John Saldarriaga. El Colombiano.-

La gente cree que hacerse el loco es fácil. Fingir que es un psicópata o retrasado mental para evadir una pena de cárcel después de matar, es cosa sencilla, pero hasta los más finos actores quedan cortos representando estos casos.

Y esa creencia la expresan en los cotilleos de esquina, los trinos de Twitter y los comentarios en medios de comunicación, la gente en general y los periodistas en particular. Movidos todos por la ira que producen casos como los del exmilitar que, en la madrugada del pasado 24 de junio entró a su casa de Villavicencio y mató a su esposa y dos hijos -“a quienes amaba mucho”, según vecinos, luego intentó suicidarse con el cuchillo de la cocina, o el de la violación, tortura y muerte de Rosa Elvira Cely, la vendedora de dulces de Bogotá, entre otros.

Y ni hablar del genocida de Noruega, que mató a 77 personas, en un episodio que hoy cumple su primer año; o el falso “Guasón” de E.U. que disparó sin piedad contra los asistentes al estreno de la nueva saga de Batman, el pasado viernes.

El abogado penalista Andrés Felipe Duque, de la oficina de conciliaciones de la U.P.B., dice que una persona sana no puede pasarse de lista fingiendo enfermedad o trastorno mental. Él lo dice así: “es casi imposible que una persona que no sea inimputable pueda ser tenida por tal”.

Ramón Emilio Acevedo, psiquiatra forense, dice que ni siquiera los actores logran representar plenamente a una persona con trastornos mentales. Celebra la actuación de Dustin Hoffman en Rain man (1988), en la cual representa a un autista. Se comporta como tal, pero a veces, dice el psiquiatra, los rasgos parecen más los de un retrasado mental.

Ramiro Tejada, abogado penalista y actor de teatro, dice que podría ser posible, “pero actualmente, con tantos filtros de peritación psiquiátricos, es muy difícil que una persona logre engañar a los científicos. Sé que existen la megalomanía y la mitomanía, en las cuales, las personas creen sus propias mentiras. Sin embargo, cuando una persona señalada de cometer un delito entra a una sala de indagatorias y evaluaciones, siempre comienza con un relato de los hechos y los investigadores consiguen descubrir las patrañas”.

Y Germán Antía, profesor de criminalística, tampoco cree que sea factible el fingimiento. “Los psiquiatras cuentan con herramientas científicas efectivas para comprobar la autenticidad de una psicopatología”.

Este profesor señala, además, que en el caso extremo en que una persona se salga con la suya, el tratamiento psiquiátrico, si bien no lo mata, lo puede debilitar en gran medida, porque la droga le quema neuronas dejándole una capacidad mental disminuida.

No sigamos de largo sin aclarar una palabreja de derecho penal que ya se metió en el texto y es la clave de este escrito: inimputabilidad. Es, en palabras llanas, la declaración de que una persona no es responsable de sus actos. El código de procedimiento penal, en su artículo 33, señala que “es inimputable quien en el momento de ejecutar la conducta típica y antijurídica no tuviere la capacidad de comprender su ilicitud o de determinarse de acuerdo con esa comprensión, por inmadurez sicológica, trastorno mental, diversidad sociocultural o estados similares”.

El siquiatra Acevedo explica que inmaduras psicológicas son las personas que sufren retraso mental. Y que los retrasos se clasifican en leve, moderado, grave, severo y profundo. Solo en casos en los cuales el victimario padezca el primero de ellos puede haber discusión sobre su capacidad de discernimiento y determinación.

Una persona está trastornada -sigue hablando el siquiatra- cuando está en incapacidad de comprender o determinarse, es decir, cuando está por fuera de la realidad. Puede ser momentáneamente o de forma permanente. Pues el trastorno le produce psicosis, alucinaciones -“percepciones sin objeto, es decir, ve lo que nadie ve y oye lo que nadie oye”-, acompañado de una idea delirante -ilógica, incoherente, percibida por el sujeto como si fuera lógica-.

Este psiquiatra, quien ha estado al servicio de Medicina Legal, donde le correspondió dictar veredictos de inimputabilidad, ayuda a comprender este tema con ejemplos reales.

Delirante
El primero cuenta la historia de un hombre, digámosle Juan, aunque no se llame así, que jugaba una partida de billar con otro en un café toda la noche, mientras se emborrachaban. Juan reclamó varias veces al otro porque, cada que apuntaba en el fichero, le “tiraba chuzo”.

Al cabo de un rato, cansado de tantas trampas, Juan le pegó con una bola al otro jugador, y éste se defendió con un taco. Después, el ofendido fue a casa, buscó un cuchillo y volvió al billar. Allí encontró al tramposo y lo mató de una cuchillada.

Llegó la Policía y el asesino echó a correr y arrojó el cuchillo por una alcantarilla. Al otro día, Juan no se acordaba de lo sucedido posterior a la riña y no sabía que había matado al otro. En la indagatoria entendió que la herida de su cabeza, cosida y vendada, era producto del palazo que había recibido de su adversario. Le pareció increíble que hubiera matado al amigo. Sabía que habían alegado un poco, pero nada más.

Fue declarado culpable. “Porque la ley no dice que la imputabilidad se presenta cuando uno no se acuerda de los hechos, sino cuando no los comprende ni puede determinarse en el momento en que suceden”, aclara el siquiatra.

El segundo ejemplo alude a un campesino, digámosle Pablo, que alegó con su mujer por la mañana. Sin desayunar, se fue a la cantina. Bebió todo el día. Antes del mediodía, jugó billar con unos conocidos, quienes luego se fueron a almorzar. Pablo se quedó bebiendo. A las cuatro de la tarde, unos muchachos se sentaron en la entrada del café y sin más, Pablo salió a insultarlos, a decirles que se estaban burlando de él, que ellos reían porque su mujer le había puesto los cachos.

El cantinero trató de controlarlo, diciéndole que esos muchachos no se estaban metiendo con él. Dos horas después, el hombre fue a una mesa donde dos señores hablaban mientras bebían refrescos y, sin más, se las echó al suelo: que si ellos también se iban a burlar de él y a hablar de los cachos que le había puesto su mujer, les reclamó. Y los tipos salieron despavoridos del lugar. El cantinero volvió a decirle que no le espantara la clientela, que nadie se estaba metiendo con él. Después se fue. En el camino, encontró a un tipo y lo mató con su machete. Unos metros más allá, Pablo rodó por un abismo y sufrió varias fracturas. Quedó inconsciente.

Fue declarado inimputable porque tenía un delirio que le impidió ver la realidad como era y la fabricaba.

Un tercer ejemplo habla de un vendedor ambulante, no le pongamos nombre, quien había tenido 20 reclusiones en el Hospital Mental Homo, por alucinaciones e ideas delirantes. Salió de una estancia larga y volvió a buscar su chaza en el Centro.

La encontró ocupada. De esto vivo, le dijo al otro, y trató de expulsarlo de su ventorrillo. Pelearon a cuchillo. Le dio unas puñaladas y lo mató. Lo cogieron en flagrancia. Fue puesto preso en la cárcel de Bellavista y no le siguieron el tratamiento “porque allá no hay tratamiento psiquiátrico”. Sufrió una crisis de alucinaciones e ideas delirantes a los tres meses. Lo llevaron a Medicina Legal.

Allí, el diagnóstico dijo: en el momento del crimen estaba en tratamiento, por tanto, comprendía sus actos y podía determinarse. Fue después, en la cárcel, que le sobrevino el mal, por falta de atención.

Venganza wayúu
La diversidad cultural, el tercer caso de inimputabilidad, se aplica solamente a personas de grupos étnicos que no han sido objeto de aculturación. Que viven en sitios tan internos de la selva, que no hayan recibido influencia alguna de la cultura mayoritaria y no tenga ni remota idea de sus leyes.

Como en un caso que refiere el Gabriel Jaime López, psiquiatra de Medicina Legal, regional Antioquia Chocó: un indígena wayúu mató a otro en venganza porque este había asesinado a un pariente suyo. La ley wayúu exige que así sea, porque si no lo venga en el lapso de tres meses, es sometido a un escarnio público consistente en vestir una túnica negra para que todos sepan que él infringió esa norma.

Un antropólogo forense se encargó de evaluar esta costumbre y, en efecto, fue quien dictaminó su autenticidad. El juez decretó la inimputabilidad del acusado.

“El problema no es que se declare inimputable a una persona -asegura López-. Lo grave es que después de que a un individuo le sea prescrito tratamiento psiquiátrico, se le cumpla solo por unos cuantos meses. Después de eso, vuelven a preguntarle al psiquiatra si el individuo está bien y, claro, puede estarlo en ese momento, pues viene tomando la droga. Lo dejan libre y con la primera borrachera y el primer bazuco, daña el trabajo de meses. Sale a la calle y existe el riesgo de que usted, su mamá o yo nos encontremos con él y, en su delirio, lo confunda a uno con otra persona, lo agreda, ¿y qué?, inimputable porque en el momento en que ocurren los hechos está en incapacidad de comprender y determinarse”.

Cuando un juez determina la inimputabilidad de un delincuente por causas mentales, este debe ser llevado a un anexo psiquiátrico, donde recibe tratamientos adecuados, de por vida, a su condición de inimputables y no por unos cuantos meses porque, como dice el dicho, “la locura no tiene cura sino con la sepultura”.

Ilustración Camila Montejo.