Por Sonia Arias
(con la colaboración de Damián Ezequiel Mereles)

En Villa del Parque, uno de los barrios populares de Mendoza, había una familia de varios hermanitos, que en ese entonces tenían entre 8 y 14 años y eran criados por la mamá, con varios papis de paso. Vivían en una casa usurpada y pedían a los vecinos para subsistir. Como parece que los vecinos no les daban mucho, cuando se hicieron un poco más grandes comenzaron a “rostrear”, como le decimos aquí a rapiñar todo lo que encontraban a su paso.

Mauro y sus hermanos tenían a mal traer al barrio. El botín podía ser una bicicleta, un canario o las plantas de los jardines, que luego vendían por unos pocos pesos a otros vecinos. Para hacerse de las cosas rompían ventanas, vidrios, puertas y todo lo que se les interponía. Volvían loco a todo el barrio, pero raramente los denunciábamos. Los teníamos entre ojos, y cada vez que los cruzábamos les decíamos un par de cosas, no precisamente amigables.

Marcelo, el almacenero del barrio, un buen día decidió apostar por los pibes. Lo llamó a Mauro y le hizo una propuesta: comenzar a hacer changuitas a cambio de unos pesos. Todos los días, durante muchos meses, Mauro estuvo en la puerta de la casa de Marcelo bien temprano, esperando a que saliera a abrirle y le indicara qué hacer. Algunas veces llevaba sus hermanitos y paleaban ripio o arreglaban el jardín. Otras veces le limpiaban la camioneta.

La escena comenzó a repetirse con otros vecinos que imitaron el gesto.

Un día Mauro apareció en mi casa. Mirando para abajo, con la voz bajita, me pidió disculpas y me preguntó si tenía algún trabajito para él. Se me hizo un nudo en la garganta y se me humedecieron los ojos. Le ofrecí una changuita, poca cosa porque yo también andaba media muerta. Algo como para salir del paso.

Cambiar nuestra actitud no sólo nos cambió la forma de ver al otro, sino que nos mostró nuestra responsabilidad para cambiar la forma en que vivimos y nos relacionamos con los demás. Desde ese entonces los chicos dejaron de rostrearnos.

Esto ocurrió durante todo el año pasado. Pero a fin de año la cosa se complicó. Un día llegó un oficial de justicia acompañado por la policía y desalojaron a toda la familia de la casa usurpada. Inmediatamente después demolieron la casa. Los tiraron a la calle, literalmente.

Desde entonces y hasta donde conozco andan arrimados donde pueden.

Mauro viene de vez en cuando al barrio y siempre algún vecino tiene un trabajito para él. Ya va para los 16 y es de pocas palabras. No sabemos en qué anda, tal vez todavía rostree de vez en cuando. Pero aquí no. Aquí sólo viene a trabajar.