CUARTO BALAZO

Jorge Pachón* es técnico forense y director de Balística de Medicina Legal Bogotá. Viste una bata blanca, lleva el corte a ras del cráneo y una mirada tranquila que no aparta en ningún momento de su interlocutor. Pachón* ha trabajado 22 años en Medicina Legal, es un hombre curtido en análisis balístico y las dos décadas en su oficio lo llevan a afirmar que el asunto de las armas es también algo generacional.

En la década de 1980 era común que los sicarios del Cartel de Medellín ejecutaran sus trabajos con la subametralladora mini uzi. La mini uzi de calibre 9 mm y de origen israelí fue patentada por Estados Unidos en aquella época. Pablo Escobar Gaviria compró un arsenal de mini uzis y armó a su ejército personal con ellas. Por aquellos años, los sicarios ponían la subametralladora en modo ráfaga y llenaban de balas a sus víctimas, dibujando una cruz mientras disparaban.

Cuando el Cartel de Cali hizo tratos con la mafia mexicana, el tráfico interno de armas aumentó considerablemente. Los hermanos Rodríguez Orejuela necesitaban ampliar sus cordones de seguridad y pactaron transacciones multimillonarias con los capos mexicanos. Intercambiaron cocaína colombiana por armas producidas en Estados Unidos y compradas por los mexicanos.

Con el paso de los años, los grandes carteles en Colombia se disolvieron y las pequeñas franquicias que quedaron, se armaron con pistolas 9 mm y revólveres .38 especial. La sobreoferta de armas ilegales disparó las muertes por armas de fuego en nuestro país y poco a poco el revólver .38 especial se posicionó como el arma con la que más se mata en Colombia.

En el año 2010 fueron reportadas 15.912 muertes por homicidio, de las cuales 12.309 fueron perpetradas con armas de fuego, es decir, 77% del total de los homicidios. Según el Grupo Centro de Referencia Nacional sobre Violencia del Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, sólo en Bogotá en el año 2010 se practicaron 3.296 necropsias médico legales por hechos violentos o accidentales.

De los homicidios en Bogotá (1.749), en aproximadamente 62% de ellos (1.077) se empleó el proyectil por arma de fuego. Luego de consultar el Sistema de Información Integrado de la Práctica Forense -SIIPF- en relación con los casos estudiados por el Laboratorio de Balística de la Regional Bogotá, se identificó que de 1.814 muertes causadas por proyectiles de arma de fuego, 1.205 correspondieron a proyectiles de calibre .38, es decir, 66% fueron homicidios llevados a cabo con el revólver .38 especial.

QUINTO BALAZO

Al apretar el gatillo del revólver .38 especial, la aguja percutora golpea el fulminante del cartucho y se produce una explosión de la pólvora negra contenida en la vainilla. La bala de plomo sale disparada a través del cañón del revólver. El túnel de ese cañón, llamado ánima, tiene sobre sus paredes unas líneas en forma de espiral que ayudan a impulsar el proyectil. Esas líneas son llamadas estrías y macizos. Las estrías están marcadas en bajo relieve y los macizos en alto.

Las estrías y los macizos constituyen la huella digital de cualquier arma y su impresión indeleble viaja con la bala a 400 metros por segundo, en un movimiento giroscópico que al impactar en la víctima genera una energía de choque capaz de dañar el hígado o el corazón. Si la bala destruye tejidos, pero no impacta ningún órgano vital, la energía cinética que desprende de su vuelo giratorio reventará algún vaso importante y producirá una hemorragia fulminante, con una lógica similar de destrucción a la que tienen las ondas explosivas de un carro bomba.

Para la delincuencia común y los sicarios profesionales el revólver .38 especial posee dos ventajas. La primera, su bala está hecha de plomo. Este material tiene más poder de destrucción que el proyectil de cobre, que es con el que están hechas las balas de las pistolas 9 mm. Al ejecutar un trabajo, el sicario profesional prefiere el revólver .38 porque sabe que con uno o dos disparos en la cabeza su labor queda bien hecha.

Además, las pistolas tienden a encasquillarse y esto no es bueno para la rapidez que requiere el sicariato. La segunda y más importante ventaja es que al disparar un revólver .38 la vainilla queda alojada dentro del tambor del arma. Con el uso de una pistola, la vainilla sale expulsada por la recámara, dejando evidencias en el lugar de los hechos.

El revólver .38 especial es el arma con la que más se mata en Colombia porque es la que se consigue más fácil. De manera legal, el revólver .38 cuesta entre 1’800.000 y 2’000.000 de pesos en Indumil, la Industria Militar Colombiana. Sin embargo, no es de manera legal como este revólver llegó a ponerse en lo más alto de este escabroso podio.

El mercado negro de armas se considera un negocio lucrativo en el país y aunque en su mayoría las armas provienen de casas productoras de fama internacional como Smith and Wesson o Llama, luego de que un lote de armas es vendido, el comprador hace con él lo que le viene en gana. En Bogotá existen lugares donde las armas se venden a precios ridículos; lugares donde las armas se alquilan para cometer ilícitos y poder ser alquiladas de nuevo.

Luego de conversar -en diferentes momentos y lugares- con algunos policías que patrullan las calles del centro de Bogotá, un patrullero, un agente y un auxiliar bachiller me recomendaron el mismo sitio, me dieron las mismas coordenadas para acceder al arma más mortífera en Colombia: debía visitar La Ele, debía meterme en el nuevo Cartucho para encontrarme con la Reina de la Muerte de los colombianos.

SEXTO BALAZO

Es sábado por la tarde. Me tomo un tinto recalentado en una tienda de la Plaza de los Mártires en el centro de Bogotá. En el costado occidental de la plaza se encuentra la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús; en el costado sur, el Batallón de reclutamiento del Ejército Nacional.

Entre el Sagrado Corazón de Jesús y los fusiles del Ejército está ubicada La Ele, el nuevo Cartucho, que tuvo que cambiar de nombre y conformarse con un espacio más modesto. Vigilo La Ele mientras acabo el tinto y reúno el valor para aventurarme dentro de ella. Me acerco hasta donde un hombre que tiene el pelo como un estropajo y la ropa tan negra como sus dientes. Le propongo que  me acompañe a dar una vuelta por La Ele mientras le enseño un billete de dos mil pesos.

“El Samuel” acepta y nos adentramos en un callejón rodeado de casetas y toldos cubiertos con plásticos negros. Los toldos, acondicionados con sofás y poltronas sucias, sirven como salas donde hombres, mujeres y niños, fuman marihuana, preparan “carritos” o pipas de bazuco, aspiran pegante y toman cerveza con total tranquilidad. Las casetas, ocupadas por vendedores, ofrecen todo tipo de drogas. El suelo de La Ele es un lodazal en el que resulta inevitable hundirse y embarrar los zapatos. Aquí se consigue de todo, “¿cuánto vale una pistola?”, le pregunto a Samuel.

-Depende de la que quiera.
-Un revólver .38.
-Ah sicas, un guayo vale cuatro gambas.
-¿Cuatro mil pesos?
-Nooo: cuatrocientos mil.
-¿Y puedo conseguir algo más barato?
-Pero ahí si le toca uno chizo. No la de seis balines original.
-¿Uno de fabricación casera?
-Uno chizo.
-¿Cuánto?
-Ochenta lucas, tiene un solo balín, pero mejor venga por la noche y lo compra de una. La flecha no está y  en las noches aquí es mejor.

En su mayoría, estas armas son robadas y los robos, generalmente, están acompañados con el asesinato del portador del arma. Así como generaciones anteriores conocieron en la mini uzi a su arma más letal, a esta generación de colombianos le correspondió el revólver .38 especial como la número uno en homicidios.

Según las proyecciones de algunos especialistas, la pistola 7.65 mm es la gran candidata a reemplazarlo. Otros hablan de la pistola 9 mm como la posible sucesora. Las apuestas quedan abiertas. El tambor del revólver seguirá girando.

Foto: Historia de las armas de fuego.blogspot

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