Año nuevo: del festejo popular a la represión

Lxs chilenxs se juntaron a cenar en la calle para recibir el año nuevo en las mismas plazas donde protagonizaron el estallido que empezó en octubre. La fiesta popular terminó en represión.

Año nuevo: del festejo popular a la represión

Por Pabli Balcazar
02/01/2020

Pabli Balcazar nos contó los preparativos: cómo se monta una fiesta popular. Más tarde hubo comida, fuegos artificiales y música. Se prendieron velas por los muertos y se cantó.  Después de las 12, la fiesta se transformó en represión: los carabineros llegaron con hidrantes y gases lacrimógenos para desalojar la Plaza Dignidad. Hubo al menos seis detenciones y varios heridxs. La escena se repitió en otras partes del país.  En Valparaíso, un profesor perdió un ojo por una bala de gas lacrimógeno. Los carabineros le dispararon a la cara y le fracturaron el cráneo. La postal que nos regala Pabli habla de todo lo contrario: de cómo un pueblo se arma de esperanza para recibir un año en el abrazo colectivo.

Hoy es 31 de diciembre. Si fuese otro año cualquiera mi abuela estaría haciendo su ensalada de papas con mayonesa, que allá no se llama rusa, sino simplemente ensalada de papas-mayo, y mi mamá estaría juntando velas de colores para su ritual de año nuevo, mientras yo juntaría adornos viejos y frutas secas pintadas de dorado para decorar bien maricona la mesa.

Si fuese un año como todos los otros, lxs santiaguinxs estarían preparándose para esperar las doce bajo la Torre Entel, que desde que se privatizó lanza pirotecnia magnánima para entretener a la gente con luces de colores a solo una cuadra del Palacio de la Moneda.

Si fuera otro año cualquiera al acercarse la hora la gente estaría también en las esquinas de sus casas, en sus patios o sus livings, sintonizando radio Cooperativa a “todo chancho” y escuchando el conteo de Sergio Campos segundo a segundo.

Su voz grave de daddy republicano, la misma que ha acompañado a Chile cuando las papas quemaban, cuando los fusiles de Pinochet disparaban contra el pueblo.

Si fuera cualquier otro año faltarían 5 minutos para las doce, mientras entre música de moda lanza pequeños mensajes de justicia social.

Faltan 30 segundos para que comience el nuevo, mientras saluda a lxs que están laburando a esas horas: bomberxs, choferes de micro, trabajadorxs de la salud; a todxs menos a los pacos.

Cuando llega al segundo 10 es cuando comienza el conteo es cuando la gente corre a estar con sus seres queridos, cuando en la familia heterosexual la abuela o la madre dejan de lavar los platos por un segundo porque ese conteo es sagrado, cuando todas las expectativas de un año mejor y de una vida mejor recaen esa voz y esos números que anuncian eso que está por venir.

Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro…

Si fuese un año cualquiera la gente comenzaría a preparar sus copas y a decidir a quién abrazarán primero, porque allá más que brindar nos abrazamos, incluso con los que no conocemos, nos damos el abrazo de año nuevo, por todos los abrazos de los que nos hemos privado durante tanto tiempo.

Y si fuese un año cualquiera al llegar las doce comenzaría a tocar la sonora de Tommy Rey la canción “Un año más”, esa que es tan melancólica para ser una cumbia, pero aún es bailable entre llantos y el choque de las copas, música que tiene sentido nada más que en Chile, país de llorones y sentimentales.

Si fuese un año como cualquier otro la gente saldría a las calles a mirar los fuegos artificiales a las esquinas de sus casas y saludar a sus vecinos, tal vez desde alguna esquina se vean los que tira tal empresa desde el estadio o los que tira tal municipalidad desde aquel cerro. Si fuese un año cualquiera la gente saldría a las calles por un momento entre las doce y la una.

Este año la gente también saldrá a las calles, y no será solo por un momento, como tampoco será gente; será pueblo, un pueblo que cambió los fuegos artificiales y privatizados de la Torre Entel por los fuegos de las barricadas ardientes de Plaza Dignidad.

Me escribe mi hermanita y me cuenta que mi mamá convenció a la familia para que vayan a pasar las 12 a la Plaza como otrxs cientos de miles de santiaguinxs que esta noche se abrazarán y brindarán bajo el fuego abrazador de la protesta.

Ella se está preparando para la noche, me cuenta que se hizo el alisado permanente por primera vez y que los químicos son tan fuertes que le duelen caleta los ojos, pero no son más fuertes que las lacrimógenas que a diario les tiran los pacos.

“Oye ya po, ayudame a escoger mi outfit para ir a la plaza”, me insiste.

Si este fuera un año normal pensaría que cuando me habla de la plaza, iría a alguna plaza del barrio o algo así.

Hasta ahora solo había escuchado la Plaza, así con mayúsculas, acá en Buenos Aires, cuando se habla de ese espacio urbano que también es un espacio político, y a la vez un tiempo/lugar y un momento de encuentro y efervescencia.

Desde octubre del 2019, Santiago de Chile tiene su plaza: La Plaza.

La plaza que ha sido símbolo de lucha, y que ese Pueblo que abraza la anarkía se apropió y le cambió su nombre por el de Plaza Dignidad. Resignificando desde ese momento cada nuevo encuentro y resumiendo en ese gesto de urbanística revolucionaria toda esta bella desobediencia que lleva el nombre de Dignidad.

Hoy en esa plaza estará tomada por ese pueblo que ha hecho de la protesta una forma de vida. Un pueblo al que le cortaron hace siglos los carnavales, pero que ha sabido hacer de la fiesta y la protesta una sola cosa.

Seguro este año también haya champaña con eñe mezclada con helado de piña en las copas, los abrazos sean más apretados, seguro la voz de Sergio Campos estará haciendo su conteo entre humos y llamaradas, seguro mi mamá no necesitará más velas de colores porque esos neumáticos encendidos serán su ritual y de seguro los fuegos de este año no asustarán a nadie, no serán para nada artificiales, al contrario serán fuegos de barricada que son lo más real que tenemos.

Antes de cortar mi hermanita me pregunta qué he aprendido este año. Y yo me quedo en silencio. El macrismo y su neoliberalismo desvergonzado nos han dejado rotísimas, pienso, y nuestros aprendizajes han sido también dolorosos, profundos e internos.

Le pregunto qué ha aprendido ella, y me dice que aprendió a correr de los pacos, a decir lo que piensa, a hablar en público y a nunca más quedarse callada.

Yo me quedo en silencio con la piel de gallina.

Esta noche prenderé un fueguito que se llame Dignidad y brindaré por ella y por todxs lxs niñxs y jóvenes que son lxs que mantendrán vivas las llamas de la revolución por todos los años nuevos que vengan hasta que valga la pena vivir

Punto y aparte.

Como le canta la Pantoja a Juan Gabriel: Así fue. El pueblo se reunió, brindó y se abrazó en Plaza Dignidad.

A la media noche con mi novio recibimos un audio de mi vieja donde nos relataba lo que se estaba viviendo en ese momento, ella fue nuestro Sergio Campos, relatandonos segundo a segundo las pulsiones de un pueblo que a pesar de todo sigue en pie.

Cuando dieron las doce mi mamá, como tantxs otrxs en la plaza, rompió en llanto y en el fondo se escuchaba miles de voces encontrándose unas con otras, esas voces rugiendo como olas de fuego.

Entre llantos y gritos nos decía que la lucha continua y que todo lo que estaban viviendo es hermoso, y agrega que no es solo hermoso sino también simbólico y potente, porque ahí mismo en esa plaza han muerto y han sido mutiladas y torturadas cientos de personas en estos meses de protestas.

Esa noche como cada vez que más de una persona con ideales han pisado juntas las calles en Santiago, hubo represión, y al amanecer 2000 efectivos policiales recibieron la orden de reprimir al pueblo. Pero la protesta es una fiesta que desborda alegría y desobediencia, y ni los pacos con sus gases, lumas y fusiles pudieron apagarla.