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La opresión histórica hacia las mujeres no sólo es simbólica: también es física. Con la excusa de mantenernos estilizadas (¡¿por qué?!) y entalladas, el corcé fue durante varios siglos uno de los mayores objetos de tortura. No por casualidad la moda de usarlo la impuso en el siglo XVI la reina de Francia  Catalina de Médicis. Las mujeres -primero las de clase alta y después casi todas- vivían encorcetadas entre varillas con el peligro inminente de la deformación de la cavidad pulmonar, pero con las cinturas finitas y las tetas paradas.

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Un atisbo de liberación llegó tres siglos después. Herminie Cadolle, una costurera francesa feminista y revolucionaria, fue la precursora en 1889: tomó unas tijeras y cortó el corsé en dos partes. El primer corpiño estaba hecho.

Pero no fue fácil la popularización del corpiño en detrimento del uso del corcé. Recién en 1914 Mary Phelps-Jacob, con 19 años, patentó el primer diseño de uno bastante similar al que se usa ahora. Ella pertenecía a una familia de clase alta y la lamparita se le prendió cuando en medio de una fiesta no soportó más el corsé. Se sentía incómoda. Le pidió a una doncella que la ayudara y juntas inventaron un sujetador con dos pañuelos unidos a partir de las cintas del corsé. Sus amigas fueron las primeras beneficiadas: hubo sujetadores para todas. Después, Phelps- Jacob vendió la patente a las principales tiendas y así el corpiño comenzó a llegar a los placares de las mujeres.

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El invento de Phelps-Jobs no pudo caer en mejor momento: con la Primera Guerra Mundial, las  mujeres pasaron a ocupar los puestos de sus maridos, hermanos y todo hombre de la familia en las fábricas. ¿Cómo hacían para trabajar encorcetadas? El corpiño fue ganando adeptas.

A partir de allí la moda siguió marcando la (in)comodidad de las mujeres y de usar los primeros deportivos pasamos a usar los corpiños con aro, los push up, de seda, de algodón, con encaje, sin encaje, con breteles y sin breteles.

Salgamos a quemar corpiños

El corpiño también fue un símbolo de la lucha feminista. O mejor dicho, su no uso. En 1968 cerca de 400 feministas organizaron una hoguera para tirar ahí todos los objetos que funcionaban como símbolos sexistas que estereotipaban a las mujeres para protestar contra el concurso de Miss América.

En el siglo XXI las tetas siguen buscando liberarse frente al Patriarcado que se regocija con ellas en la tele y en los grupitos de WhatsApp de varones pero se irrita y las condena si amamantan a bebés en una plaza, si hacen topless en Necochea o si bailan sueltas bajo el roce de un vestido en la escuela.

Muchas mujeres no usan corpiño. Otras lo usamos como parte del vestuario callejero y laboral y ni bien llegamos a casa nos liberamos de él. Otras lo usan para erotizar y erotizarse, otras tantas están pensando en dejar de usarlo. Pero nadie debería obligarnos a sostener nuestras tetas. Y si lo hacemos, que sea porque queremos. Nunca para oprimirnos. De eso ya tenemos bastante.