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El odontólogo Ricardo Barreda, condenado a prisión perpetua por haber asesinado a su esposa, su suegra y sus dos hijas, volvió hoy a prisión debido a que la convivencia con su actual pareja se tornó “peligrosa” y con “riesgo inminente”, informaron fuentes judiciales.
La medida la adoptó el juez de La Plata a cargo de la causa, Raúl Dalto, quien consideró que Barreda no puede seguir viviendo con Berta André, en el departamento del barrio porteño de Belgrano.


Esta tarde, efectivos de la Policía Federal fueron a buscar a Barreda al departamento del edificio situado en Vidal 2333 y lo llevaron a una dependencia de la fuerza en la calle Azopardo, desde donde fue trasladado a la cárcel platense de Gorina.


En su resolución, a la que Télam tuvo acceso, el magistrado consideró que la convivencia de la pareja “presenta una combinación de factores que provocan una situación de peligro inminente” por lo que resolvió revocar la libertad de la que gozaba el odontólogo hasta que fije un nuevo domicilio.


“La situación de peligro es inminente por la debilidad mental que padece Berta y el riesgo de que eso pueda provocar una reacción por parte de Barreda”, graficó Dalto.


En esta coyuntura, Berta “no puede hacerse cargo de la situación como lo hizo en el 2008 por lo que no tengo otra alternativa que revocar la libertad condicional” del odontólogo, sostuvo el magistrado.


El juez entendió, además, que la salud mental de Berta “no está en condiciones” para cumplimentar con el requisito de avalar el domicilio en el que se encuentra Barreda para transcurrir su libertad condicional.


En la resolución, también tuvo en cuenta que la Argentina firmó la Convención sobre la Prevención y Erradicación de la Violencia contra la Mujer, que en uno de sus artículos “prevé que se tomen las medidas de prevención rápidamente”.


Una fuente judicial explicó que si Barreda consigue un nuevo domicilio en el que pueda ser controlado por el Patronato de Liberados podría recuperar su libertad aunque mientras no ocurra esa situación deberá permanecer en prisión.


Barreda se encuentra en libertad condicional desde marzo de 2011, luego de ser condenado en 1995 a prisión perpetua por haber matado a escopetazos a su esposa Gladys McDonald (57), a su suegra, Elena Arreche (86), y a sus dos hijas Cecilia (26) y Adriana (24), en noviembre de 1992.


Previamente, en mayo de 2008, había salido de la Unidad Penitenciaria 9 de La Plata y lo beneficiaron con la prisión domiciliaria en el departamento de André, después de que la mujer se comprometiera a ocuparse de él.


Sin embargo, en marzo de este año el juez consultó a Barreda sobre la posibilidad de cambiar de domicilio debido a que los informes elaborados por el Patronato de Liberados advertían sobre algunos problemas de convivencia con su pareja, según dijo a Télam una fuente judicial.


El magistrado, que actúa en esta causa como juez de ejecución de pena, comenzó a tener mayores dudas acerca del tipo de convivencia entre Barreda y su pareja cuando un asistente social del Patronato le envió un informe el mes pasado en el que menciona problemas en el vínculo de la pareja.


Ante esa situación, Dalto citó en una audiencia al psicólogo de Barreda, a la asistente social que elaboró el informe y al odontólogo y su mujer, tras lo cual dictó la resolución de hoy en l que revocó su libertad.


Eduardo Gutierrez, abogado de Barreda, dijo hoy a Télam estar “asombradísimo” por la resolución del juez y la calificó de “descabellada”.
“Es una de las típicas medidas que se toman a días de la feria judicial y me asombra mucho porque no hay quebrantamiento alguno de los requisitos que cumple Barreda para mantener su libertad”, explicó.


Sin embargo, para el abogado de las víctimas del odontólogo, Horacio González Amaya, la resolución de Dalto “es prudente”.
“Se le concedió la libertad porque Berta se hizo garante de la situación y esto indudablemente ha cambiado”, graficó el letrado.
En enero de 2011, Dalto también le revocó la prisión domiciliaria de la que gozaba Barreda tras acreditar que el odontólogo hizo una salida “injustificada” del domicilio al trasladarse a una farmacia donde se tomó la presión.


Sin embargo, en abril de ese mismo año, la sala Primera de la Cámara Penal de Apelaciones de La Plata, conformada por los camaristas Pedro Soria y Silvia Oyhamburu, otorgó la libertad condicional del odontólogo, beneficio que le fue revocado hoy.


En noviembre de este año, además, la justicia declaró “indigno” en la sucesión de los bienes familiares al odontólogo Ricardo Barreda.
La sentencia fue dictada por el juzgado Civil y Comercial de La Plata 17 que explicó que la “exclusión de herencia” es por “una causal objetiva de indignidad”, prevista en el artículo 3291 del Código Civil.

 

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Conchita es el libro del periodista y escritor Rodolfo Palacios, a esta altura una leyenda del periodismo policial argentino.  Aquí, uno de los primeros capítulos del nuevo trabajo del autor de El Angel Negro, Pasiones que matan y Adorables Criaturas.

Capítulo 2

El comienzo de una linda amistad

–¿Hola?

–Hola. ¿Barreda?

–Sí, ¿quién habla?

–Soy Rodolfo Palacios, periodista…

–¿Periodista? –interrumpió Barreda desde el otro lado del teléfono–. ¿Usted nunca fue cliente mío?

–No, ¿por qué lo dice?

–Durante muchos años tuve un paciente con ese nombre, Rodolfo Palacios. Nos llevábamos bárbaro, y pensé que era él el que me llamaba para saludarme.

–Qué curioso. Pero yo lo llamo para hacerle una entrevista.

–Mmm. No sé, debería pensarlo. Habría que hablar en otros términos.

–¿En qué términos?

–Usted se imagina. Hablo de guita. Usted saca la exclusiva y su jefe lo felicita, con suerte le aumentan el sueldo. ¿Y yo qué gano?

–¿De cuánta plata está hablando?

–No sé. Déjeme pensarlo. Llame mañana.

La primera conversación que tuve con Barreda fue en junio de 2007 y duró unos cinco minutos. Más que el diálogo entre un periodista y un entrevistado se pareció a la charla entre un cliente y un comerciante. El viejo ya vivía en el departamento de su novia.La Sala Idela Cámara PenaldeLa Platale había dado la libertad condicional por considerar que el cómputo de tiempo transcurrido en prisión excedía el de la condena impuesta.

Al otro día volví a llamarlo: no iba a poder ofertarle ni un centavo, aunque él ya le había puesto precio a la exclusiva.

–¿Hola Barreda?

–Sí, ¿quién habla?

–Rodolfo Palacios, el periodista, no el paciente.

–¿Cómo anda?

–Bien. Lo llamo por el tema de la entrevista.

–Ah, sí. Bueno, mire –dijo Barreda y empezó a tartamudear–. Es-es-tu-tuve pen-pensan-do un po-po-co. Se-serían 5 mil pe-pesos.

–No puedo pagar esa cifra.

–Pue-pue-do ba-bajar a tres mil.

–Tampoco llego.

–Bue-bue-no, vie-viejo. Lla-lla-me- en dos horas. Veo qué pue-puedo ha-ha-cer.

Llamé a la hora convenida. Barreda estaba más tranquilo.

–Mire, Palacios, como me cae bien y se llama igual que mi viejo paciente, le puedo cobrar 500 pesos.

Esta vez fui yo el que pidió hablar más tarde.

De algo estaba seguro: no pensaba pagarle. No era una postura moralista, aunque si uno se pone a pensar, lucrar con una tragedia distaba mucho de ser irreprochable. Barreda no era el único: otros asesinos, incluso a nivel mundial, cobran por dar notas. En los Estados Unidos hasta venden sus derechos cinematográficos al mejor postor, como ocurrió con Gary Gilmore, el protagonista de La canción del verdugo, el memorable libro de Norman Mailer.

Hablé con Barreda varias veces más. Traté de convencerlo para que me diera la nota. No fue fácil. Pero al menos él daba notas. Los familiares de las víctimas no querían hablar con la prensa.

–Cómo anda, Barreda –le pregunté cuando volví a llamarlo.

–Para el reverendo culo, hecho pelota, todo por un zumbido puto que se me metió en la cabeza. Parece un moscardón. Y ahora estoy comiendo una galletita con cereales y se me quedó un cereal en la garganta, la putísima madre que lo parió. Llame en otro momento, Palacios.

Muchos de los llamados terminaban de esa manera, no eran ni siquiera una charla.

Al final, después de tanto insistir, logré que en julio de 2011 –tres años después de la primera llamada telefónica- Barreda decidiera darme la entrevista sin cobrarme un peso. Puso una condición: no hablar de sus crímenes, sino de su vida cotidiana. De su segunda vida. De sus hobbies, de su relación con Berta, de sus gustos y pasatiempos. De sus mejores recuerdos. Su exigencia no me pareció tan mal porque ya había hablado bastante del caso policial. Los medios habían mostrado esa cara: la del hombre que paulatinamente se va hundiendo en la nada hasta que un día estalla y se convierte en asesino. A mí me interesaba mostrar el lado más desconocido de Barreda.