Federico Trofelli – Cosecha Roja.-

Se denigra así mismo. Es un ser despreciable, resentido, incapaz de hacer amigos. Tiene una moral pobre. Traiciona a sus compañeros. Así define un exjefe de la policía bonaerense a los informantes policiales. En la calle se los conoce con otros nombres: el informante es el  soplón, un delator profesional. Y en Argentina tiene un nombre particular: es el buchón. Buche para los amigos.

Pedro es petiso, morrudo y le faltan varios dientes. Pisa los 60 años, tiene 14 hijos -perdió dos- y es buche desde los 17 cuando se convirtió en el culata predilecto de un juez del oeste del Conurbano.  Su jefe tenía una debilidad por los excesos y Pedrito, como el juez lo llamaba cariñosamente, se encargaba de comprarle la cocaína en las villas de San Martín, donde -según se ufana- se enfrentó en más de una oportunidad a balazos con los tranzas. Pedrito se crió en un barrio de Morón sur y que aprendió a manejar pistolas desde los doce años.

– Es una manera de terminar con la delincuencia- dice el hombre, abuelo de tantos nietos que ya perdió la cuenta, para justificar sus largos años de oficio como informante judicial y policial.

La suerte del guardaespaldas cambió cuando el juez se mató de un balazo en la década del 90.

– Mucha gente me tenía bronca y me armaron una causa. Querían sacarme del medio – explica.

Después de algunos años tras las rejas, recuperó la libertad y consiguió un trabajo estable. Cada tanto, uno de los tres celulares que lleva encima suena y se pone a disposición de la justicia, la policía, o quien le ofrezca dinero por información.  Le piden que haga cosas que ellos no pueden. A veces se trata de acercarse a tal o cual persona y ganarse su confianza para luego traicionarlo.

-Si puedo lo hago –dice-. Y Pedrito siempre puede.

 

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Carmen Galarza nació en el norte del país. Siendo muy joven llegó a la villa Carlos Gardel de la localidad de El Palomar, en Morón, donde conoció a su marido, un policía dela Bonaerense hoy retirado. La mujer tiene 69 años y Parkinson. Ya no es la muchacha bonita que en la década del 70 entregaba a los militantes de izquierda que trabajan en su barrio.

Según el legajo 1076/3977 de la CONADEP, Galarza colaboró como personal civil con los represores del Centro Clandestino de Detención que funcionó en la comisaría segunda de Haedo.

Todavía hoy, a casi treinta años de la terminada la dictadura, cada vez que un hecho delictivo apunta ala Gardel, la policía y la justicia la consultan.  La mujer de manos temblorosas responde como el primer día, aunque tiene contradicciones. En el barrio, además de por buchona, era conocida por ser la madrina de El Loco Jerry,  el ladrón más famoso que tuvo el barrio. Esta leyenda del delito, solía pasearse por los pasillos de la villa con una ametralladora y vestido a lo Rambo con una vincha roja en su cabeza. Jerry terminó mal. La madrugada del 29 de abril de 1997, unos diez hombres le tendieron una trampa, lo torturaron con alambres de púas y lo acribillaron a balazos. Hay quienes aseguran que luego orinaron su cuerpo. Pero esa es otra historia.

En la dictadura, Galarza esperaba en la calle mientras la policía emboscaba a los militantes. Si la persona acorralada por los represores estaba militando o utilizaba el barrio para refugiarse, la mujer silbaba para marcarlo. Si no emitía sonidos, el demorado eludía engrosar la lista de desaparecidos.

En democracia, Galarza consideró que el enemigo era la delincuencia.

– Acá mandó al frente a todos.- dice un amigo de la adolescencia- Lleva y trae información. Medio barrio la amenazó de muerte pero nunca la vi con miedo

– ¿Nunca la amedrentaron?

– Alguna que otra vez le fueron a recriminar sus vínculos con la policía y le balearon el frente de la casa en el monoblock 1. Pero nunca pasó nada.

Un fiscal de Morón que contrató sus servicios varias veces conoce el método de supervivencia que utiliza Galazar:

– Cuando la joden mucho –dice- Galarza sale con el fierro y al rato no queda nadie. Si ella y su revólver no son suficientes, su marido aparece por atrás con una ametralladora-

A Carmen Galarza la van a ver todos: la policía y los delincuentes. “Tiene vocación de buche”, explica un vecino. “Ella siempre gana, te mete preso y después te pone los abogados. Te hace un combo donde cobra por engarronarte y después cobra por sacarte de la cárcel”.

– El buchón -resume el fiscal- es un policía frustrado.

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A diferencia de Pedrito y Galarza, el buche tradicional  suele tener exclusividad con las fuerzas de seguridad. “La policía”, explica un fiscal de San Isidro, “es la única que habla con los informantes y nunca los blanquea en una investigación. Los mismos efectivos se arrogan haber conseguido los datos de manera iluminada”.

Esta regla se rompió en algunos casos como en el de Candela, donde se develaron las identidades de los informantes. Héctor “El Topo” Moreira es uno de ellos. Está acusado de ser el autor intelectual del secuestro y crimen de la nena de once años que apareció en una bolsa de residuos en Villa Tesei, Hurlingham, a mediados del año pasado.

El Topo estuvo algunos meses detenido y luego fue liberado, aunque continúa procesado, sin pruebas en su contra según fuentes judiciales.

Moreira tiene 45 años y reconoció ser buche dela Bonaerensedesde los 18. Además de trabajar para la policía, se dedica a pequeñas estafas. Una de las más conocidas es vender televisores a bajo precio en la calle, cerca de puerto. Convence a las víctimas que es una oferta imperdible, productor del contrabando, y la hora de hacer la entrega les deja una caja vacía y se fuga con el dinero.

Dos semanas antes del asesinato de Candela, Moreira comió un asado en la casa de un jefe del Servicio Penitenciario junto al entonces número dos de la fuerza, el Superintendente de Investigaciones Roberto Castronuovo. El tema obligado de la cena fue el paradero del narco de San Martín Miguel Angel “Mameluco” Villalba, quien luego fue detenido porla Federal.

Moreira había traficado sus influencias con agentes del Servicio Penitenciario y varios comisarios del conurbano. Durante la desaparición de Candela, el titular dela DDIdeLa Matanza, Marcelo Chebriau –cuestionado por presuntos vínculos con la delincuencia-, le encomendó seguir algunas hipótesis del caso. Poco después, El Topo fue llevado engañado a la comisaría de Tesei, donde lo detuvieron como ideólogo del secuestro.

El testigo estrella de esta investigación fue Roberto Aníbal, un carnicero de Williams Morris que vivía a pocas cuadras de la casa de Candela. Además de vender carne, era una especie de financista de los delincuentes de la zona a los que les prestaba dinero a cambio de altos intereses. Información no le faltaba.

El carnicero tampoco se privó de hacer negocios con la policía de Hurlingham. Con los datos que entregó se detuvo a los ocho sospechosos del secuestro y crimen de la nena, hoy todos en libertad. Ante la inminente caída de la causa, la policía y el fiscal Marcelo Tavolaro revelaron su identidad: en el medio, el buchón denunció haber sido baleado y secuestrado por la gente que habría delatado y por la propia policía.

Ahora, Aníbal vive en Moreno donde maneja una carnicería queLa Bonaerensele montó por más de 130 mil pesos y continúa reclamando la recompensa de 400 mil pesos que ofreció el Ministerio de Seguridad bonaerense para esclarecer el caso.

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El jefe dela Bonaerenseconsultado tiene el cuerpo atravesado por varios balazos. La última cicatriz la lleva en su cabeza.  Unos tres años atrás tuvo que negociar con uno de los tres o cuatro buches que tuvo durante sus 30 años de carrera.  Las reuniones eran en debajo de un puente por la madrugada o en bares de muy mala espina. La idea era desbaratar una red narco arraigada en varias localidades del sur del conurbano.

-Él quería 15 kilos de cocaína y la mitad de las armas que secuestráramos. El golpe era buenísimo pero yo nunca incluí al botín como parte del pago por la información y eso él lo sabía. Siempre le había pagado en efectivo. Como no quería echar a perder el procedimiento y mi buche se puso intransigente, accedí. Reventamos a la banda y secuestramos unos 100 kilos de cocaína y más de 30 armas. Él cumplió con su parte y yo con la mía. A las diez cuadras, una de las patotas de la brigada lo reventó con todo encima. No podía permitir que se fuera con todo eso ni tampoco que se me caigan los allanamientos.

El buche despareció por un par de meses. Luego, volvió a las andanzas. Había sido un gag del oficio.

-Yo sabía que no tenía que quedarme con la droga –le dijo al policía en el reencuentro-. Me

El policía asintió con la cabeza y no dijo nada. Ambos sabían que él había entregado. Ya no tenían rencores. El policía pagó el café.

Para el exjefe, el verdadero buche es el que “tiene antecedentes penales y se mantiene en el anonimato. El buchón existe y existió en todas las policías del mundo. No hay policía sin buchón ni buchón sin policía”.

– Son personas –aclara- que se manejan muy bien cuando la villa o el barrio habla. Eso sí, el dato que se obtiene debe ser orientativo y corroborado con la ciencia y la tecnología.

El hombre, que reivindica a la “vieja policía”, cataloga a los buchones en dos ramas: “El que es buchón de alma y no se le caen los anillos ni se arrepiente por pasar un dato; o el despechado que traiciona a sus compañeros porque lo dejaron afuera de un negocio o recibió menos plata en la repartija”.

El dinero para pagar al buche no está incluido en el presupuesto. Proviene de las cajas dela Bonaerense, que según el ex comisario, son cuatro: el juego clandestino; la prostitución; la droga; y el que resulta de delitos varios.

Aunque siempre lo despreció, la “vieja policía” cuidaba al buche como si fuera de su familia: si podía evitar meterlo preso, lo encubría. Si caía en desgracia, hacía lo posible para cuidarlo durante su estadía tras las rejas.

-El informante es clave para desarticular bandas pesadas que roban camiones de caudales o bancos, por ejemplo. También hay buches más circunstanciales que la policía le encarga trabajos pero pueden hacerlo pocas veces porque una vez que se queman aparecen muertos. Tarde o temprano terminan pagando porque esta gente tiene la mente muy limitada.

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Si alguien hizo uso y abuso de los buchones, fue el jefe de brigada deLa Matanzadurante los90’, el legendario Mario “El Chorizo” Rodríguez.  En el libro “La secta del gatillo”, el periodista Ricardo Ragendorfer cuenta un episodio que lo pinta de cuerpo entero.

En una oportunidad, narra en el libro, Rodriguez había logrado infiltrar a dos delincuentes –por si uno fallaba- en una banda que asaltaba terminales de colectivos. Los sospechosos paraban en un taller mecánico frente al Polideportivo de Chacarita, en San Martín. El Chorizo recibió la información precisa de un buen golpe. Preparó a sus hombres para la acción y les proporcionó ametralladoras, itakas y fusiles FAL.  Poco después, los noticieros daban cuenta de “un cruento tiroteo en el que cinco delincuentes fueron abatidos”.

Uno de los buches salió corriendo en medio del operativo al grito de “¡No tires, Mario, soy yo!”. Ragendorfer cuenta que el informante quedó tan impresionado que no quería cobrar su parte.

“Pero el Chorizo, hombre de palabra si los hay, le envió un emisario para saldar los números. No era otro que el Lagarto (su lugarteniente), que le entregó una pila de billetes literalmente manchados con sangre. Hasta daba la impresión de estar todavía húmeda.

—¿Qué querés? La plata estaba en el auto de los chorros y se manchó de sangre. No vas a pretender que el billete lo ponga el comisario, ¿no? —explicó el Lagarto, antes de partir”.

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El médico psiquiatra, especializado en psicopatías y docente dela UBA, Hugo Marietán, cuenta que “la personalidad del delator es especial. El buchón básico es un pasivo agresivo”, de acuerdo al manual DSM-IV que unifica criterios psiquiátricos mundiales respecto a las diferentes patologías.

“El buchón está en un campo de intersección: no es ni una cosa ni la otra. Altera los códigos de la lealtad delatando a sus compañeros a cambio de algo”, detalla Marietán.

Para el médico tienen “una personalidad que se muestra sumisa, apegada a las normas pero en su interior llevan una carga de mucha agresividad hacia el grupo al que pertenecen. En lo formal, están adaptados, se parecen a un chorro más, pero terminan agrediendo de manera solapada, sin que se les vea la mano. El buchoneo es silencioso, secreto. Y se descarga a través de la traición”.

El buche también es un cínico y actúa como si se tratara de algo lúdico.

– El alcahuete es un apostador compulsivo que desafía constantemente su suerte. Piensa que todo le va a salir bien. Se siente seguro y cree que nadie lo va a descubrir.

El buche y el policía no son amigos. Se odian y a la vez se necesitan.  Varias fuentes coincidieron en que las fuerzas policiales deberían optar por una red de informantes más confiables y sin antecedentes penales, que puedan ser consultados a libro abierto por cualquier investigador. Sería  blanquear a ciertos actores de la sociedad con acceso a la información de la calle. Estos nuevos buchones serían desde los porteros de edificios y colegios, hasta los “trapitos”, mozos, almaceneros y amas de casa.  Todos podemos ser buchones.