Desigualdad de género: la brecha también es digital

La brecha digital de género es una problemática invisibilizada. Que las mujeres adultas mayores usen WhatsApp no las hace ingresar al mundo digital en todo su esplendor. Hacen falta políticas públicas que aseguren la inclusión de ellas en la era cibernética.

Desigualdad de género: la brecha también es digital

21/05/2019

Por Mónica Roqué*, Mariana Rodríguez* y Marina Benítez Demtschenko** 

Si bien en Argentina las mujeres viven más que los varones -en promedio entre 6 y 8 años más-, lo hacen en peores condiciones: en situación de mayor pobreza, de menor nivel educativo, de menor cobertura en el sistema previsional y en peor estado de salud, dado que presentan mayor discapacidad y enfermedades crónicas.  Estas desigualdades se ven incrementadas durante la vejez.

Las TIC en la vejez. Punto de partida

Las TIC juegan un papel muy importante para la inclusión de aquellas personas mayores que se retiraron del mercado laboral. El retirarse de un trabajo formal para percibir una jubilación no implica caer en una total inactividad. Hay que romper con ese prejuicio social que excluye de todos los ámbitos a aquella persona que se jubiló. Las Tecnologías de la Información y la Comunicación y en general el uso de Internet, les permiten a las personas mayores ser parte de múltiples espacios sin estar presentes, mantener contacto constante con los allegadas y allegados; les posibilita la expresión y la escucha y también sortear los obstáculos que se presentan ante la falta o limitación de movilidad plena.

La Convención Interamericana de Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores (CIPDHPM) en su artículo 20 proclama el derecho a la educación y plantea que los Estados deben “promover la educación y formación de la persona mayor en el uso de las nuevas tecnologías de la información y comunicación (TIC) para minimizar la brecha digital, generacional y geográfica e incrementar la integración social y comunitaria”. En su artículo 26 proclama el derecho a la accesibilidad y a la movilidad personal, y aclara que “la persona mayor tiene derecho a la accesibilidad al entorno físico, social, económico y cultural, y a su movilidad personal”. Para dar respuesta a ello, “(…) los Estados Parte adoptarán de manera progresiva medidas pertinentes para asegurar el acceso de la persona mayor, en igualdad de condiciones con las demás, al entorno físico, el transporte, la información y las comunicaciones, incluidos los sistemas y las tecnologías de la información y las comunicaciones, y a otros servicios e instalaciones abiertos al público o de uso público, tanto en zonas urbanas como rurales”.

El instrumento que tutela en su máxima expresión a las personas adultas mayores en el ejercicio pleno de sus derechos, lo hace contemplando la importancia que tiene la Era digital para todos y todas: garantizar el ejercicio de los derechos de las personas adultas mayores también supone generar las instancias y los mecanismos para que se lleven a cabo. El acceso a Internet es un derecho humano (Asamblea General Naciones Unidas – Frank La Rue 2011) y así también lo considera la CIPDHPM.

Beneficios de las TIC para personas mayores

Los beneficios de la inclusión digital para la población adulta mayor son cruciales por su especial impacto. Por ejemplo, en el aspecto comunicacional les permite sostener el contacto asiduo con familia, amistades y pares. También contar fácilmente con los servicios de teleasistencia y telemedicina. En la vejez, mantenerse en comunicación constante es importantísimo porque a medida que se envejece se pierde relación con el entorno en múltiples aspectos, y la formación de nuevas redes relacionales resulta fundamental para la continuidad del estímulo socio-afectivo.

Dentro de las redes sociales existen alrededor de 39 millones de usuarios y usuarias mayores de 65 años. Estas redes les permiten la actualización de la información, la posibilidad de convocarse a reunión, marchas u otras actividades colectivas. El poder quejarse y reclamar activamente a través de las plataformas virtuales también les agrega una plusvalía: ejercer la participación política y social.

Con la irrupción de las TIC, también el Estado –mediante el gobierno electrónico-, se presenta como un desafío para los trámites que las personas adultas mayores pueden realizar a través de la web: consultas y procedimientos previsionales, historia laboral, liquidaciones del haber jubilatorio, turnos y trámites relacionadas con la salud, acceso a las cartillas de servicios de las obras sociales y precios de los medicamentos, etcétera.

Los trámites bancarios, por ejemplo, dan cuenta de la dificultad real que presenta la instauración de procesos electrónicos para las personas adultas mayores:  resultan engorrosos debido a las múltiples claves que deben recordar, o la frecuencia necesaria de mutarlas en servicios como el homebanking. Estas dificultades son las que terminan alejando a las personas mayores del uso de las tecnologías. Acompañarlas de actividades de entrenamiento resulta fundamental.

Lo mismo ocurre con la trascendental función de las tecnologías de emergencia (botones antipánico, sensores ante caídas, implementación de chips o dispositivos de geolocalización, etc). No sólo lo accesible y amigable juega un papel determinante en su efectividad sino también que la persona adulta mayor comprenda la importancia de incorporarlo a su cotidianidad. La concientización digital en este aspecto consiste en lograr que valoricen a las tecnologías como dispositivos colaboradores para su asistencia real en caso de emergencias, pudiendo así mantenerlos correctamente en funcionamiento y mantenimiento, carga de batería, manejo rápido y por sobre todo, la portación permanente. El “olvido” de algunos de estos supuestos responde en general al desentendimiento de su importancia efectiva.

Las mujeres adultas mayores y la brecha digital: estando mal, se puede estar peor.

La brecha digital de género es una problemática invisibilizada. Se cree que con el mero uso de un dispositivo móvil para la comunicación a través de mensajerías instantáneas -como lo son Whatsapp o Messenger- o la apertura de cuentas en diversas redes sociales, las mujeres ingresamos al mundo digital con máxima expansión y eso no es así.

Hablemos de brecha digital primero, que supone la diferencia existente entre distintos sectores poblacionales -según características particulares de éstos-, para acceder, usar y aprovechar las tecnologías de la información y la comunicación en pleno. Una de esas poblaciones en desventaja, sin dudas, está compuesta por las mujeres en el mundo. Esto se da por múltiples factores, que van desde la carencia de acceso al conocimiento sobre innovaciones tecnológicas hasta la imposibilidad de obtener equipos y dispositivos basándose en otra desigualdad estructural, la económica.

La brecha digital de género tiene una base preexistente, que es la “brecha de género”, donde las mujeres estamos posicionadas con menores oportunidades que los varones a nivel mundial y en todo aspecto, por el mero hecho de ser mujeres: una “minusvalía” ínsita que parecería cargarse sobre nosotras sin ningún otro tipo de basamento más que nuestro género.

La brecha digital de género no es un fenómeno aislado sino que se conjuga a la vez con otras brechas de género que profundizan la desigualdad frente a las tecnologías: la económica, la educativa, la idiomática, la geográfica y la etaria. Por eso, las mujeres como usuarias digitales encontramos más obstáculos para serlo “en pleno” que los varones en las mismas circunstancias.

¿Qué implica la real apropiación de las Tecnologías de la Información y la Comunicación?

La alfabetización digital es un punto clave para quienes entendemos que el ingreso a la Era de la Información supone entre muchísimas otras cosas, el manejo y entendimiento de ejes como los siguientes:

  • Advertencia de la necesidad de proteger nuestros datos personales;
  • Conocimiento de los términos y condiciones de las distintas plataformas y una aceptación -o no-, consciente de ellos;
  • Entendimiento del uso intuitivo y del no-intuitivo del entorno virtual;
  • La autodeterminación informativa;
  • Conocimiento de las reglas ínsitas de interrelación en los espacios digitales o “netiquetas”;
  • Aprendizaje -al menos, básico-, de términos técnicos y de lenguaje específico;
  • Apropiación de recursos a disposición, entendiendo el fin de cada plataforma y su uso cultural (por ejemplo, en la búsqueda de trabajo o en la promoción de emprendimientos o actividades realizadas por la usuaria);

Todos estos puntos, a modo de ejemplos, representan lo que se reconoce como “aprovechamiento”, que no es lo mismo que “acceso” y/o “uso”. Por eso, las mujeres adultas mayores con redes sociales activas, no son “usuarias digitales plenas”; son tan sólo personas que acceden a la red y la transitan, participando en la medida mínima que el entorno digital propone. Ni hablar de aquellas mujeres que -culturalmente determinadas a autoreconocerse así-, se alejan de esta Era y se mantienen al margen porque se sienten “tecnófobas”.

Otra de las formas de exclusión de los medios de producción (en este caso, tecnológicos), en que desde hace bastante, el patriarcado se ha asegurado de imprimir en nuestras psiquis: la “inutilidad para determinadas tareas”: en este caso, para entender las tecnologías y sentirlas como medios adicionales para nuestra autorrealización.

¿Cómo se incluye a adultos y adultas mayores en la Era digital?

Para la inclusión de adultos y adultas mayores en la era digital sería fundamental el poder aprovechar las TIC como medios y recursos de difusión y reflexión.

El esquema cultural social -que ha construido a la persona adulta mayor como pasiva, carente de ganas y capacidades para aprender cosas nuevas y, en esa línea, incapaz de vincularse con la tecnología-, se acrecienta aún más desde la mirada machista o patriarcal que indica que las “mujeres mayores no suelen entender nada porque son viejas”. La normal respuesta en esta franja de usuarias coincide paralelamente con su desidentificación, o sea con su pertenencia a “otra época”, suponiendo que la falta de comprensión de la Era de la Información se debe al contexto disímil, ajeno.

Un gran punto de partida es tener presente que la inclusión digital no es meramente una responsabilidad de cada cual, sino que supone la responsabilidad de un Estado que se preocupe de que nadie quede excluida ni excluido de las innovaciones, avances y propuestas tecnológicas.

Pensar en que las generaciones anteriores a la Era de la Información hoy lleguen a ser usuarias digitales activas, participativas, conscientes y apropiadas de las TIC, debe ser el norte. Máxime entendiendo que las mujeres históricamente han quedado relegadas de los medios de producción en general y como productoras de tecnologías en lo particular. También silenciadas y acalladas. Excluidas de formar parte de la toma de decisiones de la esfera pública. Retaceadas en el acceso a la información que ha sido detentada hegemónicamente por los varones en el mundo.

Imaginemos que el mundo virtual ofrece ahora todo esto a mano, para que las mujeres de esa “otra generación” puedan integrarse y ejercer todos esos derechos: ¿cómo podrían negarse a ser usuarias digitales plenas, de conocer que estos beneficios son mucho más grandes que compartir contenido en Facebook o usar whatsapp para hablar con sus familiares remotamente?

Las TIC incluso facilitan el estudio de carreras de grado, posgrado, cursos a distancia. En esta etapa de la vida las personas mayores pueden realizar o completar una instrucción lectiva que no pudieron concluir. Y principalmente a las mujeres, acceder a la educación especializada que también les ha sido limitada, por estar confinadas culturalmente al cuidado de la descendencia y del hogar, les trae un panorama por demás atractivo para su autorrealización.

En el mundo de la tecnología, la alfabetización digital resulta fundamental para que todas las generaciones gocen de igualdad de oportunidades. Las TIC pueden favorecer la generación de un nuevo marco cultural que construya a las mujeres adultas mayores activas, como protagonistas políticas y sociales, y a la vejez como una etapa que, al igual al resto de los momentos del curso de vida, presenta aspectos positivos por un lado, y negativos por el otro que pueden mitigarse o resignificarse en un pleno aprovechamiento de las herramientas digitales y tecnológicas.

Las políticas públicas que se planifiquen y desarrollen acciones para acortar la brecha digital son cruciales: tienen la potencialidad de generar mecanismos de inclusión para construir una sociedad para todas las edades.

*Asocación Latinoamericana de Gerontología Comunitaria (ALGEC)

**Fundación Activismo Feminista Digital