La murga del boquetero

El uruguayo fue el último en incorporarse a la banda. Viejo delincuente, personaje de la noche y parlanchín bohemio, aportó al plan del Líderuna parte del último botín que había robado. Pero su función sería mucho más que la de un financista: iba a participar. Era experto en robos. Cuando lo conoció, el Líder quedó encantado con él. El histrionismo y la personalidad del uruguayo lo catapultaron en un rol que aceptó sin dudar. Iba a ser el negociador.

Hizo un buen laburo porque habla hasta por los codos. No es para cualquiera eso de hablar con la gente y con los canas. No se trata de pedir una pizza. La idea era que el uruguayo estirara lo más que pudiera la supuesta toma de rehenes. En un momento, para despistar, dijo que las cosas se nos habían ido de las manos. Hasta amenazó con matar a un rehén, pero era todo verso. Tenían que creer que la estábamos pasando mal. Igual el uruguayo cortó su papel antes de tiempo. Podría haber seguido unos minutos más. Eso equivalía a otro palo verde. Por lo menos.

El que habla es otro de los ladrones. Porque hasta ahora el uruguayo no contó los detalles del robo. Sólo se confesó culpable para ir a juicio abreviado. Desde la cárcel, y junto a su odontólogo, compuso la canción “Sólo se llora por amores”:

Buscaban el secreto honor de todo ladrón

el robo del siglo

juraron éste será el golpe final, la pensión, el retiro.

Dieron comienzo a la función

un enero de calor, un aburrido viernes

entraron sin un solo disparo,

por la puerta del banco, con chumbos de juguete.

En la bóveda brindaron con champagne

Dejaron una nota que decía…

Cada detalle se planeó

con minuciosa precisión y paciencia de artista.

No hubo un pez gordo que bancara,

montaron la banda en cooperativa.

Se vivían momentos de tensión

y una negociación con dudas y engaños,

mientras los chorros le cantaban a una rehén

el feliz cumpleaños

Horas pasaron y al final

se decidió a entrar la policía

encontraron el corcho del champagne

y una nota en la pared que decía…

Sin armas ni rencores,

en un barrio de ricachones,

no es más que dinero, señores,

sólo se llora por amores.

Vieron con desesperación

los miembros del Grupo Halcón

el armario que cubría el boquete

por donde escaparon en gomones

navegando por lasalcantarillas.

Despechada una mujer los delató

al Paraguay su boquetero se rajaba.

Con la guita, otra mina y su honor,

y los mandó a tragar sombra a la cana.

¡Salud! ¡Salud ! ¡Salud !

No me hagas perder el tiempo…

200 cobanis en la puerta

Vamos que nos hacemos

millonarios,querido,

¡Se van a querer matar!

Dale juntá todo,

¡Rajemos, rajemos rápido!

¡Vamos carajo!

El uruguayo es como un personaje de Roberto Arlt; una especie de heredero del Rufián Melancólico de los Siete Locos. Un admirador de la frase que el escritor llegó a plasmar en uno de otro de sus relatos: “Los ingenieros han inventado los fusiles ametralladoras, y eso está bien porque sin ametralladoras sería dificultoso asaltar un banco. ¡Dios bendiga a los ingenieros! –dijo Tony, el homicida de pie desnivelado”.

El uruguayo, consecuente, adoraba a los ingenieros, aunque pocas veces había tenido que disparar su arma. Sólo una vez, cuando mató a tiros al playero de una estación de servicio al que intentó asaltar en Uruguay en los inicios de su carrera.

El uruguayo siempre fue arrogante. Una mezcla de Humphrey Bogart e Isidorito Cañones. A sus compañeros le molestaba su perfil alto y caricaturesco, ese que lo lleva a decir que se hizo un entretejido y se alargó el pene para seducir mujeres.

Soy un ladrón chapado a la antigua –reconoce el uruguayo. Habla desde uno de los teléfonos públicos de la cárcel de Rawson. Dice que fue el cerebro del robo al banco, aunque sus compañeros dicen que no es verdad y lo llaman “bocón”.

Están calientes porque yo soy más inteligente que ellos. La tienen adentro. Son tipos descerebrados. Yo soy un hombre pensante. ¿También dicen que yo no fui el cerebro del robo? Que digan lo que quieran. Me deben envidiar por la pilcha que usé para entrar en el banco.

¿Usted invirtió dinero para participar del golpe?

No daré detalles. Sólo puedo decir que soy pobre. Soy un tipo que ama la murga, los puteríos, las vedettes con conchero, los shows de tango en San Telmo y la ópera en el Colón. A las minas lindas les saco a pasear bien empilchado y con un ramo de rosas.

¿Usted es pobre? ¿Qué hizo con la plata?

Me quedé a gamba y sin un peso. Al final, cuando le robé joyas a Mirtha Legrand me fue mejor. ¡No tengo ningún tesoro escondido! Aunque eso a las minas les gusta y yo les sigo el juego. ¡Cuántas veces tengo que decir que soy pobre! Espero hacer algo de guita cuando filmen la película y mi papel sea interpretado por Al Pacino.

Es difícil creerle.

¡Soy pobre!

¿No será que no encuentra el dinero que escondió?

¡Soy pobre!

El uruguayo no volvió a repetir que era pobre. Antes de que le hiciera otra pregunta, rió a carcajadas y cortó la llamada. Días después dijo una frase memorable en una entrevista que le hizo Javier Sinay para la revista El Guardián: “Gasté la plata en mujeres rápidas y caballos lentos”.

Luz, cámara, acción

Ramiro Villarreal se frota las manos. Sentado a la mesa de un café de San Isidro, sabe que tiene una historia fascinante sobre el robo del que participó sus padre. Aún no decidió quién se llevará el mejor papel. Su padre podría ser, aunque un detalle le resta protagonismo: no entró en el banco porque era “culón” y no pasaba por el boquete, por eso se quedó haciendo campana con la camioneta en la que huyeron los malandras. El Líder podría ser el protagonista: es una mezcla de empresario moderno, gurú de autoayuda y sabio oriental. Se jactaba de ser un buda. Amaba la cultura oriental. Había practicado taekwondo, karate, yudo. Se creía superior al resto; quizá lo era. El uruguayo estaba convencido de que su papel de hombre de traje gris se imponía en la banda. “A la gente le gusta mi drama personal, una especie de culebrón mexicano”, decía Francisco González, víctima de una mujer despechada.

El mayor conflicto de la historia es ése: ¿quién debe ser el protagonista? ¿El Líder porque planificó el robo? ¿El uruguayo por ser la voz cantante y un mujeriego empedernido? ¿González por su comedia de enredos?

Lo que no quedaba claro es si en ese filme se iba a revelar el mayor misterio del asalto: dónde estaba el dinero que robaron. Los hijos de dos de los delincuentes fueron secuestrados y liberados a cambio de dinero. Se sospecha que esos ataques fueron planeados por un grupo de policías corruptos que busca recuperar el botín para provecho propio.

¿Si la Policía y la Justicia sólo recuperaron poco más de dos millones de dólares, quiénes tienen los otros 13 millones? ¿Cuántas personas deben estar buscando ese tesoro oculto? “En la película estarán todas las respuestas. No quedará ningún secreto oculto”, promete Ramiro. Antes de despedirse, me pide que cuando llegue a mi casa lea la escena 58. “Eso que vas a leer, puede ser ficción o realidad”, dice enigmático. Mi ansiedad me supera. A las apuradas, mientras Ramiro se aleja, leo esa parte del guión. La escena está ambientada en una granja, en algún lugar del país. En un gallinero, bajo la tierra, oculta en una superficie de madera y hierro, en una bolsa manchada con estiércol y barro, se oculta un millón de dólares. En pocos años más, su dueño, aún preso, podrá disfrutar de esa fortuna, si es que nadie se interpone en su camino. Sólo deberá limpiar los billetes, que apestan. No creo que eso le importe.

Investigación: Juan Manuel Zalloechevarria.

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