Mujeres que se vuelven locas, que se suicidan, que se drogan, que manifiestan síntomas similares a los veteranos de guerra. En el imaginario de muchxs de los que argumentan en contra de la legalización del aborto, las mujeres somos todas iguales. Somos una. Y por eso luego de que decidimos interrumpir un embarazo pasamos todas por el mismo calvario: el síndrome del post aborto.

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El psiquiatra estadounidense Rue Vincent fue presentado este martes en el debate del Congreso como el que “proporcionó la primera evidencia clínica de trauma post-aborto”. En su exposición, habló de “factores de riesgo” como abusos, trauma, estress, estigma, ambivalencia, culpa, idea de matar a un ser humano, baja autoestima, suicidio. Vincent se basa en “119 estudios” norteamericanos. “Para estas mujeres ya no hay opción si sufrirán o no después de un aborto, simplemente sufren”, dijo.

¿Somos todas las mujeres iguales? ¿Tomamos las decisiones que tomamos por las mismas razones y en las mismas circunstancias? ¿Abortamos todas en los mismos lugares? ¿Lo hacemos acompañadas o en la soledad absoluta? ¿Nos sentimos libres de decidir sobre nuestros cuerpos o presionadas por el qué dirán? ¿Estamos todas informadas sobre los métodos de anticoncepción? ¿Usamos todas los mismos métodos? ¿Usamos algún método? La respuesta a la primera pregunta es no y ese no decanta como en efecto dominó en el resto de las respuestas.

El mito del síndrome post aborto es inconcebible desde el psicoanálisis. “Trabajamos desde lo que llamamos el “caso por caso”, entendiendo que cada suceso vivenciado es significado por cada sujeto de diferente y única manera, a partir de su historia, sus determinantes psíquicos, biológicos y sociales”, dice a Cosecha Roja Ileana Contrera, psicóloga del hospital de Ciudad Evita y especialista en maternidad. “No podemos afirmar categóricamente que existan repercusiones psíquicas iguales para todas las personas que hayan pasado por experiencias similares. A partir de ello, entendemos que un aborto no necesariamente se constituye en una experiencia traumática”, agrega. Desde su experiencia, Contrera considera además que se evitarían “posibles consecuencias psíquicas negativas si, existiendo en la mujer un deseo decidido de no continuar con el embarazo, ella se encontrara respetada en ese deseo, acompañada, y el aborto se realizara en condiciones que garanticen su salud”.

En este punto coincide Patricia Rosemberg, responsable de Maternidad e Infancia de San Antonio de Areco y ex directora de la Maternidad Estela de Carlotto.  “Claro que una mujer puede manifestar stress después de interrumpir un embarazo: si lo vive en soledad, en clandestinidad, a oscuras, con culpa, con juzgamiento social”, dice a Cosecha Roja y aclara: “Depende de todas las circunstancias que la rodean. Y también depende de cómo llega una mujer a un aborto, algunas lo viven con mucha angustia, otras no”.

Rosemberg explica que, sin embargo, “el stress se le achaca al aborto cuando, en realidad, es una reacción sana que nos pone en alerta”. “A mí lo que me preocuparía es que una persona no sienta nada. La incapacidad de sentir es un síntoma muy preocupante”, dice. “¿Le puede quedar a una mujer después de interrumpir un embarazo una sensación de stress? Sí. Pero también después de un parto, de un choque, de una mudanza, de un cambio de trabajo”, agrega.

Para Rosemberg es necesario también tener en cuenta el rol del sistema de salud. ¿Cómo acompaña a una mujer el sistema de salud? “Es necesario un acompañamiento interdisciplinario. El aborto no termina en la expulsión: el proceso continúa con los controles, la contención,  la información y anticoncepción”.

Valeria Cortina es psicóloga y trabaja en el hospital materno infantil Eduardo Oller, de San Francisco Solano. En los seis años de consultorio en ese hospital atiende a entre 20 y 30 mujeres por día. Para las mujeres que ella escucha “el aborto es algo más en sus vidas”. “Nunca nadie tuvo un trauma ni una consecuencia”, dice. Valeria nunca escuchó sobre el síndrome post aborto. Lo que sí escuchó de sus pacientes son traumas por malos tratos médicos. Escuchó restos de violencia obstétrica.

Las mujeres que llegan al consultorio público de Valeria con un embarazo –quieran interrumpirlo o no- no piensan en hijos. “Muchas veces ni siquiera después de tenerlo tampoco es su hijo, tener un hijo es algo más que llevarlo en la panza nueves meses. Ni siquiera se dan cuenta a veces de que están embarazadas hasta los 4 o 5 meses”, dice.  La falta de información y de “poco cuidado” a las mujeres es una constante en el sistema de salud pública. “El embarazo adolescente es de mucha soledad, por lo que ni siquiera se preguntan si lo quieren tener o no, tienen que tenerlo”, aporta Valeria.

¿Somos todas las mujeres iguales? No.