Cristian-Dominguez

Laureano Barrera – Cosecha Roja

Norma y Pedro Domínguez caminan a paso lento por el camposanto de Berisso. Lloran: ella por debajo de los lentes oscuros, él frunciendo con dolor el ceño que no logra borrar su rostro de gaucho amable. Son las 11:53 minutos del 5 de febrero de 2013. Hace dos minutos, un coche fúnebre azul ha dejado el féretro que varios hombres y mujeres, vecinos y familiares, acarrean ahora con el cuerpo de su hijo, Christian Domínguez: un cuerpo que lleva 2922 días sin vida desde que la policía de Berisso lo asesinó.

“Hoy cierra un ciclo, que nos va a llevar un poco de paz a nosotros y a Christian”, dijo con lágrimas en los ojos Norma, su madre, un rato antes. “Porque yo, hasta hoy, todavía lo esperaba ver entrar por la puerta, con su alegría de siempre, preguntando por su mamá”.

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Christian Domínguez tenía 30 años y una hija de algo más de dos cuando fue detenido el 5 de febrero de 2005 por la Brigada de calle de la comisaría 1º después de denunciar el robo de su campera, aunque los policías dirían después que lo habían demorado porque estaba borracho. Fue alojado en la celda de contraventores y apareció colgado con su cinturón. La versión de los policías era que el joven se había ahorcado. Y el fiscal Leandro Heredia –que luego fue apartado y para quién se pidió juicio político- hizo lo que suele hacerse cuando no quiere saberse la verdad: que la propia policía investigue a sus compañeros sospechados.

Para montar un supuesto suicidio, los bonaerenses alteraron el lugar del crimen y truncaron pruebas vitales: el cinturón apareció roto en cuatro pedazos. La primera pericia, de una perito de la fuerza, había confirmado la versión oficial. Luego sería apartada y encarcelada por unos días. Durante esa primera autopsia, desaparecieron misteriosamente un paquete de vísceras que demostraban en un “99.9%”, según Pedro, que Christian había sido asesinado. La familia, y sus abogados de la Asociación Miguel Bru, insistieron en una segunda autopsia: esta vez, hecha por peritos judiciales, el exámen determinó que Domínguez había sido estrangulado y que murió “a causa de un síndrome asfíctico compatible con la acción de terceros”.

Hubo otras pruebas fundamentales: los 26 detenidos que había esa noche en la dependencia declararon que a Christian lo estaban golpeando. Que el joven, entre una trompada y la otra, pedía que llamaran a su papá o a su mamá.

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Cuando dos empleados colocan el ataúd en el nicho ’95, Pedro, Norma y el resto de los deudos se quiebran en un llanto desconsolado. Se agachan para tocarlo con la punta de los dedos, y así se quedan durante un minuto, madre y padre, para darle el último adiós. Cada tanto, Pedro se pasa un pañuelo descartable por la cara. El resto es silencio y el gatillar de tres fotógrafos. Un cura da inicio a la oración final. Pide misericordia a Dios, pero también que “todos los asesinos sean condenados, que tengan su juicio justo pero también su castigo”.

El juicio por el asesinato de Christian se llevó a cabo en septiembre de 2012, y su familia, y los abogados querellantes no cree que haya sido justo. “Yo dije desde el principio del juicio, que acá iban a buscar un perejil. Y todos sabíamos quién era: Gómez”. El sargento Víctor Gómez, que estaba de imaginaria y era el de menor jerarquía, fue condenado a 14 años por homicidio simple. “Cinco días antes de la sentencia, yo tuve una reunión previa y me dijeron que iban a condenarlos por torturas seguidas de muerte. Y ese día me salieron con un homicidio simple”, se quejó Pedro. El subcomisario Luciano Principi, y el oficial Germán Cernuschi, fueron condenados a 3 y 4 años de prisión, y están libres. En tanto que el ayudante de guardia, Leandro Antonelli, imputado por encubrimiento, fue absuelto. La Asociación Miguel Bru y la Fiscal de Cámara, Rosalía Sánchez, apelaron el fallo del Tribunal Oral Criminal 3 de La Plata.

Rosa Bru, cuya asociación patrocinó a la familia Domínguez en los ocho años de lucha, exige que la Cámara de Casación, que debe resolver sobre la apelación del fallo, decida un nuevo juicio. “No importa que demore un tiempo. Lo importante es que se sepa la verdad”, dijo la madre de Miguel Bru, y denuncia el viejo truco del perejil. “¿Quién dijo en el juicio que Gómez mató a Cristian? Nadie. Yo estoy casi seguro que no fue él”, se indigna la activista, y se esperanza con que el único detenido, Victor Gómez, que deje el espíritu de cuerpo y en una próxima instancia cuente la verdad.

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Son las 12 20 del mediodía cuando los empleados del cementerio han cerrado el nicho. Sólo quedan un puñado de familiares, miembros de la Asociación Miguel Bru, y algunos vecinos que los acompañan hasta la entrada. Norma camina flanqueada por dos mujeres que la sostienen. “Este es el fin de un capítulo, pero queda otro: el de la justicia para mi hijo Christian, y para su hijita, que hoy tiene once años de edad”.

En unos días, Norma y Pedro volverán a dejar una flor en la tumba de su hijo. Aunque la mayoría de sus asesinos están sueltos, ahora, cuanto menos, podrán.