La investigación por la desaparición del testigo Jorge Julio López en 2006 tiene varias líneas que apuntan al entorno de Miguel Etchecolatz  y al lugar donde hoy goza de prisión domiciliaria. Los periodistas Luciana Rosende y Werner Pertot reconstruyeron cada una de las líneas que figuran en la causa por la desaparición del albañil y lo plasmaron en un libro: Los días sin López.  El resultado: hay pruebas, testigos y sospechosos que rodean el nuevo hogar del genocida.
Foto: Facundo Nívolo

Foto: Facundo Nívolo

Por Luciana Rosende y Werner Pertot

El genocida Miguel Osvaldo Etchecolatz ya descansa en su chalet del arbolado Bosque Peralta Ramos, en Mar del Plata. Ahí donde los jueces lo autorizaron a cumplir la prisión domiciliaria, pese a las pericias médicas que recomendaban lo contrario. En esa misma ciudad donde el represor tenía su residencia antes de ir a parar a una cárcel común confluyen varias de las líneas de investigación por la segunda desaparición del albañil Jorge Julio López, en 2006. Vale la pena repasarlas, mientras se preparan la marcha y el escrache que este fin de semana repudiarán su presencia en la ciudad costera.

En Mar del Plata se hizo uno de los principales allanamientos de la causa López, en el que secuestraron un auto que podría haber sido usado en su secuestro. Lástima que la medida se concretó casi tres años tarde, cuando las huellas ya estaban más que borradas por el paso del tiempo, que además permanecía a la intemperie.

Esa pista se investigó a partir de la declaración de un testigo de identidad reservada, pariente de uno de los hombres del entorno de Etchecolatz: el médico policial Carlos Falcone. Este testigo relató que Falcone había contado en un asado familiar, ya bastante ebrio, que tenía un auto en su casa en Mar del Plata que había sido usado para trasladar a López, a quien –según esta versión- habían tirado al mar en Playa Serena. Falcone había visitado siete veces al genocida en prisión y figuraba en la agenda que le encontraron a Etchecolatz en un allanamiento en Marcos Paz, con una anotación de su puño y letra: “Barrio San Jacinto”.

Allí, en ese barrio de Mar del Plata, se hizo el allanamiento casi tres años después de la desaparición de López: en un baldío junto a la casa de Falcone encontraron el auto al que se refería el testigo. El vehículo estaba desmantelado y en su interior dormían los perros . Se hicieron pruebas con luminol para detectar manchas de sangre borradas que dieron positivo, pero no se pudo reconstruir ningún ADN. Falcone fue citado a declarar, pero solo le preguntaron por el auto, que era robado, y no por la desaparición de López. Luego se pudo saber en la investigación que Falcone se había peleado con Etchecolatz a raíz de una importante suma de dinero que él esperaba que le pagara el represor y que no le pagó. No se sabe en concepto de qué.

Cuando López desapareció Falcone era una suerte de asistente del genocida. Si bien se conocían de Pehuajó, de donde Falcone era oriundo y en donde Etchecolatz estuvo destinado en 1975, su relación se afianzó cuando ambos vivían en Mar del Plata. De Pehuajó también era Susana Gopar, la policía bonaerense que vivía en el lugar donde se lo vio a López por última vez la mañana en la que desapareció (lo vio un vecino, que declaró en la causa). Gopar figuraba, además, en la agenda de Etchecolatz. Según pudimos confirmar en la investigación para el libro Los días sin López, Gopar y Falcone se conocían de Pehuajó por relaciones de sus familias. En el expediente judicial por la segunda desaparición de López, además, figuran las comunicaciones de Falcone con varios de los investigados en la causa, incluyendo un ex policía bonaerense que aparece en las fotos de un acto de Chicha Mariani mirando en dirección a donde estaba sentado López. También tenía vinculaciones con un grupo de penitenciarios bonaerenses que fueron investigados por la desaparición del albañil. Para entender mejor la trama de relaciones de la causa López, es útil este cuadro interactivo que desarrolló en su momento el sitio Infojus Noticias.

Falcone visitó a Etchecolatz en la cárcel tres días antes de la desaparición del testigo. El día que se vio al albañil por última vez, el 18 de septiembre de 2006, el médico policial mantuvo conversaciones telefónicas con la mujer de Etchecolatz, Graciela Carballo, que vivía en Mar del Plata pero ese día estaba en La Plata porque eran los alegatos, a los que López planeaba ir antes de ser desaparecido. La esposa de Etchecolatz recibió también ese día un mail que cuestionaba la declaración del albañil. Se lo enviaba un infante de Marina llamado Jorge Boynak, con quien además intercambiaron llamados ese día y cuyo currículum sería luego encontrado en la celda de Etchecolatz. ¿Dónde vivía Boynak? En Mar del Plata, por supuesto. Cuando comenzaron a investigarlo en la causa López descubrieron que se había marchado de la ciudad costera. Finalmente, lo encontraron viviendo en Misiones, pero la pesquisa nunca avanzó.

Otro al que debieron rastrear luego de una misteriosa migración es a un ex policía bonaerense que había estado entre los represores mencionados por López en su declaración judicial: Julio César Garachico. Algunos de los teléfonos que le habrían pertenecido tenían comunicaciones con Falcone. Lo más curioso sobre Garachico es que, pocos días después de la desaparición de López, abandonó su puesto de gerente de un casino en Puerto Madryn, su casa y su posición acomodada en esa ciudad y se lo tragó la tierra. Luego de varios “intentos” de la Bonaerense por encontrarlo, que no llegaban a nada, los abogados querellantes en el caso López, Guadalupe Godoy y Aníbal Hnatiuk, dieron con él. ¿Dónde estaba? En Mar del Plata. Nunca consiguieron que se lo investigara seriamente en la causa López.

El juez que intervenía en ese momento le pedía escuchas a la SIDE y se las rebotaban con planteos burocráticos. La Bonaerense –que luego fue expulsada de la investigación- no parecía poder hacer inteligencia sobre sus actividades. En 2012, Garachico fue detenido en una causa por delitos de lesa humanidad, pero hace poco también recibió la prisión domiciliaria, al igual que Etchecolatz. Tal como el ex número dos de la Bonaerense y todos los sospechosos mencionados en esta nota, podrá terminar sus días fuera de una cárcel común y sin decir qué hicieron con Jorge Julio López.