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Por Inés Kremer*

Hace un mes recordé que teníamos la entrega de diplomas y avisé que no iba a ir. No tenía ganas de volver, ya estaba en otra y las faltas de la facultad eran mi excusa perfecta. Una semana después, una chica de otra división me mandó un mensaje por Instagram pidiéndome mi Whatsapp. Por Instagram, porque cursé con ella todo el secundario pero nunca hablé más de dos palabras. Me mandó un texto enorme contándome que con su grupo de amigas habían visto la entrega de diplomas como un buen espacio para visibilizar la violencia misógina a la cual estuvimos sometides todo el secundario.

¿Violencia misógina? Al fin. No sé por qué pensé “al fin”, si esto no estaba en mi cabeza, no se me cruzaba día a día. Pero parecía que sí, al fin. Gracias por decirlo. Sabía que existía pero lo había bloqueado. Leerlo fue liberador. Al fin. Esto siempre estuvo acá, en alguna parte. Ella me habló de una intervención. Voy a ser sincera: me inspiró mucho pero jamás pensé que iba a generar todo lo que está generando.

Armamos un grupo de whatsapp entre todes les mujeres y disidencias que quisieron participar. No éramos todes amigues ni cerca. Pero nos unimos y nos empoderamos dejando en claro una cuestión: vamos todes para el mismo lado. Hoy hablamos por el grupo desde que nos despertamos hasta que nos vamos a dormir. Me les cruzo por alguna reunión y les doy un abrazo sincero, nos compartimos nuestro día y pensamientos. Todas las noches llega algún mensaje: “Che, hagamos una pausa. ¿Se dieron cuenta lo que logramos?”.

El otro día en una radio me preguntaron si habíamos tenido miedo. Claro, hasta diría que lo seguimos teniendo, aunque se va poco a poco. Yo tuve miedo y no hablé en el discurso, ni siquiera me tocó levantar un cartel.

Ese grupo de whatsapp estalló, cada día salía un tema nuevo en cuestión: qué decimos, cómo lo decimos. ¿Y la gente que no entiende el lenguaje inclusivo? (que aprendan). ¿Y si no entienden lo que significa cis? (les enseñamos). ¿Y si nos cortan el micrófono? (lo gritamos juntas). Decidimos que el discurso lo leerían tres integrantes. Pero para demostrar que era de todes, nos paramos al frente y les dimos fuerza. No estuvieron solas.

Subirse a la tarima a leer el discurso no es nada sencillo. “Las pibas a la tarima”, tituló LatFem. La tarima en la cual se subían las autoridades a dar sus discursos cómplices del patriarcado sería el espacio en el cual empezaríamos a tirarlo a patadas.

No estamos solas.

Formamos un colectivo que casi sin conocerse, se manejó y se maneja horizontalmente sin seguir ningún partido político. Estamos todes en la misma, el feminismo, el único movimiento social, político y no partidario que logra tanta fuerza. Aprendí y aprendo mucho día a día de este colectivo.

No todes tuvimos de docentes o de preceptores al conjunto de los denunciados. Al principio, dudé sobre eso: ¿Puedo pararme al frente sin haber sido alumna de ese profesor? Sí, puedo. No depende de si fui alumna o no de él en particular porque nos pasó a todes. Si no te pasó con ese, te pasó con otro y si no fue esa situación, fue una similar.

En primer año volvía llorando a mi casa y le contaba a mi hermano que no me gustaba el colegio. ¿Por qué? Porque hacía calor y no me dejaban ir en short. Los varones iban como querían pero las chicas no porque “íbamos a distraer a los hombres e interrumpir la clase”. 30 grados y volvía al mediodía con pantalón largo. No entendía y aún no entiendo por qué, en vez de enseñarles a ellos cómo comportarse, nos enseñaban a nosotras a “no provocar”. Ahora, les estudiantes modificaron esto y las chicas pueden ir vestidas libremente. Parte de ese logro nos dio la fuerza para hacer lo que hicimos. Si elles pudieron cambiar las cosas, nosotres también.

“No están solas” y “No nos callamos más” fueron frases que resonaron en mi cabeza durante todo este año. En las últimas publicaciones feministas directamente las pasaba de largo, leyéndolas como un hashtag más, sin pensar mucho en su significado. Me parecía obvio. Hoy las resignifiqué y comprendí su valor.

La cuarta ola feminista nos dio vuelta y nos sacudió de lleno, entró por cada poro de nuestra vida, nos atravesó, nos supo interpelar y nos marcó un antes y un después.

Puedo cambiar de carrera, de trabajo, de círculo social o lo que sea. Pero el feminismo se va a quedar conmigo y va a estar para mi, siempre. Empezó como un par de ideas con las que estaba de acuerdo y terminó con cuestionarme todo: de qué me río con mis amigues, qué les cuento, qué no, qué me da vergüenza, por qué, qué tipo de persona me atrae, a qué trabajos o estudios aspiro, qué quiero ser.

No estamos solas.

Entre mis amigues, no importa el horario ni el lugar, siempre nos gustó mucho debatir. Este año, la temática fue 100% feminismo. Las pibas estuvimos pensando muchas actitudes nuestras y hacia nosotras. A quién criticamos en el secundario, cómo fuimos tratadas, por qué nos daba vergüenza preguntarnos cosas sobre sexo si todas teníamos las mismas dudas, qué pasa cuando te cruzas con alguien machista, quién lo deconstruye. ¿Es nuestra tarea?

Mis amigos también me hicieron preguntas de todo tipo. “¿Cómo hago para caminar atrás de una mujer a las tres de la mañana por la calle sin que piense que la estoy siguiendo?”. “Quiero pedirle un beso a una chica que está en mi casa sin incomodarla y que no se sienta obligada por estar en mi casa”. “¿Yo te incomodé alguna vez?, decimelo”. “¿Le escribo a mi ex para preguntarle?”. “¿Puedo marchar con ustedes? ¿cómo las acompaño?”.

El jueves me reconcilié con el colegio. El discurso fue sanador y sin siquiera saber lo que sucedería después. El domingo nos reunimos medio de emergencia en mi casa para decidir cómo seguíamos. ¿Dejamos el video en youtube? Está alcanzando muchas reproducciones. ¿Tapamos nuestras caras? No ¿por qué? ¿Y el sonido? Mientras estábamos reunidas algunas salían a la cocina a hablar por teléfono. “Banquen un segundo, me está llamando La Nación”. Teníamos que tomar muchas decisiones y lo que más teníamos era preguntas y miedos. ¿Podemos ir presas aunque sea verdad? ¿Valen nuestras palabras? De repente, el tema a tratar era qué abogade elegir. ¿Por qué estamos hablando de abogades? ¿En donde nos metimos? Nuestras cabezas se llenaron de miedos irracionales. Pero no nos sentimos solas, no estábamos solas.

Muchos medios nos pidieron que demos testimonios en vivo, que contemos nuestras experiencias personales. No, no nos enganchamos en esa porque no es nuestro objetivo. Queremos proteger a las víctimas y generar algo distinto. Hicimos las denuncias pertinentes y contestamos solo las preguntas que queríamos, esta vez y a partir de ahora, nosotres decidimos.

Nuestro objetivo siempre fue mucho más allá de las denuncias puntuales: no queremos que haya más tolerancia con estas situaciones. Que se difunda, que lo vean educadores, estudiantes y gente de cualquier ámbito, que aprendan, que no nos callamos más. Acá la primera frase tomó sentido. De verdad, tolerancia cero, no nos callamos más, vamos a decir todo, cada palabra que teníamos atragantada, la decimos porque, de verdad, no nos callamos más.

El lunes explotó. Cientos de personas nos escribieron agradecides. El discurso les hizo llorar y más que nada replantearse sus adolescencias, cuestionarse su presente y su pasado. Algunes docentes nos pidieron disculpas por no haberse dado cuenta y otres nos dijeron que no se habían sorprendido en absoluto y que también lo habían vivido en el ámbito laboral. A partir de ahí, recibimos mucho apoyo. Para testificar, para asesorarnos legalmente, para acompañarnos, entrevistarnos, abrazarnos y felicitarnos.

De ahí la frase: no estamos solas. El movimiento feminista nos acompaña y nos acompañó durante todo este proceso, nos acogió como si nos conociese de toda la vida.

No estamos solas, tenemos al feminismo y nos tenemos a nosotres.

No nos callamos más, nadie nos va a callar más.

*Egresada del Nacional Buenos Aires. Estudiante de Periodismo en TEA y de Comunicación Social en la UBA.