El último paseo del Capitán Jordán

Seguir el rastro de Josefina, una de las célebres calaveritas de La Paz no es complicado. Cada 8 de noviembre, Día de Ñatitas, Josefina, abandona la cocina del barrio de Alto Obrajes en donde tiene su altar y recorre la ciudad en minibús rumbo al Cementerio General en manos de su dueña, Mariela Altamira, de cincuenta y seis años. Mariela, que regenta una tiendita en lo bajos de su casa, dice que le suele prender una velita cuando le hace falta plata. “Y poco más”, señala. Su esposo, Germán Lens, tiene sesenta y seis años y es ex policía. Asegura no creer en Josefina, pero acompaña a su mujer una vez al año a la necrópolis en ropa deportiva para que la calaca reciba el cariño de los paceños. Y tiene una teoría bastante particular sobre los cráneos que se dan cita por estos lares.
“Para mí —analiza—, se trata, en la mayoría de los casos, de víctimas de las dictaduras que ha sufrido Bolivia a lo largo de su historia. A Josefina, por ejemplo, la hallaron mis hijos cuando jugaban en mitad de un cerro. ¿Qué hacía ahí? La única explicación posible que veo es que alguien intentó esconder en su momento el cuerpo”.
En el cementerio, como todos los años, la romería de fieles es constante. Y uno encuentra ñatitas acá para todo gusto: las hay con dientes y sin dentadura, con gorros de lana y con tocados pintorescos, con nombres comunes, como Pedro, Freddy, Johny, Alberto, Fernando o Teresita, y con otros que no lo son tanto, como La Poderosa, El Profe o William Shakesperare. Dicen que incluso han desfilado por aquí las calacas de quienes fueron en vida el presidente Mariano Melgarejo y el Che Guevara, un extremo difícil de comprobar a no ser que seas, como Josué González, clarividente y curandero.
Según Josué, basta con tener un poco paciencia y saber escuchar a las calaveritas para saber de quién se trata. “Ellas te cuentan, entre otras cosas, de dónde vienen y si fallecieron o no en circunstancias trágicas”. Las tres que guarda él ahora en una caja han sido bautizadas como Manuel, Ángel y Antonio. “Manuel murió por envenamiento. Antonio, por causas naturales. Y Ángel, que era un niño, por asfixia”, señala. Y dice a continuación que hacen milagros, que son sanadoras y que todos los años las baña por lo menos un par de veces con maíz blanco y agua bendita. Luego me explica que también hay ñatitas chocarreras, que son almitas que pueden ser utilizadas para hacer maldad. “Porque las calacas —añade — no discriminan. Y ayudan a todos por igual. Los delincuentes les piden protección cuando salen a ‘trabajar’. Las prostitutas, clientes con plata. Y los narcotraficantes, por sus ‘cargamentos’, para que lleguen a su destino”.
No muy lejos de donde se encuentra Josué, frente a la capilla del cementerio, el Capitán Jordán es una de las ñatitas más agasajadas. Se trata de la calavera de un antiguo agente de policía y Fráncisco Ávila la sujeta con orgullo. Ávila es su preste. Es decir, el encargado de preparar la fiesta de este año para homenajearla. El festejo será en El Dorado, un salón enorme de paredes anaranjadas al que nos dirigiremos pasados unos minutos. El Dorado, que queda a pocas cuadras, se ha engalanado para la ocasión y no falta de nada. Algunos invitados lucen sombreros lilas. Un pastel en pleno centro lleno de fotos de calacas domina la escena y el trago corre de un lado para otro. Todo, para que el Capitán Jordán y el resto de las ñatitas que lo escoltan se sientan a gusto.
Según Nieves Antezana, de cincuenta y seis años y una de las que más tiempo llevan disfrutando de los favores del Capitán, éste murió de varios disparos mientras cumplía con su deber, cuando perseguía a los integrantes de una banda que traficaba con cocaína. “Después —comenta Nieves—, alguien recuperó su cráneo, nos lo dejó a mí y a mi familia en un negocio que teníamos y comenzaron a llegar devotos poco a poco”.
Estos fieles son hoy más de cien personas que llenan las mesas y sillas de El Dorado. Y algunos de ellos aseguran convencidos que, cuando necesitan colaboración, el Capitán se materializa. “Antes de que llegara a nuestras manos —comenta Nieves— cuidaba de dos húerfanos: un chico y una chica; y a ella le salvó de unos desalmados que la secuestraron en un taxi haciéndose presente”. Pero su hazaña más comentada es otra: haber juntado en una misma sala a policías y a antisociales. Porque esta ñatita, como la mayoría, tiene seguidores de toda clase social y de toda condición económica.
Según Nieves, esto ocurrió hace casi ya una década, durante una de las veladas que cada quince días se organizan en honor al Capitán en domicilios particulares. “Llegó cada uno por su lado y, de repente, nos dimos cuenta de que se habían formado dos columnas, una frente a la otra. La primera, con ladrones y otra gente de mal vivir. Y la otra, con oficiales. El ambiente estaba tenso. Casi nadie hablaba. Hasta el brindis. Después, alguien fue a comprar cajas de cerveza y todos se mezclaron de repente”.

 

* Esta nota forma parte del libro “Los mercaderes del Che y otras crónicas a ras del suelo”.

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