Restos humanos

En el Museo de la Policía de La Paz, que se encuentra en un edificio antiguo de la calle Colón, la máscara de yeso dedicada al Zambo Salvito debe de ser uno de los objetos menos espantosos en exposición. Al menos, en apariencia. Porque la miré de otra manera después de que el director de las instalaciones —José Arancibia— me dijera que el Zambo destripaba a sus víctimas con la daga que está justo a su lado. Para Arancibia, personajes como el Zambo hay muchos. “Sueltos, caminando por nuestras calles sin que nos demos cuenta —advierte—. Y hay que tener mucho cuidado con ellos. Gente así trabaja con Satanás. Y a Satanás no se le ofrenda con flores ni confite, sino con sangre”.
Arancibia tiene ojos grandes, como de sapo, cejas pobladas, un peinado hacia atrás que hace ver su pelo como un caparazón, una chaqueta azul marino, un pantalón jean y una oficina que parece más una sala de interrogatorios. En ella hay una lámpara de luz densa como las que se usan en las películas para arrancar confesiones y una foto de Klaus Barbie, El Carnicero de Lyon, un alto oficial de la Gestapo nazi involucrado en númerosos crímenes contra la humanidad que se instaló en Bolivia en los 50 y al que se vinculó con las torturas de la dictadura de René Barrientos en los 60. Se trata de un espacio un tanto tétrico, pero no menos que el resto de las dependencias de este museo.
En una de sus salas hay fetos de diferentes tamaños que fueron recogidos de la basura y se conservan en formol; en otra, imágenes horribles de autopsias, atropellos y desangrados; y entre las piezas en exhibición hay también huesos humanos. Arancibia dice que, desde que se creó el museo, se ha vuelto una costumbre la recuperación de partes anatómicas diversas. “Desde el punto de vista científico son interesantes”, señala.
En los 40, por ejemplo, había una calaca de un preso suicida que intentó quitarse la vida en cuatro ocasiones: la primera vez, se arrojó de lo alto del muro de la cárcel y ni siquiera se rompió nada; luego hizo trizas una botella y se tragó los vidrios, pero no le hicieron daño alguno; después se colgó de una viga y se rompió la soga; y no alcanzó su objetivo hasta cerrar herméticamente su celda y encender un viejo brasero (se asfixió con el gas carbónico que éste desprendía). En los 60, llegó al museo otra ñatita: la calavera de Shell, el cráneo de un extranjero que fue asesinado en el barrio de Chijini junto a su pareja. Para hacerse con él, profanaron su tumba. El cuerpo de la víctima se había momificado increíblemente en setenta días y su cabeza era vista como un trofeo. “Pero ya no tenemos ninguna de las dos calaveritas —dice Arancibia—. Seguramente, se perdieron en alguno de los traslados que nos han impuesto a lo largo de estos años”.
Hoy, la mayoría de los restos óseos que se conservan son producto de una excavación que se realizó en las inmediaciones de una granja de rehabilitación de delincuentes que se hallaba en el área rural. “Y los tratamos con especial cuidado —explica Arancibia—. Yo cada lunes pongo una vela a las calaveritas y otra a los fetitos. Para que Dios les guarde en su misericordia. Y para sentirnos protegidos hice instalar en una gran urna de cristal a la Virgen de Copacabana, que es la ‘generala’ de la Policía”.
“En nuestra institución, se cree mucho en la Virgen. Son muchos los que le rezan cuando no pueden resolver un caso porque ella les ayuda a llegar hasta la punta del ovillo”, dice Mario Maynas, asistente de Arancibia y bibliotecario. “Además, repele las brujerías que nos hacen los antisociales”. Según un reciente estudio elaborado por los estudiantes de la carrera de Derecho de la Universidad Mayor de San Andrés, los delincuentes colocan retama en los motores de sus autos para no sufrir desperfectos mecánicos; dejan ropa con sangre humana en cerros considerados sagrados para que no los encuentren y para que el alma de los que han asesinado no les persiga; esparcen polvo de muerto4 en la puerta de los inmuebles que van a robar para dejar a los dueños sumidos en un profundo sueño; creen que la colas de ratón, de zorro y de víbora de cascabel alejan el temor y el nerviosismo. “Y también contratan a yatiris5 para que les lean la hoja de coca, para saber si son factibles los golpes que planean”, apunta Mayta.

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