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Cosecha Roja. – El camino que llevó al EAAF a México fue sinuoso y largo. Lo hizo siguiendo el rastro de una chica desaparecida por la narco guerrilla en el 2011. Y de su estadia en el DF, además del material genético para determinar si ese cuerpo es el de Yahaira Guadalupe Bahena López, se habría vuelto con una amenaza. O al menos eso fue lo que se dijo en distintos medios periodísticos.

“Las amenazas no fueron contra ningún perito. Sí, contra la familia”, dice uno de los miembros del Equipo que prefiere que no se publique su nombre. “Margarita López nos confirmo que a ella y a uno de sus hijos la habían seguido 3 camionetas para amedrentarla”. Por el hecho, López realizó una denuncia en la Procuración General mexicana.

Para ella, el mensaje está más que claro: “Nos quisieron amenazar, porque esta gente si te quiere matar te mata y ya”. Dice sin dudas la madre de la chica desaparecida.

El sábado por la tarde los miembros del equipo almorzaban con López en un restaurante de la ciudad. El contingente se movía en varios autos así que mientras los forenses se quedaban a terminar la comida, Margarita y uno de sus hijos se adelantó hacía el destino final del grupo: el Servicio Médico Forense. En el camino 3 camionetas comenzaron a seguirla de una forma sospechosa. Pero pudieron escapar e hicieron la denuncia en la Procuración General. “Nosotros en ningún momento sufrimos amenazas de ningún tipo”, vuelve a decir el forense que insiste en la importancia del anonimato.

Para entender porqué Margarita López es una espina en la planta del pie de la narcoguerrilla mexicana hay que contar su historia.

Yahaira tenía 19 años cuando un grupo comando la desapareció de la faz de la tierra. Fue un 13 de abril de 2011 en Tlacolula de Matamoros, Oaxaca, México. Tenía un matrimonio breve con un militar. También tenía a Margarita, una madre con una voluntad capaz de todo.

Después de su desaparición, Margarita López no dejó de buscar a su hija ni un segundo. Esa perseverancia le valió un atentado. En Oaxaca salvó su vida de milagro y tuvo que huir al aeropuerto en el baúl de un auto. Voló al DF. Tocó la puerta de todas las autoridades de México, todas las puertas que habían delante. Cuando el caso hizo demasiado ruido le dieron un cuerpo decapitado. Pidió estudios de ADN y le dieron un cráneo con una dentadura que no reconoció como la de Yahaira. Y empezó una huelga de hambre para que fuera el Equipo Argentino de Antropología Forense, ningún otro, el que le dijera si ese cuerpo descabezado era o no el de su hijita.

Yahaira se había radicado en Oaxaca un par de meses antes de desaparecer. Cuando trasladaron a su marido, un militar de las fuerzas especiales, a Tlacolula de Matamoros, la tragedia empezaba a encadenarse. A las pocas semanas de llegar, la joven fue sacada de la casa por un comando armado. Nunca más volvieron a saber de ella.

Margarita había llegado decidida a encontrarla en el Servicio Médico Forense de Oaxaca. Cuando preguntó dónde le señalaron una montaña de cuerpos en descomposición. Pero eso no iba a poder con ella.

“Tuve que gastarme todo el patrimonio familiar para buscar a mi hija”, dice López a quien le sobreviven tres hijos varones. También tuvo que sobornar a policías y ladrones para conseguir información. “Fueron los Zetas. La violaron, la torturaron y, después, le cortaron la cabeza. Ahí recién se dieron cuenta que ella no era culpable de nada”, fue lo que le dijeron las fuentes. También dice que sobornó a varias autoridades de Oaxaca para que le permitieran acceder al cuerpo y hacerle un estudio genético. Los resultados dieron negativos, ese cuerpo sin cabeza no era el de su hija. Pero como lo hizo por izquierda, no hay autoridad alguna que le de validez al procedimiento. Ahí es donde el EAAF, y el prestigio que le dan los más de 29 años exhumando fosas comunes de desaparecidos en la Argentina, entra en juego.

Margarita López necesita saber qué fue de Yahaiara. El Equipo Argentino de Antropología Forense va a hacer, básicamente, lo que sabe: intentar darle una respuesta.