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Soy la primera universitaria de una familia compuesta por 12 hermanxs –por parte de madre- y 1 hermana por parte de padre. Mi hermano menor y casi todxs mis primos dejaron el secundario en primer o segundo año: porque odiaban el colegio, para ir a trabajar, porque “no les daba la cabeza”.

Sólo dos de mis primas terminaron la universidad: una es abogada, la otra Licenciada en Turismo.

En mi casa no había libros de textos: se leía Radiolandia, TV Guía, Crónica. Y la emoción mayor era el fútbol. Comencé a interesarme por la lectura gracias a unos concursos que gané en la primaria redactando: nos daban libros de la colección “Robin Hood”. Luego unas vecinas me pasaban algunos (aún recuerdo haber leído unas 50 veces “Mujercitas” de Louise M. Alcott). Mi último proveedor importante fue mi tío, que tenía un contacto en Editorial Sudamericana y pilas de libros que juntaban polvo en su biblioteca: comencé a llevarme desde Simone de Beauvoir hasta García Márquez, y una magnífica antología de cuentos de terror de 700 páginas que aún atesoro. Mi profe de literatura de primer año anotaba que veríamos Echeverría pero nos daba para analizar “Carta de una señorita en París”, de Cortázar. Yo moría en cada clase y renacía: al año siguiente vino la dictadura y adiós profe.

Soy rata de biblioteca: leí y leo todo lo que puedo. “Preguntale a Alicia” (diario de una joven drogadicta con una vida del demonio) convivía con “Memorias de una joven formal” de Simone de Beauvoir y el Expreso Imaginario. En la adolescencia unx es una esponja: lee. Incorpora. Se forma.

Ingresé a la Universidad con examen de ingreso. El primer año fui “aprobada no ingresante” (la dictadura ponía unos cupos muy selectivos: 4000 alumnos dábamos exámenes, había 200 vacantes). El segundo año ingresé: preparamos Historia y Filosofía con mi amigo Santiago “Coco” Marpegan, y entramos. Fuimos 220, yo fui la número 66: dimos el examen casi 8000. ¿Pensaron que la meritocracia la inventó Cambiemos?

Hice toda la carrera trabajando en oficinas, alquilando, me casé, me separé y egresé. Soy docente regular de la Universidad.

Hace un año y pico dirigí la tesis de grado de Yanina: 24 años. Viajaba desde Burzaco casi todos los días hasta Once, donde queda nuestra Facultad. Su mamá no paraba de trabajar para que ella fuera la primera egresada de la familia. Lo logró. Me la encontré el otro día en la Bond Street: yo acompañaba a mi hija Camila a hacerse un piercing, ella venía con el novio. Aún no tiene el título pero ya está trabajando en integraciones escolares. Su mamá pudo trabajar un poco menos.

De C. ya saben: hicimos las colectas posibles para que vaya atravesando el secundario en medio de la debacle económica de su familia. Pasó 2do, 3ro, ya está en 4rto. Un año y medio más y a la Facultad. ¡Colectearemos otra vez!

A. limpia baños en un boliche los fines de semana, se anotó en la UNQUI para comenzar enfermería: su padre tuvo un ACV y aún babea, su madre limpia casas ajenas. Él quiere ser médico, pero se trazó el plan posible: ser enfermero, trabajar y ahí sí hacer medicina. La SUBE hay que cargarla y a veces no tiene con qué. Pero tiene el deseo.

“Cuando todos sabemos que nadie que nace en la pobreza llega a la universidad”.  Estaríamos necesitando un ministerio de Deseo, otro de Proyectos y un poco más de acompañamiento.

Seamos todxs un poquito ministrxs cada unx en lo que podamos.

Ya la grieta es abismo. Meritocracia. Desdén.

Se pincharon los globos.

Nota: aclaro que en mi caso y en el de miles la universidad pública fue una elección: el nivel es superior, claramente. Muchxs de mis amigxs se anotaban en privadas durante la dictadura hartxs de ser “aprobadx no ingresante”. Yo hubiera podido pagar una cuota pero no quise. Como sigo en la misma facultad la convivencia es amena: hay hijxs de millonarios e hijxs de personas que comen una vez al día para ayudar a pagar las fotocopias. Esto fue así siempre: recuerdo una fiesta en la casa de Florencia, hija de Luis Brandoni. Vivía en un piso en Recoleta. Tenía mucama. Nos tomamos todo lo que encontramos a nuestro paso. A la semana siguiente la fiesta fue en la casa de Luciana: vivía con 4 amigxs en un ambiente. Y éramos felices, créanlo. Porque el tema no es la riqueza o la pobreza: el tema es el proyecto. No es obligatorio ser universitarix, profesional, investigador: sí debe ser una posibilidad para cualquier persona que desee serlo. Y el Estado debe garantizarlo.