Colegio Fátima

El 23 de marzo fue el primer quiebre. Lxs alumnxs del colegio Fátima de Castelar se organizaron para denunciar la falta de libertad de expresión en la institución. Habían pasado más de 20 días desde la movilización multitudinaria hacia el Congreso para pedir por el aborto legal, pero en las aulas no podían hablar del tema. Menos llevar pañuelos verdes.

Las excusas eran varias: que el pañuelo no era parte del uniforme, que el colegio no podía tener una postura definida en el tema, que de eso no se hablaba. Entonces, ellxs hablaron.

“Nos están censurando”, “Obligar a callar es opresión”, “Libertad de expresión, aborto seguro, legal y gratuito”, escribieron en cartulinas con lapiceras y fibrones. Las autoridades no dejaron que los peguen. Salieron al patio donde hicieron la primera sentada.

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El colegio Fátima funciona hace más de 50 años en el barrio. Tiene tres niveles: jardín, primaria y secundaria. Asisten más de mil alumnxs. Es una comunidad: podés entrar al maternal teniendo 2 años y salir cuando ya sos mayor de edad. Además, en los terrenos hay una parroquia donde se realizan actividades del colegio y las del fin de semana.

El malestar volvió en abril. Para Semana Santa docentes les entregaron a niñxs de jardín y primaria dibujos para colorear. Eran hojas para pintar. En el centro decía: “Vale toda vida”. Además, agregaron una consigna en los cuadernos. Las familias debían levantar los dibujos bien alto cuando llegaran a misa.

Las chicas exigieron hablar del tema. El día del debate en Diputados que terminaría con la media sanción, las alumnas también ganaron su batalla: por primera vez fueron con cintas verdes colgadas de las mochilas o atadas en la muñeca.

La buena noticia de la media sanción repercutió en el colegio. Algunas chicas llegaron con cintas verdes y esta vez se las sacaron. Un grupo de primer año salió al patio. Una docente las vio:

– ¡Ese verde acá no!, empezó a gritar.

Y siguió gritando hasta que una de ellas se puso a llorar.

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El Día de la Bandera, un grupo de chicas se organizó para exigir que se hable de educación sexual en las aulas. En la institución hay una materia en cuarto año sobre salud y adolescencia, pero ellas denunciaban que no era una formación que contemple una Educación Sexualidad Integral. Plantearon la posibilidad de armar talleres. Las respuestas de los directivos era siempre la misma: de eso se habla en la casa. Entonces armaron un plan. Iban llevar pañuelos verdes, alguna cinta o distintivo del color. Si el celeste era la bandera del colegio, el verde sería la suya. Pasaron por las aulas contando la propuesta. Los directivos se enteraron. Buscaron localizar quiénes eran. Las encontraron. Se las llevaron a dirección.

Eran cuatro. En dirección las esperaba el cura Hernán Ustariz, la coordinadora de catequesis y la directora. Empezó una discusión. “Si no están enamoradas, no tengan sexo. Si no quieren tener hijos, cierren las piernas”, dijo el cura. “Si están a favor de que se muera un bebé, ¿por qué no están a favor de que se mueran también las mujeres?”, siguió.

Después les mostró un video que circulaba por Facebook en grupos pro-vida: imágenes de un feto de 22 semanas y mucha sangre. Siguió con fotos. Les pidió una y otra vez que recapaciten. Las chicas no salieron pidiendo aborto clandestino. Afuera las esperaban sus compañerxs en una sentada para apoyarlas.

Las frases del cura llegaron a los medios. El diario Tiempo Argentino publicó la denuncia. Y la noticia se esparció por diarios locales hasta llegar a la televisión. Para la comunidad fue un sacudón. El cura abrió la misa del sábado diciendo que sus palabras no fueron comprendidas. Dijo estar “nervioso” y que los corazones “tal vez estaban cerrados”. Algunas personas lloraron. El episcopado de Morón anunció que no intervendrá ante la situación. Pero en las redes aparecieron nuevas denuncias.

El patriarcado tambaleó. Lo movieron las pibas.