Gabriela Polit es profesora de la Universidad de Austin. Investiga la narcoliteratura.

Estuvo en Buenos Aires la primera semana de agosto. Fue invitada de lujo del Taller de Crónicas de la FNPI: narrativas de la narcocultura que estuvo a cargo de Cristian Alarcón.

Violencias sutiles, con el café de la mañana

Por Juana Celiz y Ángeles Alemandi. Suplemento Las 12, 12 de agosto de 2011.

Cómo hablar de violencia, de muertes, del miedo, de cómo la vida sigue en el medio de todo eso. Cómo nombrarla, cómo contarla, cómo interpretarla. Gabriela Polit Dueñas es crítica literaria. Estudió Filosofía, Ciencias Políticas y Literatura. Ahora vive en Texas y da clases en la Universidad de Austin. Es una mujer ecuatoriana, flaquita, a la que se le descubre la sonrisa antes que la mirada. Para acercarse a su objeto de estudio cruzó fronteras. Caminó por Medellín (Colombia) y Culiacán (capital de Sinaloa, México), la cuna de los “entrepreneurs” de los cárteles. Fue hasta allá para leer entre líneas cómo el periodismo refleja lo que pasa y cómo el narcotráfico se va colando en la literatura. Y en los cuerpos. A qué recursos apelan los artistas para resistir desde la cultura. Cómo narrar a las víctimas sin revictimizarlas. Por qué representar a los delincuentes sin juzgarlos. Cómo se vinculan, en esos micromundos, cuestiones de género y poder. Qué tiene que ver la historia. Parece asunto de un territorio lejano, de un set de filmación, pero se trata de una realidad al alcance de la mano de cualquier periodista latino que hoy cubra policiales.

Polit estuvo en Buenos Aires invitada al Taller de crónicas: Narrativas de la narcocultura, dictado por Cristian Alarcón para la Fundación de Nuevo Periodismo. Habla con Las12 en un rincón de la Universidad Nacional de San Martín donde el sol le da en la cara.

Los medios hablan de la “feminización del narcotráfico” cuando se refieren a las “narcomodelos” y demás mujeres de la generación Sin tetas no hay paraíso. ¿Qué lees al ver estas noticias?

–Dominación simbólica. Hago uso del término bourdiano que refiere a cuando el dominado se identifica con la definición que le da quien le domina, y ahí está su práctica. Un ejemplo literario: El coronel no tiene quien le escriba. El está en una constante espera. Espera la carta y tiene una actitud digna. No dice que se muere de hambre, que su mujer se muere de asma. Se somete a la voluntad del Estado, espera su reconocimiento, por eso no busca trabajo. Ahí encuentra un reconocimiento que tiene otro nombre: dignidad. En el caso de la dominación masculina, los ejemplos serían obvios. Eso es lo que hay en esas mujeres de clase media, media baja, que sólo pueden entrar en ese mundo que se les prescribe: “objetos de deseo que tienen que integrarse como lo que son”. Todavía no leí una crónica que me dé el equivalente a la dignidad del coronel. Es fácil decir: “Las mujeres son objetos y se visten de putas y se hacen lindas porque esa es la manera de tener dignidad en ese mundo”. Es simple mirarlo así. Falta el otro relato, el que dice que ellas traducen eso como el coronel traduce su sublevación. No condeno, pero me parece perversa esa dignidad. ¿Qué más hay ahí? El “Sin tetas no hay paraíso” está bien para la telenovela, pero en un vuelo más alto hay que complejizarlo. Y no lo he visto.

¿Y qué más hay ahí?

–Uso como contraste a Alcira, personaje de Si me querés quereme transa, de Cristian Alarcón. Esa mujer muestra que es imposible estar en un mundo tan masculino sin ser fálica; si no, nadie le cree. Cuando en una escena dice que tuvo que mandar a matar, le crees, es un código; si no lo hubiera hecho estaría muerta. La riqueza está en que ves todo lo que perdió para tener lo que tiene. Obvio que tenía que mandar a matar. Porque es un negocio de hombres, está codificado de forma muy masculina. Pero al llegar a ese punto uno ya la vio en un montón de facetas: la que salió de ser una boba ingenua, que huyó de madre maltratadora, a la que le mataron un marido, la que quiere tener su propio negocio de venta de drogas y también de empanadas. Eso te deja perplejo: ver la condición humana.

¿Cómo se entreteje la violencia en estos micromundos?

–Al leer narrativas de narcotráfico saltan a la vista esas violencias visibles, públicas, en el cuerpo. Y si la violencia pública sanciona de esta manera no me quiero ni imaginar lo que pasa con las violencias íntimas. Para construir estas situaciones donde el entramado psicológico es tan importante hay que leer autores locales.

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El otoño del sicario

Por Emilio Ruchansky. Radar Libros, Pag12, 14 de agosto de 2011

Colombia y México comparten el gusto por la cumbia, las playas de arena blanca y también una guerra permanente contra las drogas, sponsoreada por el gobierno norteamericano. En las dos últimas décadas, los periodistas y escritores que retratan la narcocultura en ambos países resultaron favorecidos por la industria cultural. Por lo pronto, el tema resulta tentador, narrativamente hablando. Abundan la traición, la lujuria, el riesgo y los crímenes en medio de una constante ilegalidad. Al mismo tiempo, la representación estética del fenómeno implica tomar ciertas posturas políticas y éticas. No tomarlas también configura una postura ¿o solo una pose? La investigadora ecuatoriana Gabriela Polit recorrió los dos países y entrevistó autores y lectores en busca de “hacer mapas de producción” de las novelas de narco en ciudades emblemas del narcotráfico como Medellín en Colombia y Culiacán en México. Es probable que no exista una división internacional del trabajo del narrador, pero sí hay tendencias. Y son más editoriales que literarias o periodísticas. “Ahora lo que caracteriza a América latina son novelas de violencia –dice Polit–, de ciudades sumamente violentas con protagonistas que son jovencitos y donde está muy presente esa idea del ángel caído porque los sicarios son chicos, con caras de niños, matando de una forma brutal.”

Polit es profesora de literatura en la Universidad de Austin, en el estado norteamericano de Texas, y a principios de este mes estuvo como invitada en el taller de “Crónicas de narcocultura” en la Universidad de San Martín, auspiciado por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. Entre otros libros, publicó en 2008 Cosas de hombres. Escritores y caudillos en la literatura latinoamericana del siglo XX (Beatriz Viterbo Editores) y una serie de artículos con diversos enfoques sobre narcotráfico, género y literatura.

“Sicarios, Delirantes y los efectos del narcotráfico en la literatura colombiana” y “La persuasiva escritura del crimen: literatura y narcotráfico” son dos ensayos en los que Polit analiza, entre otros textos, La Virgen de los Sicarios del colombiano (nacionalizado mexicano) Fernando Vallejo y Entre Perros, del periodista mexicano Alejandro Almazán. Ambas obras están narradas en primera persona, pero a través de un trabajo de hipercontextualización, Polit desgrana los modos de producción, la visión del conflicto, las elecciones éticas y los riesgos estéticos de ambos autores. Y todo esto, sin caer en lo políticamente correcto.

Un paisa provocador

El artículo de Polit “Sicarios, Delirantes…” comienza con una cita de Carlos Monsiváis, extraída de El narcotráfico y sus legiones, que trasluce una primera postura de esta investigadora ecuatoriana. “La emergencia del narco no es ni la causa ni la consecuencia de la pérdida de valores; es, hasta hoy, el episodio más grave de la criminalidad neoliberal”, escribió Monsiváis. Basada en el filósofo Emmanuel Levinas, Polit reafirma que “hay una dimensión ética en la lectura crítica” en ese artículo.

Usted señala que Vallejo, en La Virgen de los Sicarios, se limita a reproducir la imagen imperante de los sicarios y eso garantiza el éxito de su propuesta y refuerza una imagen hegemónica.

–Cuando leí esa novela estaba leyendo la producción literaria con un pie en un cuestionamiento ético, pero el planteamiento se modificó cuando fui a Medellín y entendí algo del campo cultural local y la percepción que hay de Vallejos ahí. Creo que la respuesta para hablar de la ética es una hipercontextualización. El planteamiento ético siempre responde a una cantidad de matrices y parámetros que la ubican específicamente y un poco eso fue lo que me hizo dar el salto: “Ok, leo novelas y son trabajos de ficción y me interesa la literatura como un discurso, pero quiero conocer cuál es el entramado social y cultural desde donde se producen y dónde se perciben”. Ahí me di cuenta de que mirar la narrativa del narco en esta hipercontextualización me acercaba a algo de la narrativa de lo que te aleja el mercado cultural. El mercado cultural que ofrece por igual una novela buena como La Virgen de los Sicarios o una novela mediocre como Rosario Tijeras.

Su lectura involucra las relaciones sociales de la producción literaria.

–Hago una lectura no solo estrictamente literaria, más cultural de esta producción y, a la vez, a mí lo que me interesa es leer una novela que disfrute. Puede ser la prosa, la manera en cómo se crean los ambientes, las atmósferas. Yo creo que esa novela es buena por un planteamiento literario pero muy problemática dentro del contexto colombiano.

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Las fotos que ilustran ambas notas son de Nora Lezano.