En abril de 2006, la policía buscaba en un barrio de Luján de Cuyo a unos presos que se habían fugado del penal. A la mañana entraron a una casa en la que dormía Cristian Reyes,  encontraron un arma y lo esposaron. Antes de llevárselo detenido, Cristian logró escapar. No corrió más de tres cuadras esposado cuando lo alcanzó el agente de Investigaciones, Horacio Biasiori Bastías, y le disparó en la cara. La versión policial dijo que el joven se había sacado las esposas y que el disparo fue en legítima defensa. Esta semana, después de diez años, comenzó el juicio.

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El martes comenzó en la Quinta Cámara en lo Criminal de Mendoza, presidida por Gonzalo Guiñazú, lo que técnica y extraordinariamente se considera el tercer juicio por el homicidio de Cristian. El debate ya se había postergado dos veces y corría el peligro de prescripción de la causa. En la primera audiencia, declararon varios testigos que corroboraron que, al intentar ser ingresado a un móvil por dos policías, Cristian logró huir. Corrió unos 400 metros esposado con sus manos hacia atrás por calles cortas, pasillos angostos y veredas hasta ser baleado en el rostro por Biasiori, de frente, a menos de un metro de distancia y con su pistola 9 mm reglamentaria.

Correr, correr, correr y no volver atrás

Juan Carlos Aslla es el policía que en 2006 detuvo junto a Horacio Biasiori a Cristian Reyes. Fue la madrugada fatal en la que lo acompañó al Barrio Los Ventisqueros con una orden de allanamiento. Por la época era el encargado de una movilidad en la zona de Carrodilla. La aprehensión tenía como fin derivar a Cristian a Investigaciones: buscaban a internos que se habían fugado del Penal Almafuerte días antes. Aunque Cristian no había estado preso, igual lo detuvieron.

Biasiori hizo el allanamiento, Aslla -que conducía el patrullero- esperaba esperaba en la calle con la puerta trasera izquierda abierta. Durante los segundos que duró esa detención, Cristian fue apuntado con las armas reglamentarias como parte del “trabajo de intimidación”, Aslla disparó perdigones de bala de goma al aire y Biasiori lo hizo con su 9 mm. El muchacho de 28 años ya estaba requisado, palpado y esposado cuando los policías intentaron subirlo al móvil. 

Los testigos de la audiencia contaron que Cristian estaba listo para el traslado, parado en la puerta del móvil con los dos policías sosteniéndolo de los costados y “esposado”. Hasta el mismo Aslla en su testimonio dijo que todavía no entiende “de qué manera” Reyes “logró zafar de las esposas” y huir.

Angélica Poblete, una vecina que vio todo desde el ventanal de su casa sí recuerda cómo fue la huida. Hasta le propuso al Tribunal recrearlo con su propio cuerpo: “El chico con las manos hacia atrás se agachó y pasó por debajo de los brazos de los policías y corrió, corrió, corrió. Todo el tiempo con las manos hacia atrás”. Ahí empezaron los tiros de “advertencia”, recordó Aslla, y la persecución. Cristian corrió, desoyó o no escuchó las órdenes de alto. No alcanzó a superar los cuatrocientos metros.

Durante la persecución, corta y rápida, Biasori le tomó ventaja a su compañero, que terminó presenciando los hechos a diez metros de distancia. Vio cómo el policía ahora imputado alcanzó a Reyes antes de que pudiera cruzar el corredor, lo tomó por la espalda y Cristian “ya sin esposas se enfrentó a Biasiori”, contó el compañero. Pocos segundos después, el cuerpo del joven cayó sobre un montículo de tierra, de ripio acumulado.

A diferencia de Juan Carlos Aslla, Horacio Biasiori disparó todo el tiempo. Desde que Cristian se les escabulló hasta el supuesto “forcejeo o enfrentamiento”. Lo reconoció ante el Tribunal, aunque no quisiera, el propio compañero del operativo.   

– ¿Cómo le enseñan el uso del arma? – le preguntó la fiscal Rouselle a Aslla.

– Biasiori no tendría que haber sacado el arma en esta situación. Solo cuando se está en un enfrentamiento con los delincuentes, cuando se efectúa un disparo por la otra parte. En ningún momento debió haber sacado el arma. Pienso que fue un error, pienso que lo sacó para intimidar. La tendría que haber guardado otra vez. Pero frío, tranquilo, no es lo mismo que en el momento”.

El juez le preguntó por qué él actuó bien y Biasiori no:

– Porque la 9 mm se usa solo cuando hay enfrentamiento, el sujeto no tenía elemento contundente, le hicieron el palpado. La diferencia es que yo tenía una posta de goma. La 9 mm es más peligrosa.

¿Quién tenía las llaves de las esposas?

El cuarto testigo del día fue el policía Gustavo Olguín. Se apoyó en las fojas de las declaraciones de 2006 y se disculpó todo el tiempo: “Fue hace mucho tiempo, pasaron diez años”. De a poco le volvió a la memoria que él relevó todo: el lugar, las paredes, los pasillos.

En aquel momento el Estado proveía a la Policía de Mendoza de las esposas, una partida importante que había llegado era de mala calidad, contó ante la Quinta Cámara del Crimen Olguín. No recordó la marca ni la procedencia, pero sí el tipo de desperfecto que presentaban: “Les presté atención porque muchas no funcionaban, se les liberaba el criquet”, dijo. La deficiencia que las volvía inseguras era una falla en el tambor de seguridad, es decir, “si coloca un elemento de buena resistencia entre los dientes del criquet y el brazo del pivote, se podría liberar la esposa. Por ejemplo, con un alambre se podía abrir, no eran seguras en ese aspecto, pero no por forzarlas”.

Las esposas de las que, según la versión de la defensa de Biasiori, zafó Cristian fueron peritadas por el propio Olguín: “Se las sometió a tracción y compresión con el seguro puesto, que evita que se cierre para que no lesionen. En algunas esposas funcionaba el seguro. En este caso sólo se libera con la llave, el pivote de la esposa y el seguro. Las pusimos en una morsa y no se abrían. Frecuentemente otras se abrían con la mano, pero estas funcionaban bien, no detectamos una falla”.

Las trayectorias, las marcas

El último testigo de la primera audiencia fue el doctor Luis Ricardo Arenas, perito del Cuerpo Médico Forense. Según recordó en los informes del 2006, el disparo de Horacio Biasiori ingresó por el malar de Cristian, es el hueso más externo de la cara que da forma al pómulo y a la parte órbita. La bala que lo mató quedó alojado en su occipital, la parte inferior del cráneo que lo une con las vértebras. Las pericias de Arenas indicaron que por la presencia de humo y pólvora, el policía le disparó directo al rostro, “de arriba ligeramente hacia abajo”, a menos de 50 centímetros de distancia.

El juez Gonzalo Guiñazú hizo la última pregunta de la audiencia: ¿Quedan marcas en las muñecas con tres minutos de esposas puestas? El médico forense explicó que las marcas a veces duran y se ven aún post mortem porque los tejidos que son apretados impiden la circulación sanguínea, acumulan sangre y se filtra fuera de los vasos, entonces el surco queda con un reborde. Pero al fallecer la persona, todos los tejidos quedan muertos, es decir que la marca hubiese existido si el individuo hubiera muerto dos o tres minutos después.

Cristian fue herido pasados cinco minutos de las ocho de la mañana del 12 de abril de 2006, esa misma tarde entró en coma y falleció en el Hospital Central a las diez de la mañana del día siguiente. Las audiencias del juicio se retoman el lunes 12 de septiembre a las 9. Representan a la familia de la víctima los abogados Alfredo Guevara y Pablo Salinas, la fiscal es Laura Rouselle.

Por Penélope Moro y Sebastián Moro