Juan Miguel Álvarez- El Malpensante .-

En la década de los ochenta, Miami fue el destino favorito de la cocaína colombiana en Estados Unidos. Mientras el país padecía desde 1975 una acentuada recesión –despidos masivos, pérdida de propiedades por el no pago de los créditos–, el narcotráfico inundaba de dinero en efectivo las esquinas de la ciudad. Los bancos del sur de Florida, por ejemplo, consignaban en su reserva federal seis mil millones de dólares anuales, mucho más que la suma de las otras reservas de la Unión. Solo en Miami, los negocios de propiedad raíz valían unos mil millones al año, las joyerías no daban abasto importando Rolex de oro y las agencias de carros tipo Ferrari vendían sus existencias en menos de un mes.

Tres miembros del Cartel de Medellín movían esta economía: un paisa llamado Rafael Cardona Salazar, el judío neoyorquino Max Mermelstein y la cartagenera Griselda Blanco. Los dos primeros eran socios y amigos, compartían la red de distribuidores y sicarios, y eran el enlace con la familia Ochoa. Griselda Blanco no: con lista de clientes propios, sus matones importados de Medellín y Pereira eran los más sanguinarios de Estados Unidos. Residente en Nueva York desde finales de los sesenta, se había refugiado en Miami a mediados de la década siguiente. Le decían “la Madrina”, no solo porque era muy aficionada a la película El Padrino; también porque era la cabeza de los narcotraficantes en el noreste del país. Luego de asesinar a su segundo marido, fue apodada “la Viuda Negra”.

Con Griselda Blanco instalada en Miami, los crímenes pulularon: cadáveres con tiros de gracia, descuartizados empacados en bolsas, masacres, bombazos en barrios residenciales y balaceras en sitios públicos. Si en 1976 la tasa de homicidios no superaba los 35 por cada cien mil habitantes, en 1981 superó los 175 por cada cien mil y la ciudad pasó a estar entre las más peligrosas del mundo. Ese mismo año, Time publicó en su cubierta un mapa del sur de Florida con el interrogante “Paradise Lost?”.

A mediados de 1985, un grupo élite de agentes federales detuvo a Max Mermelstein, quien colaboró con la justicia dando nombres y explicando el funcionamiento del cartel en Estados Unidos. Luego, atraparon a Griselda Blanco en un suburbio de clase media de Los Ángeles. Rafael Cardona Salazar caería asesinado en la capital de Antioquia dos años después.

Crímenes, traficantes e investigaciones policiales de esta época fueron llevados al cine en la famosa Scarface y a la televisión en la no menos exitosa Miami Vice. Además de archivos judiciales y artículos de prensa, los únicos documentos públicos que sin ficción relataron estos hechos fueron dos libros publicados en 1990: The Man Who Made It Snow, las confesiones de Mermelstein a la justicia, y The Godmother, reportaje sobre la captura de Griselda Blanco, escrito por Richard Smitten.

Dieciséis años después de aquellos libros, una productora independiente llamada Rak on tur’ estrenó un documental que describe y explica esa Miami. Lo titularon Cocaine Cowboys, término acuñado por la prensa local de los años setenta como referencia al salvaje oeste. La crítica calificó la producción como una “ruda galería de capos extravagantes”, “rico retrato del tráfico de drogas”, “mapa de los aterradores crímenes que hicieron de Miami una pesadilla”.

Billy Corben, su director y cofundador de la productora, es un tipo de 33 años graduado con honores de la Universidad de Miami en ciencias políticas, escritura de guiones y teatro. Su primer documental, lanzado en enero de 2001, fue Raw Deal: A Question of Consent, un caso que avivó la polémica de los límites entre una violación y el sexo consentido. El más reciente, lanzado en abril de 2011, fue Limelight, los días luminosos y trágicos de Peter Gatien, famoso empresario de discotecas en Nueva York. Un mes antes, había estrenado Square Grouper, investigación sobre el consumo y tráfico de marihuana en la costa oeste de Florida a finales de los sesenta. Y en YouTube ya rueda el tráiler del que lanzará en 2012: Dawg Fight, crónica de un ring de peleas callejeras en guetos de Miami. Ha realizado ocho documentales en once años.

Rak on tur’ ha sido incluida dos veces en la lista de las cien productoras de cine de no ficción más importantes del mundo. Y Corben, dentro de las cincuenta personas más influyentes en Miami. Lo entrevisté a comienzos de noviembre en la sede de la productora: una casa de estilo moderno situada en la zona residencial de South Beach. Entusiasta de las redes sociales –alimenta a Facebook y Twitter unas diez veces al día–, Corben apagó su iPhone y se volteó hacia mí. Para comenzar por el principio, hablamos del momento en que tuvieron lugar los hechos de Cocaine Cowboys, cuando él tenía menos de cinco años.

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