Por Sebastián Hacher y Laureano Barrera – Cosecha Roja.-

El lunes 12, durante la ceremonia de asunción del gobernador de la provincia de Buenos Aires Daniel Scioli, un grupo de infantería golpeó a los militantes que querían entrar a los palcos del senado. Hubo varios heridos. Por la represión, Scioli, un aliado del gobierno nacional, ordenó pasar a disponibilidad a seis efectivos. Los policías se quejaron de que a los manifestantes los fueron a visitar varios políticos y que a ellos nadie les dio importancia. Al contrario: mientras dure la investigación, los agentes estarán en disponibilidad, cobrando el 50% del sueldo. Para protestar, más de cien hombres de la infantería se acuartelaron en la ciudad de La Plata.

Pero en esta historia se juegan otras cosas. El Ministro de Justicia y Seguridad de la provincia, Ricardo Casal, mantiene un acuerdo tácito con la  policía, lo que los expertos llaman al ‘autogobierno policial’. Mientras no hagan mucho ‘ruido’ dejando que la criminalidad en la provincia aumente, el poder político permite que la fuerza tenga sus negocios y hace la vista gorda frente a los hechos de corrupción, incluso cuando estos generan escándalos como en el caso de Candela, una niña de once años secuestrada y asesinada por una disputa entre dealers que trabajaban para la policía. A diferencias de su par del gobierno nacional, la Ministra de Seguridad Nilda Garré, que por primera vez en la historia de la fuerza intenta asumir el control de la Policía Federal, en la provincia el Ministro Ricardo Casal sigue un viejo axioma: La Bonaerense solo se obedece a si misma.

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A las 17 horas del lunes 12 de diciembre, el playón de la Dirección de Infantería Bonaerense está plagago de civiles, quizás como nunca antes: decenas de policías, activos y retirados, todos de sport. Con sus familias. Matronas morochas y pesadas, con remeras de sus muertos en servicio y porte de armas tomar, gritando proclamas rígidas. Y los hombres de la prensa, el botín más preciado de los acuartelados, de a montones y en toda su gama: movileros de impecable traje, camarógrafos de gorra de visera, técnicos de bermudas cortas y piercings, lúmpenes de pantalón camuflado, libreta y barba, hasta los técnicos más rasos.

Policías, periodistas y curiosos esperan en el patio del edificio, una explanada generosa, de ángulos rectos, bordeada por una galería con recoba, de piso ajedrezado, y varias habitaciones que lo rodean. El edificio es viejo, pero está remendado por fuera: una pintura ocre lo hace un poco presentable. En el contiguo, donde funciona caballería, en tiempos de represión ilegal la Bonaerense montó un chupadero. Lo que más recuerdan los sobrevivientes -que estuvieron esposados y vendados allí-, es el olor a bosta de los studs en los que pasaron días, meses.

Los productores de TV llaman a los hombres de traje, están ávidos de noticias. Después de un rato, el sargento Esteban Arriaga – un policía de Quilmes con diez años de carrera- se sube a un tacho de pintura y convoca.
-Esta oportunidad es histórica: tenemos a todos los medios apuntando para acá, esperando que anunciemos un acuerdo. Pedimos una condición esencial y humana: constantemente tenemos compañeros que caen en carpeta médica, lesionados. Tenemos que dejar en claro que no extorsionamos a ningún tipo de gobierno ni Ministerio. Yo creo que nosotros no pedimos más que nadie: un salario digno para mantener a nuestras familias.

Al final de su proclama, pregunta, con la destreza de un animador evangelista:

-Yo les pregunto y quiero que todos respondan: ¿nos vamos a ir o nos vamos a quedar?.
La respuesta por la segunda alternativa y la lluvia de aplausos parece unánime. O casi. Un hombre gordo con la cabeza entrecana quiere saber:

-¿Qué pasó con los compañeros despedidos? Porque estamos acá por ellos. El resto de las cosas hay que hablarlas a partir de mañana.
La reprobación, en ese sector y en ese momento, es generalizada. Pero los argumentos del contrapunto serán los que se repetirá, en conciliábulos más o menos numerosos, dispersos por todo el playón:
– Cagón, a vos ya te hicieron la cabeza- grita un pibe joven a un infante uniformado, de boina verde y calada, que ha pedido deponer la vigilia.
Más tarde, otro infante exige silencio y dice:
-Los seis compañeros aceptaron todas las condiciones del gobierno. Ya no podemos hacer más nada. Ellos nos están pidiendo por favor que desconcentremos acá y nos vayamos, ya está.
– ¿Y para qué pidieron el reclamo?- dice uno de los oyentes.
-El reclamo era para ellos, ya está- concluye el orador
– Que venga uno de ellos a decirlo- tercia otro.
– Ya lo compraron- se murmuma en la multitud.
El infante sigue:
-Nosotros los infantes vamos a seguir acá, charlando. Pero la gente, por favor, gracias por haber venido, les agradezco un montón.
-Nooo- dice el coro de oyentes. La reprobación es general.

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Al filo de la noche, en una de las tantas salas de crisis donde se siguen los hechos de cerca, dos hombres que conocen el pulso de las fuerzas de seguridad intercambian opiniones. El primero es un periodista experto en policiales. El segundo, un funcionario ministerial de carrera.

-Hubo una constelación de factores-dice el periodista-. El descontento con la conducción actual es uno de esos factores. Que Scioli haya puesto dos civiles en la cúpula es visto como una avance contra ellos. El lunes hubo un llamamiento a protestar. La sanción por reprimir a los manifestantes lo potenció.
El funcionario asiente. Pero está más nervioso.

-Es una extorsión lo que hicieron -se queja-. Y es consecuencia de la autonomía de la policía bonaerense. Del modelo de negociación del gobierno provincia con las cúpulas. En algún momento, una policía sin conducción política ni control de ningún tipo termina estallando.

En la sala, desparramados en los sillones, un grupo de funcionarios jóvenes habla por teléfono de forma frenética. Tres plasmas muestran la cobertura en vivo de los canales de televisión.

-Por lo que vimos -dice el funcionario-  son bastante inorgánicos. Es  una reivindicación gremial corporativa, pero no estuvo digitada por un sector de la cúpula. Fue algo que se gestó desde abajo, por el descontento, y sobre eso aparecieron organizaciones de solidaridad que son fascistas.

El viejo periodista reprime las ganas de encender un cigarro. En estos edificios está prohibido fumar. Resopla y habla.

-Puede ser que a nivel tropa estén percibiendo que se venga un control más fuerte. Eso genera descontento, porque ven amenazados el negocio del narcotráfico, la prostitución, el juego y todos los delitos que arman la caja negra de la policía y la política en la provincia.

El funcionario quiere agregar algo, pero alguien sube el volumen de la televisión: el gobierno prometió que se iba a acelerar el sumario administrativo contra los policías y la protesta se levanta. Los que querían sostenerla y pedir mejoras se retiran.

El viejo periodista se para. Por primera vez en el día va a salir a fumar al balcón. Antes de cruzar la puerta, señala la pantalla del televisor enorme, todavía llena de imágenes de uniformados.

-Ahí tenés -dice-. Esto es el autogobierno de una fuerza ingobernable.