Llevan 6 meses sin trabajar y resisten dentro de la fábrica. Su historia obligó al gobierno de Neuquén a mediar para encontrar una solución al conflicto. Fábricas que cierran en la provincia del petróleo, más despidos y obreras que se organizan para conservar su fuente laboral.

 

Todas lloraban y se abrazaban. Ninguna quería creerlo. Cuando entraron a la fábrica ocuparon por inercia sus puestos en máquinas que ya no estaban. Las chicas de pantalones en su línea vacía y las de camisas en la otra. Por el llamado de un vecino del parque industrial se habían enterado que los Huerta levantaban la fábrica. Era 31 de enero y había sido otra tarde pesada con 32º de máxima.

Las 37 trabajadoras de la Textil Neuquén lo perdieron todo de un día para el otro. Estaban de vacaciones y la empresa cerró de golpe. Sin explicaciones, sin preaviso, sin indemnizaciones, sin nada.

No se rindieron: hicieron una denuncia por lockout patronal en la fiscalía, escraches en la principal tienda del centro, cortes de ruta, marchas solas, con docentes, con estudiantes y resistieron durante seis meses en el galpón del kilómetro 3 de la ruta 7.

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Afuera, casi todo está seco. El tráfico de la ruta es intenso casi todo el día y las huellas de la lucha están muy frescas: las gomas quemadas sobre la ruta arden cada tanto, el mangrullo improvisado con bolsas naranja en el acceso principal fue reacondicionado hace poco, las banderas que piden reincorporación cuelgan sobre las rejas y flamean con alguna ráfaga. Todo está ahí y se ve desde la ruta, antes del imponente edificio gris con un cartel metálico medio despintado que dice como gritando en mayúsculas: Textil Neuquén.

Adentro casi todo es color. En el ingreso duerme Candela, la perra que las obreras adoptaron desde hace varios años. Nada parece preocuparla, está recostada patas para arriba en un almohadón de sillón viejo. En el hall de acceso la cartelera es protagonista, de ella cuelgan dibujos de los hijos e hijas de cada una de las trabajadoras. Está la familia Simpson, Twitty y las primeras palabras de una generación de hijos con sangre obrera.

Foto: Gentileza Matias Subat

Foto: Gentileza Matias Subat

 

Antes de la puerta principal, una cartelera incluye recortes de medios que publicaron notas sobre el conflicto. Por esa puerta ingresaron hace minutos unos 15 trabajadores de MAM (Maderas Al Mundo) otra empresa que cerró y despidió a más de 90 empleados. Hay una reunión, es en ronda, piden la palabra, se ríen, levantan la voz, discuten, se calman, piensan. Los trabajadores de la madera buscan seguir el ejemplo de las textiles. Ellas quieren servir de guías. También hay varones con camisas de grafa marrones:  son los obreros de Zanón, la primera de las fábricas de la región recuperada.

Textil Neuquén era la única fábrica de la ciudad y trabajaba para casi todas las reparticiones públicas de Neuquén y algunas de Río Negro. Armaba prendas para petroleras, mineras y empresas transportistas. En dos líneas de producción, sus 37 trabajadoras producían ropa para municipios, escuelas, sindicatos, hospitales, bancos, policías, empresarios y otros. Por mes, se calculaba que la producción rondaba las 4000 camisas y los 1500 pantalones. La comercialización de indumentaria de vestir se distribuía bajo las marcas comerciales Amici y Rochas.

Marina Catilao fue una de las primeras en llegar ese último día de enero. El 2017 iba a ser un año especial para ella porque se había propuesto encarar un tratamiento de fertilización asistida para poder ser mamá. La obra social ya se cayó y también su sueño. “Soy obrera calificada especializada”, dice con orgullo. Vive en el centro de Neuquén y se recorre los 11 km que la separan de su lugar de trabajo en moto. La mayoría de sus compañeras son de Centenario y algunas viven en el mismo barrio del parque industrial.

Ella estuvo desde siempre. Fue una de las primeras empleadas que contrató la empresa incluso antes de llegar al galpón en agosto de 2006, aprendió a usar las máquinas, se mudó al predio, trabajó, trabajó y luchó. Es delegada de la comisión interna desde hace 5 años.

Con su guardapolvo tipo pechera azul con bordes verdes como escudo, nunca tuvo drama en reunirse con Diego y Hernán Huerta para discutir asuntos gremiales. Fue la encargada de llamar a Romildo Ranu, el secretario general del Sindicato de Obreros de la Industria del Vestido y Afines y espera sentada la llegada de un avión que ya está tardando más de 6 meses en aterrizar.

La delegada estuvo en la fábrica 12 horas antes del vaciamiento y vio todo en su lugar. Se reunió con los dueños para discutir sobre las vacaciones de un compañero y sin novedad se volvió a su casa para disfrutar del día. Pasadas las 10 de la noche recibió el alerta de un vecino: estaban llevando todo. Según pudieron saber más tarde, el vaciamiento de la fábrica lo hicieron entre las 5 de la tarde y las 10 de la noche con una empresa que trasladó las cosas de noche y con las luces del alumbrado público de la cuadra apagadas. Ellas pudieron entrar a la fábrica recién a las 8 de la mañana del 1 de febrero.

Marina no puede contener las lágrimas cuando recuerda el momento en el que abrió la puerta y no encontró nada. Tampoco entiende cómo los empresarios que todavía estaban en la fábrica y con los que horas antes había hablado, le decían sin inmutarse que habían cerrado.

-Fue terrible -repite y se aprieta las manos.

Después de llevarse todo y con los trabajadores afuera, los empresarios huyeron por una salida alternativa saltando alambrados. Los policías que custodiaban el lugar le hicieron pie.

En 2005 los Huerta fueron beneficiarios de un crédito del IADEP (Instituto Autártico de Desarrollo Productivo) por 8,3 millones de pesos con la garantía de la hipoteca del terreno y la prenda de toda la maquinaria. Si bien los actuales titulares del organismo de gobierno dijeron que los empresarios están al día y que refinanciaron su deuda en agosto del año pasado, siguen sin dar detalles de ese último acuerdo.

Desde que las obreras ingresaron a la administración descubrieron más irregularidades. ¿Qué empresa pagaba $2,46 de luz? ¿Qué firma industrial solo $1200 de gas? ¿Qué fábrica operaba con 4 razones sociales? ¿Qué conocida marca se presentaba a las licitaciones con dos empresas con los mismos dueños? La respuesta a todo es, aunque a veces no se llamara así: Textil Neuquén. Para que quede más claro: el gobierno neuquino les regaló el terreno, la maquinaria, les subsidió la luz, el gas y los beneficiaba con recurrentes licitaciones. Ganaban si o si.

Los empresarios dijeron que la determinación de cerrar la fábrica era por una baja en la actividad del sector. Sin embargo las obreras pudieron constatar en los registros contables que la empresa facturó más de 18 millones en noviembre de 2016, dos meses antes del cierre.

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Lucas es una de esas personas que sonríen todo el tiempo a pesar de que, como sus compañeras, no cobra hace 6 meses. Era el único varón de la fábrica. En la improvisada visita guiada por el galpón describió cada una de las etapas del proceso productivo de lugar que habitaba 9 horas diarias desde hacía 5 años: avios, corte, telas, pantalones, camperas, camisas, bordado, empaquetado, depósito, etiquetado y limpieza. Con resignación, también se acordó de la Motomel SG150

 

Lucas es el único varón de la fábrica. En la improvisada visita guiada por el galpón describió cada una de las etapas del proceso productivo de lugar que habitaba 9 horas diarias desde hacía 5 años: avios, corte, telas, pantalones, camperas, camisas, bordado, empaquetado, depósito, etiquetado y limpieza. Con resignación, también se acordó de la Motomel SG150 que se compró contento en diciembre del año pasado, un mes antes de todo como autoregalo de fin de año. “Son cuotas de $3000 y no me da el cuero”, dice.

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Un día normal del responsable de bordado de Textil Neuquén arrancaba a las 5 menos cuarto de la mañana. Cualquier demora por minúscula que sea terminaba en llegada tarde. Trasladarse desde el Barrio San Lorenzo en el Oeste neuquino le llevaba una hora y media de viaje en un cole hasta el centro más otro hasta la fábrica. De 6 y media a 3 y media. Un cartel frente a los casilleros de cada trabajador amenazaba con sancionar a cualquiera que tenga la fantástica idea de marcar antes de 15:25. Laburaba de lunes a viernes, pero a veces hacía horas extras cuando había mucho por hacer en su sector. Antes del conflicto y todavia se las rebusca con otros trabajos de bordado en otras empresas y de forma independiente también en Cipolletti.

Con 22 años Lucas empezó una relación que duró 10 años con una chica que hoy es una flamante maestra de primaria. Por cosa de ellos, ese vínculo se terminó justo cuando empezó el conflicto en el trabajo. Esta todo más que bien, incluso con el hijo de ella al que acompañó también desde los 5 años. Hoy es un adolescente de 16 años que lo quiere un montón y a quién visita muy seguido.

Ahora vive con su mamá y reconoce que por momentos la casa es un quilombo. De los 9 hermanos 4 viven en la casa familiar. En Facebook muestra algunos de los bordados que hizo por su cuenta con una máquina chiquita que tiene en su casa. Sirve para hacer cosas chiquita, insiste, pero también para pagar la olla. “Por ahí agarro laburos en Cipolletti, trabajo como hasta las 6 de la tarde y si no me voy hasta mi casa, me vengo para la fábrica para hacer las guardias”, dice. Habla de esas guardias con convicción porque en asamblea resolvieron turnarse de a 4 compañeros para no dejar ni un minuto el galpón.

La inmensa máquina de bordado que Lucas opera mide más de 7 metros y ocupa una sala especialmente diseñada para ella en el fondo del galpón. Las obreras piensan que era complicado desarmarla y sacarla, por eso no se la llevaron cuando vaciaron todo. Con esa máquina encontraron una de las primeras formas de hacer plata para bancar tantos meses sin sueldo: hicieron parches con su logo. Una estudiante de Bellas Artes lo craneó y regaló en una de las tantas marchas en Neuquén. Esos parches generaron un dinero y el logo se transformó en un símbolo que está presente en muchos rincones de la fábrica y de la ciudad.

Lucas era el único que tenía que reincorporarse ese 31 de enero porque por su antigüedad tenía menos días de vacaciones que el resto. Se fue sabiendo que había trabajo. Se acuerda de cómo los patrones apuraban a toda la planta para entregar un lote de 7000 camisas para la policía de Neuquén. Alcanzaron a hacer 4000 y las otras 3000 las iban a terminar antes de marzo, la fecha indicada para la entrega. Esas prendas igual se entregaron con la fábrica cerrada y las obreras denunciaron que se terminaron en talleres clandestinos donde llevaron las máquinas. De un cajón con dvds, carpetas y muestras de parches Lucas sacó una foto de la fábrica con todas las máquinas. El vacío de hoy hace retumbar su voz en el galpón.

No una, sino varias trabajadoras recuerdan que la patronal se encargaban de dividirlas y generar conflicto entre ellas. Una ventana panóptica en la oficina de uno de los dueños solía ser una de las herramientas de control preferidas. Las palabras y construcciones “hermanas”, “hijos de mis compañeras”, “unión”, “ya no nos peleamos” son recurrentes en sus relatos. Resistir juntas las llevó a limar asperezas y entender que luchan por algo más grande.

Nehuén Traful se llama la cooperativa que las trabajadoras armaron para organizarse, negociar con el gobierno y volver a las máquinas. A fines de julio firmaron un acuerdo con el estado como mediador que establece que Textil Neuquén pagará el total de las indemnizaciones y entregará las maquinarias como forma de pago de los préstamos que tenía la empresa con el Instituto Autárquico de Desarrollo Productivo (Iadep). Pero también serán proveedoras de la empresa rosarina especializada en ropa de seguridad Proseind, que según su presidente, invertirá 2 millones y medio para acondicionar una nave en el parque industrial. Ellas pagarán las máquinas y alquilarán la nueva planta para producir las 2000 camisas por mes para esta firma.

Línea de Tiempo: Melina Campos
Esta nota fue escrita en el marco de la Beca Cosecha Roja.