como “el hombre del traje gris”.

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